Erasmo es uno de esos pensadores que lo mismo son vituperados que amados por el mundo intelectual. A él le debemos que algunos hayan acuñado la frase: “soy arquitecto de mi propio destino”, es decir acuñó el humanismo… y de aquí se deriva, me atrevo a decirlo, bastantes doctrinas de superación personal que no suman mucho al desarrollo humano crítico. Erasmo de Rotterdam (1466-1536) no fue solo un erudito; fue un intelectual que luchó contra los cimientos de la ignorancia para sembrar las semillas de un pensamiento renovado donde la figura de dios y la religión, aunque fuerte, cedía el paso al hombre como un ser capaz de tomar decisiones autónomas. Dios es, el hombre debe darle sentido al mundo. En una época fracturada por la superstición y la violencia, Erasmo replanteó un cristianismo que no esclavizara, sino que liberara; con una filosofía que no separara, sino que uniera; con una humanidad que no se doblegara ante el poder religioso, en todo caso.

Tanto para Erasmo, como para el resto de los religiosos filósofos de su época, era necesario regresar a las fuentes del pensamiento. Esto es: a los griegos y al conocimiento antiguo. En los diálogos de Platón, en las epístolas de Cicerón, en los Evangelios, Erasmo halló una verdad universal: la humanidad es capaz de grandeza, pero solo si se atreve a pensar, a dudar, a cuestionar. En principio cuestionar la mera existencia de Dios en su momento no era una tarea fácil, todos sabemos cuántas mujeres y hombres murieron a lo largo de los siglos por cuestionar la fe en Dios. El Elogio de la locura (1511) el texto más popular de Erasmo nos invita generar una visión crítica de su mundo contemporáneo. Erasmo se ríe de todos: de los teólogos que convierten la fe en silogismos, de los príncipes que confunden el poder con la virtud, de los clérigos que venden la salvación como mercancía. Pero esta risa no es cruel; es un acto de redención. Al ridiculizar las máscaras de su tiempo, Erasmo invita a despojarnos de las nuestras, a mirarnos con honestidad, a recuperar la humildad que nos hace humanos. En cada página, late su convicción: el saber sin bondad es vanidad, y la fe sin razón es ceguera.

En este sentido, dejaremos para otra ocasión el anti-humanismo, hay mucho que decir de eso, además de confrontar ideas. Erasmo deseaba crear un modelo de educación que no solo llenara la mente de datos, sino que forjara el carácter. Rechazaba la rigidez de los métodos escolásticos, esos látigos que aplastaban la curiosidad infantil. Para él, educar era encender una chispa, enseñar a los jóvenes a amar la verdad, a dialogar con el pasado, a vivir con rectitud. Este ideal pedagógico, profundamente humanista, colocaba al individuo en el centro: no como súbdito de un sistema, sino como creador de su destino, guiado por la razón y la piedad. Erasmo vivió hace más de medio siglo y sus deseos se quedaron en un intento. La cultura occidental ha dado muestra de que la educación es irrelevante. Cada año vemos cómo se adelgaza el conocimiento y se emascula a generaciones de mentes infantiles. Lo humanos estamos destinados a un esclavismo abierto.

The Metropolitan Museum of Art
Su nombre era Geert Geertsz “hijo de Gerardo”. Este grabado suyo fue hecho por Albrecht Dürer (1526)/ The Metropolitan Museum of Art

The Metropolitan Museum of Art Su nombre era Geert Geertsz “hijo de Gerardo”. Este grabado suyo fue hecho por Albrecht Dürer (1526)/ The Metropolitan Museum of Art

Lee también:

Se dice que el humanismo de Erasmo no era un sistema filosófico con categorías rígidas o tratados interminables. Era, más bien, una forma de estar en el mundo, una brújula para navegar la existencia. Inspirado por el estoicismo, el platonismo y, sobre todo, por las enseñanzas de Jesús, Erasmo propuso una filosofía práctica, accesible, que no requería túnicas de erudito ni cátedras universitarias. Ser cristiano, aseveraba, no eras recitar dogmas ni acumular rituales; es interiorizar el amor, la justicia, la misericordia. Es, en esencia, vivir como Cristo, no solo creer en él. Confiaba en la capacidad del hombre para elegir el bien. En su debate con Martín Lutero sobre el libre albedrío, Erasmo defendió una postura intermedia, alejada tanto del determinismo luterano como del optimismo desmedido. Para él, la gracia divina y el esfuerzo humano no eran enemigos, sino aliados. El hombre, frágil pero digno, podía cooperar con Dios para construir una vida virtuosa. Esta visión, moderada y tolerante, reflejaba su aversión a los extremos, su apuesta por el diálogo, su fe en que la razón y la bondad podían prevalecer sobre el fanatismo. Estas discusiones que más tarde revisaremos tienen que ver con una reforma a la Iglesia y una mutación de la fe.

Podríamos decir que Erasmo ejerció una revolución sutil, pero no menos poderosa. Su edición del Nuevo Testamento en griego (1516) fue un acto de valentía intelectual: al corregir los errores de la vulgata y devolver el texto a su pureza original, Erasmo no solo dio a los estudiosos una herramienta invaluable, sino que abrió la puerta a una fe más auténtica, menos mediada por la jerarquía eclesiástica; usó la sátira para desnudar las supersticiones de su tiempo: las reliquias veneradas como fetiches, las peregrinaciones convertidas en turismo, los clérigos que vivían como príncipes. Pero su crítica no era destructiva; era un llamado a volver al núcleo del cristianismo, a la imitación de Cristo. A diferencia de los reformadores protestantes, Erasmo nunca rompió con Roma. Creía en la posibilidad de una Iglesia renovada desde dentro, purificada por la educación y la reflexión. Su pacifismo, su rechazo a la violencia religiosa, lo convirtieron en una voz solitaria en un siglo de guerras y hogueras.

Lee también:

Sin embargo, el legado de Erasmo, aunque luminoso, no está exento de sombras. Su humanismo, al colocar al hombre como arquitecto de su destino, abrió la puerta a una confianza en la autonomía individual que, con el tiempo, derivó en excesos. Este culto al “yo” ha desvirtuado su visión, convirtiendo la libertad en un eslogan y la virtud en un producto de mercado. Además, su fe en la reforma desde dentro de la Iglesia, aunque noble, subestimó la resistencia de las instituciones al cambio. Aun así, la voz de Erasmo sigue resonando, no como un eco nostálgico, sino como un desafío. Su fracaso en transformar la cultura de su tiempo nos advierte: el humanismo no basta si no se traduce en acción colectiva.

Comentarios