Duérmete rosal, que el caballo se pone a llorar…García Lorca/ Revueltas: Canción de cuna
Tuve el privilegio de conocer a la Maestra Eugenia Revueltas (1934-2025) desde hace casi cuatro décadas. Primero, supe de ella por la fama de académica rigurosa y entrañable que le precedía; poco después, tuve la dicha de tratarla y disfrutar de su amistad gracias a su proximidad con José Antonio Alcaraz y mi queridísima Beatriz Maupomé, tan cercana a ella, que el vínculo que las unía resultó invaluable para la difusión de la música de su padre, el gran Silvestre Revueltas.
Digo esto porque durante el período que la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) tuvo a Enrique Diemecke como director titular, Beatriz fue fundamental como parte de su equipo. Llegó como asistente de la gerencia, entonces a cargo de otro entrañable amigo, Javier Cuétara, quien al igual que ella también había sido discípulo de la Maestra. Gracias a su pericia y eficiencia, “la Maupomé” acabó al frente de los Proyectos Especiales de la OSN, entre los cuales destacan el libro Orquesta Sinfónica Nacional, Sonidos de un espacio en libertad (2004), y los vínculos entablados con la Cineteca Nacional y con nuestra hoy muy añorada Eugenia, quien –tras aquél concierto en el que se sonorizó en vivo Redes, aquella película de 1936 codirigida por Fred Zinnermann y Emilio Gómez Muriel y el éxito del concierto realizado en Uxmal que coronó La noche de los mayas (Urueta, 1939), otra de las partituras cinematográficas de su padre-, confió plenamente en los buenos oficios de Beatriz para “soltar” algunos de los tesoros que custodiaba en el archivo familiar. Por supuesto, la visión entusiasta de Eduardo Neri y la madurez y la solvencia con que Diemecke había llevado a la OSN a su mejor momento, también pesaron.
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Circularon finalmente varias obras, algunas todavía en manuscrito, y tras unir esfuerzos con la Camerata de las Américas, fundada Roberto Kolb, Diemecke grabó The Unknow Revueltas para el sello Dorian. Ante el resultado, fiel al lenguaje de su padre, Eugenia accedió a que Diemecke editara y orquestara “lo que fuera necesario” para exhumar La Coronela, aquél ballet que quedó inconcluso tras la muerte de su padre y que tuvieron que terminar Blas Galindo y Candelario Huízar para su estreno el 23 de noviembre de 1940.
Fue la segunda versión de La Coronela, urdida en 1962 por José Yves Limantour y orquestada por Eduardo Hernández Moncada la que sirvió de base para la revisión realizada por Diemecke en 1997. El éxito de esta versión fue memorable y la OSN grabó de inmediato un cd que también incluía el Danzón 2 de Márquez y la primera grabación de la Sinfonía de Moncayo. Desde la cabina, la Maestra Eugenia estuvo al pendiente de todas las sesiones. Aquel cd rompió records de ventas y si tengo conocimiento de todos estos pormenores, es porque Eduardo Neri y yo fuimos los productores de dicha grabación. Él iba por el INBAL, y yo, por Clásicos Mexicanos, la disquera que lo lanzó al mercado.
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Un par de años después, cuando todavía había dinero para traer grandes figuras y orquestas de primer nivel, el 29 de septiembre de 1999, el Palacio de Bellas Artes celebró su 65 aniversario con un concierto de la Filarmónica de Los Ángeles, dirigida entonces por Esa-Pekka Salonen, músico serio, respetable y no un producto mediático como Dudamel, su sucesor en el podio. Esa noche, fui yo quien tuvo el privilegio de presentarlo con la familia del compositor. Había entrevistado a Salonen por la mañana, y como La noche de los mayas cerraba el programa, le pregunté si había probado el xtabentún. No tenía ni idea de qué era, y cuando le conté que era el licor sagrado de los mayas, me dijo que le encantaría paladearlo. Le ofrecí una botella que acababa de recibir de Yucatán, y me pidió llevársela a su camerino durante el intermedio. Más tardé en entrar, que él en abrir la botella. Brindamos por Revueltas a quien, me dijo, habría querido conocer, “si me lo permite, puedo presentarle a su viuda, Doña Angelita Acevedo, y a su hija, están entre el público”. Al finalizar el concierto, los reuní en El Rincón del Disco, la desaparecida tienda que se hallaba en el loby del Palacio, y Eugenia le preguntó qué le había llevado a grabar la música de su papá. Su respuesta, prácticamente la misma que me había dado horas antes, propició un fulgor de intensa dicha en la mirada de la Maestra:
“Así como en Viena lo más natural es escuchar valses de Strauss y a Brahms, en Los Ángeles la programación de nuestra orquesta debía reflejar más nuestras raíces méxico-latinoamericanas, la música nórdica –considerando que soy finlandés- y por supuesto, la música cinematográfica, que finalmente es parte del folclor de esta ciudad. Sin ser pretencioso, creo que mi punto de vista, mi interpretación de Revueltas, ayudará en algo a hacer de él un compositor con mayor y más merecida presencia internacional. No abordarlo sería como renunciar a tocar Brahms por no ser alemán”.
Un cuarto de siglo después, el 11 de agosto del año pasado, el Blanquito volvió a ser testigo del anhelo de Eugenia Revueltas porque la música de su padre tenga la mayor difusión posible. Ese día, el INBAL presentó un recital con las obras juveniles para piano de Don Silvestre como marco al convenio firmado entre ella y el CENIDIM para publicar la obra completa de Revueltas. Al terminar el evento, nos hicimos una selfie y, como consigné en estas páginas, le dije a la entonces directora del INBAL, Lucina Jiménez, que se me hacía temerario prometer un proyecto de este calibre, cuando “están al cinco para el good bye”. No me equivoqué. Volvió a hacer lo suyo: vender humo y pararse el cuello para la foto. Es la hora que todavía no hay físicamente partitura ni disco alguno. Han sido incapaces de cumplir.
Hará casi un par de meses, volví a coincidir con la Maestra Revueltas, ahora, en la Sala Neza. Estuvimos juntos escuchando a José Luis Castillo y la Filarmónica de Jalisco, que vinieron de gira con un programa que incluía Esquinas. Fue la última obra de su padre que escuchó en vivo y el último concierto al que asistió. Nos hicimos la selfie de rigor y, mientras nos despedíamos, insistió: “Búscame por favor, tenemos que vernos. Me urge hablar contigo… tienes que decir que estoy muy molesta porque el INBAL no ha cumplido y nada más andan de revoltosos, peleándose y desacreditando el trabajo que, anteriormente, realizó Roberto Kolb para la UNAM.”
Hago votos porque Víctor Barrera no se duerma en sus laureles y cumpla con el compromiso que adquirió a nombre del CENIDIM. Mientras tanto, y con tal de que mi adorada Eugenia descanse en paz, aquí estaré, recordándoselo, y si es preciso y parafraseando lo dicho por Don Silvestre en su Canción tonta, “bordándoselo en su almohada”. ¡Aunque le den pesadillas!
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