En sus célebres tesis sobre la nouvelle, Ricardo Piglia habla de esa pequeña comunidad que integran quienes están involucrados en un relato: autor, narrador, personajes y lector. Para el autor de Plata quemada, la ruptura con la tradición de la novela clásica tiene que ver con una herencia de Henry James: la aparición de cierto tipo de narrador que califica como débil no por su falta de contundencia, sino porque en vez de certezas alberga dudas respecto a la forma en que narra hechos que ya han sucedido, pero que no tiene del todo claros. Otra característica es la existencia de secretos, es decir, información que alguien oculta (a menudo crímenes o hechos vergonzantes). Casi siempre los secretos están localizados, es decir, escondidos en un sitio físico. Hallar ese sitio significa acceder al secreto, la pieza que falta para comprender la historia. Así, el narrador termina por ser un investigador que, al rastrear el paradero de un secreto, busca descifrar su entorno.

Estos hallazgos definen la estrategia narrativa con la que Antonio Ramos Revillas ha construido su más reciente novela, Playa Bagdad (Alfaguara, 2024). Se trata del regreso a la novela de un autor muy reconocido por la amplitud y la variedad de sus intereses y sus registros. Distinguido con premios como el White Ravens, otorgado por la Biblioteca de la Juventud de Múnich, el Fundación Cuatrogatos a lo mejor de la literatura infantil y juvenil en español, el Nacional de Cuento Julio Torri y el Salvador Gallardo Dávalos, así como las becas del Centro Mexicano de Escritores, la Fundación para las Letras Mexicanas y el Sistema Nacional de Creadores de Arte, Ramos es un escritor que destaca por su disciplina y por la versatilidad de su pluma.

Playa Bagdad arranca en un momento decisivo para los hermanos Miguel y Marcelo Santiago, ambos avecindados en Monterrey. Marcelo llama a Miguel con una noticia terrible: le cuenta que está en Matamoros, Tamaulipas, a donde ha acudido en un viaje de trabajo acompañado por sus padres. El problema, confiesa atribulado, es que lleva dos días sin saber de ellos. Está seguro de que los han secuestrado.

Así, la novela comienza in medias res y rápidamente nos arrastra en un relato vertiginoso, forjado con la tensión de un thriller. Una búsqueda desesperada que a cada paso se complica, pues no quedan rastros de los abuelos desaparecidos: peor aún, los empleados del hotel aseguran que no los han visto. Las pesquisas deben ser cautelosas, pues la capital del algodón es un entorno muy castigado por la violencia, en donde el crimen organizado suele imponer sus condiciones.

Tal pesadilla es apenas el comienzo de Playa Bagdad. Ramos ha sabido encontrar la mejor perspectiva para contarnos ese drama. Los hechos no nos llegan relatados por Marcelo sino por Miguel, quien al recibir la llamada de su hermano se desplaza a Tamaulipas para organizar un operativo de búsqueda. El horror aumenta cuando, ya en Matamoros, Miguel descubre que también su hermano ha desaparecido, al parecer siguiendo una tenue pista que sugiere que los ancianos podrían estar en Playa Bagdad, población cercana que en otro momento reflejó la bonanza de la región pero que ahora es poco menos que un pueblo fantasma.

Con una estructura precisa y muy bien planeada, la novela atiende al consejo de Edgar Allan Poe: aún los más pequeños elementos refuerzan el efecto deseado en los lectores. Un ejemplo es el pasaje en donde los hermanos sintonizan por casualidad un documental sobre ciudades muertas como Pripyat, población al norte de Ucrania que debió ser evacuada tras la explosión del reactor nuclear de Chernóbil, o Belchite, pueblo arrasado durante la Guerra Civil española. El documental, que para Miguel resulta anecdótico, cimbra a Marcelo, quien se aficiona a investigar sobre estos territorios amenazados por el olvido. De este modo, cuando Miguel llega a Puerto Bagdad, le resulta inevitable recordar que su hermano “amaba las ciudades perdidas, las ciudades borradas por la historia que buscan siempre a alguien que las pueda contar a los demás”.

Intercalados con las pesquisas de Miguel, leemos pasajes que recrean el pasado de la familia Santiago: viajes y festejos pero también peleas, desacuerdos y momentos amargos. Muy unidos desde pequeños, los hermanos mantienen una difícil complicidad que en todo momento amenaza con romperse, pues han desarrollado ideas y formas de vida muy distintas. Mientras Marcelo es divorciado y salta de un empleo a otro sin lograr establecerse en ninguno, Miguel es casado, tiene dos hijas y un empleo fijo. Con enorme habilidad, el autor desplaza la narración a un tono intimista, reflexivo, en donde las emociones y los recuerdos pesan más que los hechos. Miguel se ve obligado a analizar las memorias familiares. La tensión no decae, sino todo lo contrario: para destrabar la difícil situación que atraviesan los Santiago, esas pesquisas internas son indispensables. La historia gana en profundidad, pues lo que comienza como una novela de enigma, un desafío intelectual, se transforma en un viaje emocional del que nadie sale ileso, ni siquiera nosotros como lectores.

Después de Henry James los relatos no plantean certezas absolutas, sino verdades provisionales que se modifican cada vez que se agregan nuevas piezas al rompecabezas. Esa es acaso la mayor entre las muchas virtudes de esta novela: al modificar el papel de los personajes, Playa Bagdad cimbra al lector y le obliga a replantear sus juicios sobre lo leído: la historia que leemos cambia según el personaje que la cuente. A fin de cuentas, ¿no es así como opera la memoria?

En un México abrumado por el aumento en las listas de desaparecidos, el secreto que se revela en Playa Bagdadnos hace ver qué necesario es desplazar las narrativas del crimen de tratamientos fríos y mecanicistas que simplifican la realidad, haciarelatos que, como hace esta novela, contemplen la subjetividad y las emociones de quien nar

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