Todos los días, de camino a la escuela de mi hija, paso junto a una señal de tránsito que tiene escrita la siguiente pregunta: ¿y si tu hermano fuera el 44? Este mensaje no exige mayor comentario, sabemos que alude a la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, ocurrida en septiembre de 2014 y cuyo destino aún sigue sin explicación. Estas desapariciones, que tanto han marcado la historia reciente de nuestro país, son el tema central de Cocodrilos, la última novela de la académica y escritora Magali Velasco. Novela que recibió una mención honorífica en el prestigioso premio Ventosa-Arrufat/ Fundación Elena Poniatowska 2024 y que fue también el germen de la película del mismo nombre dirigida por J. Xavier Velasco Vargas, hermano de la autora. Pese a que su primera novela, Cerezas en París (2022), se movía en el territorio de lo íntimo, esta segunda mantiene un hilo de continuidad en la trayectoria narrativa de Velasco, pues su libro de cuentos Tordos sobre lilas (2009) ya perfilaba una preocupación por elaborar una narrativa de urgencia, concentrada en describir el entorno social, determinado por la intrusión del crimen.
A través de la lente del fotoperiodista Santiago Becerril, esta novela aborda la realidad violenta en la que se sumergió Veracruz entre 2006 y 2019 —espacialmente durante el gobierno de Javier Duarte (2010-2016)— y sus consecuencias inmediatas: las fosas clandestinas y la labor que padres y madres, en conjunto con asociaciones civiles y periodistas, realizaron para encontrar certezas.
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Después del asesinato de la profesora y periodista Amanda González —trasunto de Regina Martínez, que fue asesinada en 2012—, su mejor alumno, Santiago, decide continuar con la investigación que a ella le costó la vida hasta identificar a los responsables del crimen, pero más que nada su objetivo consiste en localizar el lugar donde se encuentran los cuerpos. Su compañera en esta misión, que tiene mucho de quijotesca, es su antigua novia Daniela, una arqueóloga submarina que en vez de localizar ruinas descubre cadáveres. Velasco presenta a estos personajes abatidos por la tesitura violenta del día a día, que se pierden en relaciones infructuosas y se dejan vapulear por la pesadilla cotidiana. Es desgarrador atestiguar cómo la violencia merma las esperanzas de las personas, incluso las conduce al absoluto desamparo, como al joven Matías, que fue secuestrado por criminales y obligado a trabajar hasta la extenuación y la completa apatía.
A pesar de que Santiago conoce los riesgos, como el caso del aguerrido fotógrafo, crítico del poder, el Réflex, que por meter la nariz donde no debía, “lo encontraron hecho picadillo, con los testículos en la boca”, emprende su investigación para “buscar otra forma de ejercer el periodismo”. Velasco se impuso la tarea de mostrar la difícil situación de los periodistas que trabajan en Veracruz, el estado, como ella misma señala en la novela, con el más alto número de muertes de periodistas en el país. Bajo este proyecto, la autora indaga en este periodo oscuro de un estado antes célebre por sus festividades que se transformó en un sitio inhabitable. Son muy claros los afectos de Velasco hacia su ciudad natal, cuyas delicias culinarias y hermosos paisajes aparecen constantemente. En el otro lado y de la misma manera se hace patente el dolor que todas las violencias han causado y cómo han modificado la forma de vida de sus habitantes.
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El contexto violento provoca enfermedades mentales, paranoias, delirios, obsesiones, como a Elena, la madre de Santiago, que no puede dejar de desinfectar y limpiar. La corrupción ha invadido todos los estratos, hasta las instituciones de salud mental. En ese escenario, no hay posibilidad ni siquiera para la locura. Porque es justo ella el denominador común.
Esta novela muestra las secuelas de la mal llamada guerra contra el narcotráfico, que además de definir el perfil reciente de México ha determinado algunas de sus principales expresiones de arte. Es más, la misma Magali Velasco, en su libro Necronarrativas en México: discurso y poéticas del dolor (2007-2019), desgrana y analiza las narrativas surgidas en contextos marcados por el sufrimiento y la violencia a partir de las propuestas teóricas del autor camerunés Achille Mbembe. En esta novela, Velasco lleva la teoría a la práctica y nos muestra sin cortapistas la difusa frontera entre el crimen y el poder; el gobierno y el narco. Pues, como el jefe de redacción, Carlos Pereira, le demuestra a Santiago, el objeto político de la violencia no es solo controlar, sino “destruir libertades”.
La violencia se concreta en los cuerpos y no sorprende que sea un fotógrafo quien se encarga de desvelar sus formas más complejas y tortuosas. La imagen construye el archivo y su naturaleza tangible propaga mensajes directos. Los hechos están ahí, con toda su rotundidad. En Cocodrilos no hay espacio para la metáfora, porque las imágenes son reales como puños. Así, “La alberca”, que da nombre al primer capítulo, es el apelativo que distingue a la fosa clandestina en la que las madres buscadoras encontraron 305 cráneos. Mientras que los cocodrilos, que titulan la novela, son los animales que devoran los cuerpos para destruir su rastro.
¿Qué resta cuando la desesperanza es la guía? Plantea esta novela y deja la pregunta sin respuesta, puesto que ante tanta muerte solo queda la zozobra de la duda.
Cocodrilos se mueve en el registro de la novela negra y, al igual que muchas publicadas recientemente, el investigador ha dejado de ser el policía con lupa y gabardina para convertirse en un personaje de a pie. Una persona común, sea un periodista, un escritor, un psicólogo o la madre buscadora. Cuando la policía ha dejado de responder y los políticos mandan callar, son los ciudadanos quienes se encargan de buscar justicia. Como en la novela Niebla ardiente (2021), de Laura Baeza, cuya protagonista y encargada de desentrañar qué le sucedió a su hermana es la traductora Esther, o Darío, el adolescente que busca a su hermano Santiago, en Laberinto (2020), de Eduardo Antonio Parra.
Con una prosa de precisión justa, Cocodrilos recrea el drama de los padres y madres buscadoras que no encuentran a sus hijos y expone sus testimonios llenos de penurias, impunidad, desesperanza y extenuación. Así, don Guadalupe Hernández concluye: “No somos amigos, somos una familia unida por el dolor que quién sabe quién nos causó”.
Stephen Dedalus, en el Ulises de James Joyce, afirmaba que “la historia es una pesadilla de la que intento despertar”, y sabemos que la única manera de no repetir la historia es recordarla y entenderla. Persiguiendo este anhelo, Cocodrilos es una exploración cruda en nuestra memoria reciente, un esfuerzo por sacar a la luz nuestro pasado más oscuro. Y la pregunta prevalece, ¿qué harías si tu hermano fuera el 44?