Un tuit bastó para romper corazones y para que nacieran nuevos haters. “El Día de Muertos no es de origen prehispánico”, escribió Víctor Joel Santos Ramírez. Y es que a la mayoría de los mexicanos no les gusta saber que una de sus grandes fiestas del año no tiene relación con los rituales mesoamericanos, pero sí con la conquista española.

“Mi tuit se viralizó. Entonces tuve que explicarle a la gente el porqué. Varios estaban muy enojados y muchos no se convencieron, me mandaron información sobre ofrendas prehispánicas, pero una cosa son las costumbres funerarias mesoamericanas y otra las fiestas del 1 y 2 de noviembre, que son católicas y europeas”, narra el arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia y el único defensor público de las desmitificaciones que en el siglo pasado inició la historiadora Elsa Malvido (1941-2011).

Calacas personificadas como Reyes Magos que se venden en San Ángel. Crédito: Especial
Calacas personificadas como Reyes Magos que se venden en San Ángel. Crédito: Especial

Hasta hoy, las frases construidas sobre la ancestralidad del Día de Muertos se repiten sin cesar, en especial en los discursos políticos. Quizá ese mal de lengua inició en 2016, en la Gaceta de la Ciudad de México, cuando se publicó un acuerdo de buena voluntad que enlista las verbenas previas al 1 y 2 de noviembre como algo propio de la “tradición mexicana anterior a la conquista”. Pero sucede que este acuerdo nació gracias a la ficción hollywoodense 007: Spectre.

En menos de tres minutos, el monstruo cinematográfico colocó al actor Ian Fleming, en su papel de James Bond, caminando en contracorriente por la calle de Tacuba, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, mientras un mar de gente disfrazada de calacas, catrinas y catrines avanzaba hacia el Eje Central. Esa historia empoderó a las autoridades capitalinas porque se dieron cuenta de que el folclor mexicano puede venderse entre extranjeros y nacionales.

La ficción hollywoodense no quedó ahí, en 2017, la cadena Pixar añadió más imaginación al Día de Muertos con la película Coco: alebrijes, guitarras, abuelitas y perros calacas. Pero como sucede desde la época novohispana, a los mexicanos no les importa añadir nuevas modas a estas fiestas y mucho menos si de ganancias económicas se trata.

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Pan con forma de tumba relleno de cajeta que se vende en Karsapan. Crédito: Karsapan
Pan con forma de tumba relleno de cajeta que se vende en Karsapan. Crédito: Karsapan

“Que el Día de Muertos es una fecha muy importante, sí, pero si ya hemos decidido como país que eso nos identifica, hay que estudiarlo, entender su origen, porque hoy se entiende como fiesta y no siempre fue así”, comenta Víctor Joel.

La explicación que el arqueólogo da es la siguiente: el Día de Muertos lo inició la iglesia católica. En el año 609, el Papa Bonifacio IV instauró el 13 de mayo como el día de Todos los Santos, una fecha para recordar a beatos y a los mártires cristianos que murieron en nombre de la fe, pero también para contrarrestar el paganismo, en este caso, las reminiscencias del panteón romano y la herejía de los celtas. La conmemoración se organizó en la Basílica de Santa María de los Mártires, sin embargo, los católicos se dieron cuenta que en ese mes Roma no tenía las suficientes provisiones de comida para abastecer a los peregrinos, entonces la celebración se trasladó a las calendas de noviembre.

El Día de los Fieles Difuntos nació en el año 998, gracias a un abad que pidió a la iglesia se rezara, un día después de la fiesta de Todos Santos, por las almas que no alcanzaron el cielo. Fue así que el 1 y 2 se establecieron como días de culto. Esta tradición católica fue importada al país durante la conquista española y bien aceptada en la entonces Nueva España.

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El patrimonio sí vende

El Día de Muertos fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2003 y no importa que la salvaguarda se delimitó a las comunidades indígenas porque con esa proyección internacional, de inmediato el mexicano tuvo una certeza: el turismo llegaría a consumir nuestro folclor sin importar el contexto.

Bajo esa idea, en la Ciudad de México existen tres emprendimientos donde el Día de Muertos sucede todo el año. Uno de ellos se llama Casa Ofrenda Día de Muertos Mexskeletons y lo promueve la Secretaría de Turismo local. En esa vivienda, ubicada en una privada residencial de la alcaldía Xochimilco, por 200 pesos se ofrece un recorrido para observar dos ofrendas y a personas pintando a mano botellas de vidrio. Esta actividad está pensada para extranjeros (lo primero que te preguntan es si hablas inglés o español). “¿Qué pasa si alguien no puede viajar al país el 1 y 2 de noviembre, pero sí en febrero? Puede venir acá a ver cómo es la experiencia del Día de Muertos”, señala el guía que no es artesano, dato interesante porque este atractivo se anuncia como taller artesanal y dista mucho de serlo.

Día de Muertos Tienda es otro de los negocios. Ubicado en San Ángel, desde hace siete años vende artesanías alusivas a las fechas. Hay desde catrinas de maché y barro negro, hasta productos en serie como portavasos y manteles de fieltro con diseño que simula ser papel picado. Además, cuentan con curiosidades como un nacimiento de Día de Muertos, es decir, calacas caracterizadas de Jesús, María, José y los Tres Reyes Magos.

El tercer local, Karsapan, se ubica a unos pasos del metro San Juan de Letrán. Ahí preparan pan de muerto los 365 días del año. “Tenemos el tradicional con azúcar y el de nuez, con higo y ajonjolí. En este mes, que es el fuerte, hacemos tumbas rellenas de cajeta. Todo el año tenemos clientes porque es un pan que se vende muy bien”, platica Óscar Alcántara.

Decoración que hay al interior de la Casa Ofrenda Día de Muertos Mexskeletons. Crédito: Reyna Paz
Decoración que hay al interior de la Casa Ofrenda Día de Muertos Mexskeletons. Crédito: Reyna Paz

Paganismo a la mexicana

“Dios sea verdad y que estén rayados de su memoria pero temo que no lo están en algunos porque como ellos tenían sus fiestas de difuntos, una de difuntos menores y otra de mayores, creo y puedo afirmar, que mezclaron algo de ello con nuestra fiesta de difuntos como mezclan con las demás cantando sus funerales responsos, llorando sus señores y dioses antiguos y porque no lo entendamos, dicen que no se acuerdan ya de ellos”, escribió Diego Durán en Historia de las indias de la Nueva España.

El arqueólogo Víctor Joel detalla que en ese testimonio el fraile dominico se refiere a dos celebraciones funerarias del calendario mexica: Miccailhuitontli (Fiesta pequeña de los muertos) y Huey Miccailhuitl (Gran fiesta de los muertos), celebradas entre los meses de agosto y septiembre. La primera relacionada con los niños fallecidos y como preámbulo de la fiesta mayor de los difuntos, dedicada a los guerreros muertos que acompañaban a Huitzilopochtli.

“Si estuviéramos en época prehispánica ahorita nos tocaría la ceremonia de Tepeilhuitl donde también había un culto a los muertos. Con esto quiero decir que recordar a los difuntos fue fundamental en los rituales prehispánicos, pero nunca existió un único día para conmemorarlos, fueron varios”, señala.

Innovaciones fúnebres

“Este año metí la novedad del esqueleto de dos metros y medio color blanco y fosforescente. Trato de innovar en colores y modelos. Para el año que entra quiero meter máscara de maché. Otra novedad fue el esqueleto grandote que es mitad rojo y mitad blanco, mitad diablo y mitad esqueleto”, platica Elisa La Güera, locataria desde hace 23 años en el Mercado de Jamaica. En su puesto se observan infinidad de adornos para la ofrenda de Día de Muertos, desde sus innovaciones hasta las velas LED, flores plastificadas y calabazas de barro.

¿Qué es lo más raro que le han pedido?, se le pregunta. “Cortejos fúnebres. Fue como hace tres años: esqueletos de 1.30 metros cargando la caja y en posición de ir caminando. Otro pedido fue una catrina grande vestida de mariposa monarca”, responde.

Para Elisa, el Día de Muertos está presente todo el año. “Trabajo con artesanos de Puebla el papel picado y el papel maché, con este último ellos empiezan desde enero para que dé tiempo la entrega”, narra. Algunos de sus clientes especiales viven en Francia y España. Me piden puras calacas y cráneos de maché, por el peso no les conviene llevar barro”, comparte.

Nuevas ofrendas

Víctor Joel lanza otra frase que avivará haters: colocar ofrenda es una transformación de los catafalcos católicos. Entre el siglo XVI y XVIII, explica, los sacerdotes adornaban las iglesias para recordarle a los fieles que la vida termina, lo hacían en las entradas, colocaban catafalcos o también llamados túmulos funerarios: estructuras de madera escalonadas con escenas de la muerte.

“El 1 y 2 de noviembre eran días de luto, de pasarlos en la iglesia, ahí el cura recibía a los deudos. También el Vaticano enviaba reliquias de los santos (restos óseos) que la gente recibía con cantos y flores. Pero eso cambió con las nuevas políticas sanitarias. En los templos, debajo de los pisos de madera se depositaban a los muertos. En España, tras las pandemias, se decidió eliminar esa costumbre y se construyeron panteones fuera de las ciudades, donde ‘el viento se llevara el miasma’”, narra.

Esa moda también se importó al país, aunque hoy en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México existe un rincón que revive esos siglos: cada 1 y 2 de noviembre la Capilla de las Reliquias abre sus puertas para mirar 500 osamentas de santos.

“Con la llegada de los panteones, de manera muy natural, al terminar la misa, la gente se iba con sus difuntos al panteón y en las casas inició la costumbre de poner altares con comida. Algunos historiadores del siglo XIX vieron mal eso porque, al ser católicos, sabían que las almas no podían regresar y mucho menos comer”, agrega el arqueólogo.

El gobierno vio un interés económico y peleó el protagonismo. “Con ello se generó la decadencia de la costumbre en el siglo XIX y más evidente en el XX, se perdió el sentido de ser una fiesta de tristeza para el católico. Hay crónicas de la época que narran que, al terminar la misa en Catedral, la gente rica, en coches jalados por caballos, se iba al panteón muy bien vestida, mientras que la gente común se iba caminando y llevaba comida y pulque porque se quedaban hasta la tarde con sus muertos. Esa costumbre se instauró en Ciudad de México junto con la instalación de la vendimia en el Zócalo”, señala.

En una ocasión, el arqueólogo escuchó al exsecretario de turismo, Miguel Torruco, presumir la invención del Gran Desfile del Día de Muertos, inspirado en la película de James Bond. Sin embargo, comenta que en el siglo XIX existió una procesión del Panteón de San Fernando a Catedral, y una imagen que evoca eso está en el inicio de la película Macario. "Si en vez de James Bond hubiera dicho: retomamos una costumbre del siglo XIX, no sería tan absurdo”.

¿Cómo interpretar los cambios que ha tenido el Día de Muertos?, se le pregunta. “Es una reinterpretación. Las costumbres no son estáticas, todo el tiempo se están transformando y la sociedad requiere de soportes para mantenerse unido a su pasado, darse cuenta que los vivos existen como tal gracias a sus ancestros. El tema es que el Día de Muertos es una transformación completa, es decir, ya no tiene un soporte ni tradicional ni religioso, sólo es económico. Entonces, la parte cultural ya no existe. No estoy juzgando, sencillamente es lo que se lee y observa en función de cómo inició, cómo evolucionó y lo que es hoy”, responde.

En el siglo XX, el Día de Muertos fue tomado políticamente, agrega. “En la época posrevolucionaria se intentaron recuperar elementos que identificaran a los mexicanos para tener una legitimidad. Los ideólogos vieron a la época prehispánica como la época primigenia de lo mexicano e hicieron a un lado lo español. Se tomó el Día de Muertos porque ya se había separado de la cristiandad y lo impulsaron como un elemento nacionalista. Se difundió a través del arte, entonces el mundo comenzó a ver a México. Y nosotros lo hemos conservado. Nos gusta, nos identifica. Por eso cuando tú dices el Día de Muertos no es prehispánico, todo el mundo se viene encima”, concluye.

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