El suprarrealismo, una de las últimas invenciones de los literatos franceses (André Breton ha publicado en la casa Kra —“Aux Editions du Sagitnire”—el “Manifeste du surrealisme”), no es tan solo una escuela. Es, además, un “bureau”. “Bureau de recher- ches surrealistes”. Este título semejante al de las Sociedades de espiritismo —“recherches psychiqnes”— no hace más que presentar con toda franqueza la verdadera esencia de todas las nuevas escuelas literarias y artísticas. A fin de cuentas, todas ellas han sido y son “bureaux de recherches”, de investigaciones, laboratorios de experimentos artísticos.

Lo grave es que los objetos artísticos no se buscan, se encuentran. Cuando se buscan suele ocurrir lo que le ocurrió a Mr, Howard Carter, que necesitó remover cientos de toneladas de tierra para dar con el hipogeo del faraón. Con resultado menos feliz, estas escuelas no hacen más que acarrear tierra de un lugar a otro. De todo el trabajo no queda más que, en un lado, un agujero sin acabar, que no conduce a parte alguna, y en otro un montón de escombros que, a su vez, habrá de ser removido por futuros investigadores. Recuérdese las toneladas de impresionismo que hubieron de levantar los pintores cubistas.

Esta incesante exploración se practica a todas las alturas; cuando se hubo recorrido la superficie se emprendieron las perforaciones profundas. Ya la sonda, después de atravesar los materiales sólidos, llega a medios distintos, trascendentes; á medios enrarecidos y virtuales situados 'más allá y sobre”, Es lo que significan los nombres de ciertas escuelas: “ultraísmo”, “suprarrealismo”. De la obra de Mallarmé se ha dicho que es una exploración por las últimas capas casi irrespirables, un experimento sobre los con- fines de la poesía. Pero, todas las experiencias sobre las posibilidades de la poesía son más bien comprobaciones definitivas de sus imposibilidades. “De l'eternel azur la sereine ironie accuble le poéte impuissant”. El poeta siempre es “impuissant”, También conviene aquí Ja metáfora de Kant: la paloma que, porque encuentra resistencia en el aire, creyese que Volaría mejor en el vacío.

El suprarrealismo es otra tentativa para suprimir resistencias y rozamientos, eludir la realidad, sustraerse a la lógica y a la práctica. ¿Cómo realizar esta sublime, trágica evasión hacia el vacío? Ya no queda más que un sistema de fuga. No es por los altos caminos de la fantasía y la imaginación, sino a través de un túnel, de un subterráneo: el sueño. Cuenta André Breton que todas las noches Saint-Pol-Roux, cuando iba a costarse, colgaba a su puerta este cartel: “El poeta trabaja”. Pero quien sale de su cárcel por un agujero en el suelo, en realidad no se liberta. Así el sueño nos parece un estado larvado, caótico, discontinuo, intermediario. Según el definidor del suprarrealismo esta falta (de claridad y organización que encontramos en el sueño se debe a que nunca hemos concedido la menor atención a esta parte considerable de la actividad psíquica. Mas si lo sometemos a un “examen metódico”, semejante al que ejercemos sobre los (fenómenos de la vigilia, “llegaremos, por medios aún no determinados, a darnos perfecta cuenta del sueño en toda su integridad”. Este examen requiere “una disciplina de la memoria que alcance a muchas generaciones”. “¡Comencemos, pues, a registrar los hechos más salientes!” A esta urgencia inaplazable debemos la fundación del “burenu del recherches surrealistes”.

Como el laboratorio de química que sólo trabaja en carburantes, el suprarrealismo se ha acotado una zona exclusiva para sus investigaciones. Es el oscuro y profundo territorio del inconsciente, descubierto por Freud. Desde hace pocos años, la crítica literaria —sobre todo la francesa— entusiasmada con el nuevo instrumento psicológico, se vale de las teorías freudianas (véanse las notas: M. G. Morente: “El chiste y su teoría”, núm. 111 de “La Revista de Occidente”; y G. R. Lalora: “La interpretación de los sueños”, núm. XVI para casi todas sus operaciones de análisis). Ciertas bellezas literarias, ciertas imágenes, ciertas características de estilo son obra del inconsciente. Por tanto... (obsérvese el rigor lógico de la conclusión), si dejamos que el inconsciente actúe de continuo, 10 sólo en determinados instantes, y transcribimos sin desfiguración sus inspiraciones, recogeremos una magnífica cosecha de imágenes insólitas y maravillas extraordinarias; la excepción se hará regla. Si los razonamientos tuviesen en arte igual efectividad que en la ciencia, es evidente que el literato suprarrealista. poseedor del mágico secreto, gozaría de todas las ventajas prácticas de una patente. Cada una de sus páginas contendría un mayor tanto por ciento de bellezas, y de bellezas más granadas y robustas. El “Manifiesto de surrealisme”, de André Breton, valdría como el prospecto de un abono o fertllizante espiritual y “Poisson soluble”, que le sigue, como la muestra de la rozagante mazorca cosechada.

En última instancia, el suprarrealismo sigue el procedimiento de otras escuelas extremistas: destacar de entre todos los elementos que juntos constituyen la obra de arte, uno solo —la forma lineal o el volumen o el color o la metáfora— y elevarlo al rango de elemento esencial y único. En la elaboración literaria intervienen multitud de factores conscientes e inconscientes; el suprarrealismo aparta a un lado, suprime los primeros —incluso el gusto artístico, el juicio estético— para dejar obrar exclusivamente a los últimos. Ahora que, por una ironía casual, a veces por una ironía insidiosa de la crítica, es frecuente que se alaben las obras cubistas por ciertas armonías de color, una pintura impresionista por algún acierto de expresión voluminosa y aún en lo que es mera extensión, un cuadro enorme por un milímetro cuadrado pintado con el detallismo de los primitivos. De la misma manera Jean Cassou en sus “Propos sur le sulrealisme'”. (“Nouvelle Revue Francalse”, número 136) observa que “si el interés de los poemas escritos antes de la era suprarrealista consiste a menudo en la parte de inconsciente que contienen, el interés de los poemas de André Breton reside en la parte ineluctable de consciente que los anima y dirige”. La obra de arte, sobre todo los programas de arte, los conceptos estéticos son como un baúl que nunca se acaba de hacer porque siempre se deja algo fuera. Y eso que se deja fuera, siempre parece lo más importante. . La frase “brillar por la ausencia” adquiere aquí su máximo sentido: todas esas escuelas, al conceder toda la importancia a unas cosas, en realidad, han hecho ver la importancia de las que se olvidaban; así que cuando en la obra el ausente se presenta, aun a medias, la fiesta parece menos monótona y aburrida de lo que preveía.

Como se cuenta de Newton que descubrió la gravitación universal en un huerto por la caída de una manzana (del Árbol de la Ciencia), relata André Breton que descubrió el suprarrealismo por la caída en el campo de su conciencia de una imagen terminada y redonda, breve pero completa y orgánica, que carecía de toda relación con sus pensamientos del instante. La imagen era algo así como “un hombre cortado en dos por la ventana”; no es, ciertamente, ninguna perla, pero tampoco la manzana de Newton era la luna. A continuación de aquella imagen, se le “apareció” una serie de frases sorprendentes tanto por su estructura y contenido como porque revelaban que el imperio de la conciencia sobre sí mismas es completamente ilusorio. Mas dejemos la palabra al propio Breton.

“Por ocupado que estuviese con Freud en esta época y familiarizado con sus métodos de análisis que había empleado con los enfermos durante la guerra, me determiné a obtener de mí mismo lo que se les pide a ellos, a saber, un monólogo de elocución rapidísima, sobre el cual el espíritu crítico del sujeto no interviene con sus juicios… En esta disposición, Philippe Souppault, a quien participé mis primeras conclusiones, y yo nos pusimos a emborronar papel, con un loable desprecio de lo que resultase literariamente… Al acabar el primer día, podíamos leernos cincuenta páginas obtenidas por este medio y comparar los resultados. En general, los de Souppault y los míos presentaban una notable analogía: los mismos vicios de construcción, desmayos de igual naturaleza, pero también la ilusión de un verbo extraordinario, mucha emoción, una colección considerable de imágenes de tal calidad que no hubiéramos podido preparar una semejanza con mucho trabajo, un pintoresco muy especial y, aquí y allí, alguna proposición de una aguda bufonería”. Todas esas imágenes así obtenidas, la transfiguración de la realidad, son, pues, creaciones del inconsciente, tan ‘ajenas al que las escribe como a cualquier otro’. Para obtenerlas no hay más que ‘aislarse en un lugar favorable a la concentración del espíritu sobre sí mismo, situarse en el estado más pasivo o receptivo que sea posible’, esperar as ‘apariciones’ con un lápiz, seguir sus contornos sobre un papel: ‘no se trata de dibujar, sino de ‘calcar’, de transcribir al pie de la letra ‘sin ninguna intervención ejercida por la razón, sin ninguna preocupación estética o moral’”.

Al llegar a este punto se me apare- ce más clara la semejanza de estas “recherches surrealistas'' con las “recherches psychiques”, del escritor con un “medium”, del momento de la creación con el trance hipnótico. En efecto, Jacques Riviére contaba hace tiempo que André Breton y sus amigos practicaban el hipnotismo como fuente directa y única de inspiración.

André Breton y Souppault bautizaron con el título de “suprarrealismo''—en homenaje a Apollinaire que lo usara primero—el nuevo modo de expresión con el que iban “a beneficiar en seguirla a los amigos”, a ''sus” amigos. Pero semejante denominación no es como la que el naturalista prende a la pata de un insecto en memoria de su maestro. “Suprarrealismo' implica una concepción teórica, de la cual el procedimiento literario descrito es una consecuencia o aplicación práctica.

La realidad, según André Jireton, se compone de dos capas o estratos: el mundo que percibimos durante la vigilia y el mundo del sueño. Ambos poseen caracteres comunes. De la misma manera que por las mañanas al despertar, nuestra conciencia salva el vacío de la noche viendo nuestro primer acto de aquel día con el último de la víspera, sin que por eso la realidad haya dejado de existir ni de actuar sobre nosotros en el intervalo, así también el sueño es continuo, el sueño de hoy se enlaza con el de mañana y aun durante la vigilia sigue y persiste secretamente. Dormir o despertar es pasar de uno a otro medio, como pausa el pez volador, el anfibio, el inquilino de dos pisos. Pero además todo fenómeno de la vigilia o del sueño es una interferencia de ambos. Ciertos extraños sucesos del alma despierta, en apariencia inexplicables subjetivos, —decimos—, proceden de ese otro mundo psíquico, entonces sumido en la oscuridad. “El espíritu se limita, por ejemplo, a comprobar que tal idea, tal mujer ‘le hace efecto’. A falta de otra explicación, recurrimos al azar, pero “¿quién me dice que el ángulo bajo el cual se presenta esta idea, lo que el espíritu ama en los ojos de esta mujer no es ‘precisamente’ aquello que la enlaza a su sueño, que la encadena a «datos que ha perdido?”.

El suprarrealismo trata de aplicar al mundo del sueño el mismo examen metódico que a la vigilia; así descubriremos su integridad, su realidad, y que esos “efectos” llamados subjetivos obedecen a propiedades y leyes tan objetivas como las del mundo de la vigila, “Yo creo en la resolución futura de esos dos estados, en apariencia tan contradictorios como el sueño y la realidad en una especie de realidad absoluta, de “suprarrealidad”. Ahora se comprende por qué la primera tarea es “calcar”, copiar sin desfiguraciones el mundo del sueño que se presenta, bien espontáneamente, en ciertos instante, bien solicitado de intento por el sujeto.

Este es el suprarrealismo de Breton y sus amigos. Pero, además, hay el suprarrealismo de Yvan Goll y sus amigos, y el suprarrealismo de Morhange y sus amigos de la revista “Philosophies”. Cada uno de estos tres grupos pretende monopolizar el título para sí exclusivo. Así un día el “Bureau de recherches surrealistas” dirigió esta carta a Pierre Morhange: “Usted queda advertido, de una vez para siempre, que si usted se permite escribir la palabra “Surrealisme” espontáneamente y sin avisarnos, seremos más de quince en corregirlo con crueldad. ¡Téngalo usted por dicho!”. A lo cual contestó Morhange: “Venid; y seréis acogidos por una defensa eficiente e implacable. Yo daría mi vida por mi honor y la daría en defensa de una coma. Mis amigos y yo —ya lo preveía — vamos a ser los últimos defensores de la libertad humana”. Ahora sería el momento de mostrar el estilo de “Pulson soluble”; pero crea el lector que la teoría es más entretenida que el resultado y, como tantas veces en Francia, estos incidentes de la vida literaria más divertidos que la propia literatura.

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