La modelo e instructora de pilates que creía en las buenas vibras y en el poder energético de la luna roja. La migrante cubana que había llegado seis meses antes a vivir en el paraíso. El rescatista que salía en TV y que escuchó una voz desde los escombros. Los niños que jugaban de ventana a ventana combinando inocencias. El asesor político jubilado que vivía con su esposa, aficionada la fotografía, y que desconfiaba de la informalidad de Miami. La nana paraguaya que había salido por primera vez de su país. Personas que, en muchos casos, solo tuvieron en común haber estado en el lugar equivocado en el momento equivocado: la noche fatal del 24 de junio del 2021, la de la llamada 'luna roja', una que iluminaba la noche interminable de Miami que quedó envuelta en polvo, tierra y dolor. Todos fueron víctimas de una mezcla de negligencia y corrupción, consecuencia de la historia misma de una ciudad que, en los años de la construcción de las Champlain Towers, a inicios de la década de los 80, completaba su imagen paradisiaca con referentes como Tony Montana o Miami Vice, sintomáticos del clima agitado que se vivía en aquellos años.

Sin embargo, Tragedia en Collins Avenue (Planeta, 2024) es claro que no tiene intenciones de repartir las culpas que la investigación –aún en proceso– se encargará de adjudicar. La idea de Juan Manuel Robles fue sumergirse en las historias de las víctimas, entre las que se encontraban desde niños pequeños a nonagenarios de diversas culturas, profesiones, ocupaciones o nacionalidades, muchos de ellos vinculados, de distintas formas, con hasta siete presidentes o expresidentes de Sudamérica. Para ello viajó hasta el origen de la construcción, develó los problemas que tuvo desde entonces hasta su desenlace, elaborando una narrativa propia que resume al mismo tiempo la historia de Miami, sus problemáticas y sus habitantes en los últimos 40 años en un periplo humano que llegó a tocarlo personalmente: conoció las historias de las víctimas más pequeñas, mientras él mismo se convertía en padre. Todas estas piezas revolotean juntas en su memoria aún hoy como presencias recurrentes.

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¿Cómo nació tu interés en este tema y cómo se convirtió en libro?

Hubo un interés cuando lo supe por las noticias, como todo el mundo, y también por la sensación de incredulidad, porque es un hecho muy insólito, muy raro. Había gente de todo el mundo siguiendo la historia del colapso del edificio, y muchas historias relacionadas con latinoamericanos que estaban ahí. Varios viviendo hace años, algunos hacía días o semanas y, en algunos casos, otros que habían llegado ese mismo día.

Miami es, probablemente, el lugar más latino de Estados Unidos. ¿Eres consciente de que un autor norteamericano difícilmente hubiera podido enfocar este libro del modo en que tú lo has hecho?

Mirando las historias te das cuenta de ciertos detalles que quizás solo como latinoamericano podrías notar o darles relevancia. Por ejemplo, la noche del incidente había un partido de la Copa América. Un brasileño no había vuelto a casa porque se quedó donde su novia viendo un partido de futbol. Se le hizo más tarde de lo pensado porque su selección le ganó a Colombia, durmió allí y eso lo salvó. Entonces, claro, si tú no eres latinoamericano tal vez no lo entiendes bien o no te conectes bien con eso.

Además, para muchos latinoamericanos, Miami es una meta…

Totalmente. En esta vida latinoamericana había gente que cumplía un poco la profecía de los latinos cuando dicen: “Aquí la cosa está muy jodida, me voy a Miami. Mi sueño es irme y vivir tranquilo allí”. Varias de estas vidas estaban en ese último punto del sueño, en un departamento bonito, frente al mar caribeño y la arena blanca, todo maravilloso. En muchos casos era el final de ese sueño cumplido. Y cuando te pones a escarbar sus vidas anteriores, habían sido convulsas en sus países latinoamericanos. Una historia típica de Miami y Latinoamérica.

Portada de Tragedia en Collins Avenue por Planeta. Portada de Polarizados por Seix Barrial
Portada de Tragedia en Collins Avenue por Planeta. Portada de Polarizados por Seix Barrial

Como la historia de Iliana Monteagudo, la señora cubana que huyó en el último momento antes del derrumbe…

Sí, la suya es una historia que me pareció muy interesante porque resumía lo que te comento. Además, a mí lo que me gusta como narrador de no ficción es poder viajar atrás. Creo que con la crónica uno siempre hace “Dark” –en referencia a la popular serie alemana que trata sobre viajes en el tiempo–. Este lugar es el presente de unos escombros, pero es también el lugar donde los hijos del Chepe, el narco colombiano, salían al balcón a jugar, y en ese mismo espacio están otros niños 30 años después. La crónica es esa máquina del tiempo que nos permite nitidez gracias a una buena investigación. Cuando vi estos casos me di cuenta de que algunas historias estaban vinculadas con la historia norteamericana y con la historia de la relación de Estados Unidos con Latinoamérica, y podían tener espesor. Iliana Monteagudo fue una de las personas que llegó después de una negociación de empresarios cubanos con Estados Unidos en un episodio histórico un poco escondido. En este caso, una chica de 20 años que llega en un avión a Miami y hace su vida ahí. 35 años después consigue el hogar de su vejez, un departamento en Champlain Towers. Le tiene miedo al agua y a las tormentas y se refugia allí. Así fueron apareciendo esas historias con las que quise hacer algo poliédrico dentro de las posibilidades, porque son 98 personas, y esta es una muestra. Elegí darle espacio a cada historia antes que apiñarlas como si fuera un índice onomástico.

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¿La tragedia de Collins Avenue es una representación de la gran tragedia latinoamericana en Estados Unidos? Recuerdo la experiencia de una de las víctimas, el chileno Claudio Bonnefoy, que siempre desconfiaba de la ciudad por la abundante y aparentemente desordenada presencia latinoamericana.

Sí, puede decirse. Yo creo que eso está resumido en la pareja de colombianos que está frente al edificio instantes antes de la tragedia y ella le dice a su pareja: “Se va a caer”, porque ha visto el garaje desde el hotel chorreando agua y con pedazos caídos de concreto. Y él le dijo: “Estás loca, esto es América. Aquí los edificios no se caen”. Tanto el que llega con mucha pobreza o necesidad, como un desplazado, como el que llega con más recursos, tienen una idea de seguridad que los hace creer que hay cosas que no van a ocurrir en este país.

Cuando uno revisa la historia del edificio, la filtración de agua existía desde el comienzo, en 1981. Vemos algún testimonio que dice que no hubo cómo controlar las fugas, y lo que hicieron fue colocar una canaleta en el sótano para que el agua caiga entre los autos, no encima de ellos. Ese tipo de cosas creo que es algo que se haría perfectamente en Lima o Asunción, es muy improvisado en todo el sentido de la palabra. Y otras cosas como esas, como la propia corrupción en el origen del edificio, cuando se paga para construirse, con la presión que hacen los inversionistas contra las autoridades municipales que son unos pusilánimes y que, obviamente, también ven que esto traerá mucho dinero en impuestos. Todo eso está calcado de las experiencias que conocemos. Es algo que un latinoamericano ve familiar.

Bonnefoy y otros van descubriendo, tarde o temprano, que Estados Unidos se parece a Latinoamérica mucho más de lo que hubieran imaginado o querido o creído. No quiero decir que no haya diferencias, porque nuestros países tienen un nivel de desorden que no se puede comparar con Estados Unidos, definitivamente, pero sí existen los malos actores y la gente que estafa. En los últimos ocho meses se compraron trece departamentos de las Champlain Towers. Muchos los vendieron porque ya tenían varios problemas e intuían algo grave. Y a tres de esos compradores nadie les dijo que tenían que pagar una cuota especial de 200 mil dólares para las reparaciones. Eso también suena a algo que podría ocurrir en Latinoamérica.

Muchas veces, los latinoamericanos van a Miami no solo a buscar solaz, sino refugio. ¿Cargamos con todos nuestros males en la maleta, en lugar de huir de ellos?

Los migrantes siempre cargamos esas cosas, siempre venimos contaminados. Es terrible decirlo, porque se puede malinterpretar. Es esta idea de que uno nunca sale del barrio. El chico sale del barrio, pero el barrio se queda en el chico, pero aplicado más a lo que reproduce de esa vida. No creo que los latinoamericanos tengan tanto poder como para cambiar totalmente un lugar, pero definitivamente influenció que, en un edificio como este, haya muchas personas que vivieron experiencias convulsas debido a gobiernos de distinta índole. Y, sin embargo, ya cuando están ahí en paz y en calma, o tal vez por eso, nadie quiere gobernar. Este era un edificio sin gobierno. Eso de no tomar acción fue parte del problema y definitivamente parte de lo que no permitió hacer algo rápidamente.

Más allá de los estereotipos o de la frase ya comentada “En Estados Unidos no pasan estas cosas”, en referencia a un derrumbe que se dudaba inminente, ¿Se puede hablar del orden de Estados Unidos versus el caos de Latinoamérica?

No creo que pueda establecerse ese versus. Lo que nos han demostrado los últimos años es que las circunstancias que hacían que en Estados Unidos no sucedieran las cosas que veíamos en América Latina, en ámbitos como el político, tenían que ver con muchos temas, pero no necesariamente con un estado de desarrollo mayor. Recordarás que en nuestra infancia o juventud teníamos la frase: “En Estados Unidos a un tipo así jamás le permitirán…” Y no era eso, era simplemente que las circunstancias no se habían dado. Y también están los niveles de conciencia de la desigualdad. Aquí, la mentalidad es que, si no estás arriba, será porque no te esforzaste lo suficiente. Pero, cuando se comienza a tener una conciencia de que la desigualdad tiene que ver con otras razones, es que se generan esos fenómenos políticos que, justamente, pueden conectarse con América Latina. Los que vemos, una y otra vez en la actualidad, es que Estados Unidos puede ser tan caótico como América Latina. Y eso hay que tenerlo claro. Tiene sus propias brutalidades, sus armas, genera un miedo y paranoia que aquí tenemos de distinta manera. Casi siempre, el asesinato tiene un móvil para quitarte algo, robarte, pero Estados Unidos tiene una serie de hechos sangrientos a veces sin ningún tipo de razón. Ellos ven cómo lidian con su propio caos o resentimiento. Siempre he pensado que América Latina es el pasado y Estados Unidos es el futuro, lo que nos espera. Igual he tratado de ser cuidadoso con el edificio que colapsa, porque parece una hipérbole, pero también hay que considerar que también fueron una serie de elementos desafortunados que confluyeron. Porque es muy difícil que un edificio haga colapso de panqueque como lo hizo este. Es un hecho muy desafortunado en cualquier parte.

Deteniéndonos un poco más en lo humano, imagino que una de las cosas más difíciles fue conversar con los deudos.

Sí, fue difícil porque comencé un mes y medio o dos meses después de la catástrofe. La gente estaba en pleno duelo. Pero conocer la naturaleza del trabajo que quería hacer me permitió ofrecer eso a la hora de acercarme a estas personas. Un libro que no se centrara morbosamente en la tragedia, sino que tratara de contar algunas vidas honrando su importancia. Lo interesante fue esas vidas dan ciertas ideas sobre el país, sobre Latinoamérica, sobre la condición humana, en fin. Siempre una historia te va a dar mucho. Pero creo que en el momento en que pude decirles: “Quiero contar la historia con todo el espacio del mundo, no estoy haciendo esto para la noticia de un diario en el que tengo que hablar sobre la caída de un edificio y las historias son pinceladas”, permitió que alguna gente me abriera sus puertas. Y en el periodismo sabes que siempre pasa esto: la gente es reservada para hablar, pero quiere hablar. Porque es una forma de dar otra vida, de recordar, de homenajear. Y fue muy intenso.

¿Qué fue lo más duro al hablar con los deudos o sobrevivientes?

Uno como periodista y cronista busca detalles, pero a veces, como quien se asoma al abismo, da vértigo y uno se arrepiente un poco. Pasó cuando me contaron lo de la caja blanca. Cuando ya no había cuerpos, lo que les daban a los deudos era una caja blanca con restos. Y Raquel, protagonista de una de las historias, recibió una caja blanca por su esposo y otra por su hijo de 5 años. Ella no pereció con ellos porque viajó el día de la tragedia. Lo mismo recibió la hermana de Cassondra Stratton. Y ambas comentaron algo: lo extraño de recibir una caja con la persona a la que quisiste, pero también el momento en el que, por un aire, por un movimiento o por algo, huelen, hay un aroma y lo sienten, lo reconocen como propio de las personas que quisieron.

Además, otras cosas fuertes que no están puestas con tanto detalle son los informes forenses. Todas las cosas que un periodista necesita tener para una imagen total, a pesar de que no todo vaya a estar. De hecho, hasta ahora me pasa, me vienen las imágenes, pienso mucho en eso. Es parte de hacer periodismo: ver para que los lectores no tengan que ver. Es parte de la función social de nuestra chamba.

El Juan Manuel Robles narrador hubiera querido cambiar el destino de los personajes. De pronto este es un libro que hubieras preferido no tener que hacer…

Totalmente. Además, porque siempre, aunque uno no quiera, la crónica se acerca a lo que llamamos sensacionalismo. Finalmente, su materia son estas cosas inenarrables que nadie quisiera vivir. Y a veces pues uno dice ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo? Las respuestas son muchas, pero igual puede honrar memorias presentando esas historias que de otra manera no hubieran sucedido. Yo he tratado de que la historia de las personas sea más importante que el final de la historia. Que sea lo que más brille. Y también para eso te sirve el periodismo. Para mostrar un personaje con esas luces que lo hacen inolvidable para la gente que los conoce. Es un trabajo doble. Y a veces es doloroso.

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