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Todos, en mayor o menor medida, hemos escuchado que la gente se define a sí misma como epicúrea cuando intentan explicarse dentro de un estado de felicidad, sin preocupaciones absolutas. Está perfecto, siempre tomamos del pasado aquellas formas o corrientes del pensamiento para explicarnos el presente. En pleno siglo XXI, podemos observar cómo las corrientes de la “felicidad” parecen serlo todo. La felicidad es la moneda de cambio en el mundo virtual, por ejemplo. Para algunos ser epicúreo radica en tomar una copa de vino, para otros un like en sus redes sociales. La filosofía epicúrea se originó en el siglo IV a.C. por el filósofo Epicuro de Samos, ahora sí, vamos por la historia:
Él proponía una vida orientada hacia la búsqueda de la felicidad mediante el placer entendido como ausencia de dolor y perturbación. Esta aproximación al pensamiento contrasta con otras escuelas griegas, y ha sido reinterpretado a lo largo de los siglos, presentándose en el siglo XXI con nuevas formas de resonancia. Hoy en día, las enseñanzas de Epicuro sobre la serenidad, la autolimitación y la búsqueda de una vida placentera adquieren relevancia en contextos de estrés, consumismo y cambios acelerados, resaltando el valor de un enfoque hacia la felicidad.
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Epicuro centró su filosofía en la ataraxia, o la paz mental, y la aponia (los invito a investigar a fondo estos conceptos), o ausencia de dolor físico, como los pilares de una vida satisfactoria. Según él, el placer no debía buscarse a través de placeres intensos y pasajeros, sino por medio de una vida sencilla y la autosuficiencia. El epicureísmo ha sido malinterpretado con frecuencia como una filosofía de búsqueda desenfrenada de placeres, aunque en realidad promueve la moderación y la reflexión sobre los deseos. En el siglo XXI, el interés en la salud mental y el bienestar emocional, un tanto bohemio, retoma estas ideas y las incorpora en prácticas de mindfulness, minimalismo y terapia cognitiva, que buscan una vida menos perturbada por el consumo y la ansiedad. Hay miles de libros de autoayuda en ese sentido, parten de una doctrina filosófica abstracta para volverse bestsellers.
Una de las ideas epicúreas más innovadoras para su época fue la noción de que los dioses existen, pero no interfieren en la vida humana. Para Epicuro, liberarse del miedo al castigo divino y a la muerte era fundamental para alcanzar la felicidad. Una idea opuesta a la culpa cristiana. Esta visión ha influido en la perspectiva secular moderna y se refleja en el auge del ateísmo y agnosticismo en diversas sociedades contemporáneas.
El epicureísmo también introdujo una visión revolucionaria sobre la muerte (de nuevo contrastante con el cristianismo culposo), al considerarla un fenómeno natural e inofensivo para el individuo. Epicuro sostenía que “la muerte no es nada para nosotros” porque, mientras estamos vivos, la muerte no existe para nosotros, y cuando estamos muertos, no existimos para experimentarla; el cristianismo nos enseña el concepto del infierno que arruina esta postura, pensemos a fondo eso. En el siglo XXI, esta actitud hacia la muerte se encuentra en las reflexiones modernas sobre la mortalidad y los movimientos que promueven una aceptación más abierta y menos temerosa del final de la vida, como el movimiento “Death Positive”, que busca reducir el tabú social en torno a ella.
La filosofía epicúrea se encuentra también en la psicología positiva y la ciencia de la felicidad modernas. Estudios contemporáneos, como los realizados por Martin Seligman y Daniel Kahneman, han demostrado que el bienestar psicológico depende menos de las riquezas y posesiones y más de la calidad de las experiencias y relaciones, un hallazgo que se alinea estrechamente con las enseñanzas de Epicuro, y una lección de vida que muchos deberíamos aprender. (¿Qué tanto nos ata el deber ser?). A nivel sociocultural, esta corriente filosófica puede observarse en la creciente importancia, que algunos pueden llamar vulgar, de las prácticas de bienestar como el yoga y la meditación, que enfatizan la autorreflexión, la aceptación de la transitoriedad y la paz mental. Aunque estas prácticas provienen de tradiciones orientales, el trasfondo de serenidad y autocontrol que buscan es compatible con la visión epicúrea de una vida sin perturbaciones.
Ahora bien, respecto a la política, toda filosofía tarde o temprano repara en el tema, el griego defendía una postura clara: la felicidad se encontraba principalmente en la vida privada y no en los asuntos públicos que consideraba descarnados y lo son, una idea que hoy podría parecer apolítica, pero que resuena en el desencanto actual con la política y la búsqueda de realización en el ámbito personal y, no obstante, la operación política es esencial para toda sociedad. Para el filósofo, la ética y la moral se observa en la visión de la vida como aquella en la que el individuo es feliz y satisface sus deseos de una manera que no afecta negativamente a los demás. Esto se alinea con el utilitarismo de filósofos como John Stuart Mill, quien defendió que la felicidad, medida en términos de ausencia de dolor y sufrimiento, es el fin de la ética. Esta conexión entre epicureísmo y utilitarismo refuerza la noción de que la ética de satisfacción y bienestar sigue siendo un pilar en la ética moderna.
Así pues, la influencia del filósofo incluso puede observarse en la tecnología moderna y las ciencias. Su énfasis en entender el mundo mediante la razón y la observación racional se refleja en el método científico y en la mentalidad de investigación contemporánea. Si bien no era un científico en el sentido moderno, Epicuro promovía una forma de pensamiento crítico y escéptico hacia los mitos y supersticiones, una actitud que comparten los científicos actuales al buscar respuestas racionales y observables.
Ahora bien, en este momento histórico de solipsismos, vale la pena recordar que la amistad era un concepto y acción revalidada por el filósofo, la amistad era invaluable pues conduce a la felicidad, a la risa y honestidad. En este mundo tan solitario, hay que rescatar por lo menos a un amigo… si lo logran, entonces pueden llamarse epicúreos.