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Este libro llega en un buen momento porque estamos en un momento en el que podemos valorar mejor lo que han sido estos últimos seis años. La revolución imaginaria. El obradorismo y el futuro de la izquierda en México (Océano, 2024), de Carlos Illades, es crítico pero ofrece argumentos que son importantes y que justifican su diagnóstico. Algunas de las cuestiones que toca han sido poco discutidas entre la izquierda de México, aunque cada vez soy más escéptica para hablar de perspectivas progresistas cuya ideología sea ciertamente de izquierda y veremos por qué.
Cierto, el obradorismo, como lo llama Illades, no sólo desconcertó a la gente de derecha sino a mucha gente de izquierda que, indudablemente, votó por él convencida de que este cambio era y es importante. Sin embargo, la transformación anunciada deja muchas expectativas sin cumplir, adolece de problemas vinculados con viejas tradiciones del PRI; y lo más sorprendente, los diversos grupos no homogéneos que deseaban más inversión en educación, cultura y sanidad, así como el fortalecimiento de las instituciones democráticas, quedan muy descontentos con estos años de obradorismo. El diagnóstico de Illades es certero: hay un vaciamiento del Estado, la desaparición de organismos de control y evaluación de sus funciones, un creciente militarismo y políticas extractivistas con una visión de la sociedad conservadora.
Lo más preocupante de la situación actual es el apoyo irrestricto y el fortalecimiento de las instituciones militares, dotándolas incluso de nuevas fuentes de ingresos, haciéndolas responsables de muchas tareas y beneficios que antes no tenían. El apoyo total de López Obrador a los militares lo ha hecho enfrentarse con los padres de los desaparecidos en Guerrero y también es sorprendente su reacción crítica ante las exigencias de GIEI y las familias que exigen que los militares aporten material, sobre todo de lo que sabían y que aún ocultan en sus cuarteles. Es difícil aceptar que López Obrador los ha defendido y que exigió la liberación de general Salvador Cienfuegos en los Estados Unidos para luego condecorarlo. Este es uno de los aspectos mejor analizados en el libro de Illades, pues él conoce muy bien el tipo de guerras internas y de violencia en las que ha jugado una parte esencial el Ejército.
También me parece relevante que se afirme claramente que los objetivos de la propuesta de López Obrador sobre cómo combatir la pobreza y la exclusión siguen siendo importantes y necesarios. La gran desigualdad y la extrema pobreza son el resultado de muchos malos gobiernos, agudizados con los últimos gobiernos del PAN y del PRI. Esto conviene recordarlo ahora. Es cierto que la exclusión puede ser parte de siglos de descuido y de inatención, pero pensar que se puede establecer una relación entre causas y efectos no solo es simplista, es voluntarista. Illades es muy claro, ni el diagnóstico puede probarse, ni existen datos empíricos que muestren que estas medidas han sido efectivas con respecto a cómo jóvenes han ingresado ahora en universidades y haya mejorado la situación de violencia en el país. Lo preocupante es que Claudia Sheinbaum repite este diagnóstico causalista sin poder ofrecernos algo más que no sea el puro voluntarismo ingenuo.
Los argumentos de Illades son suficientes para poder coincidir con él en varios rubros importantes. López Obrador funcionó como un “significante vacío”, es decir, diversos grupos proyectaron sus deseos en su persona y lo dotaron de cualidades que empezaron a desdibujarse desde los primeros días de su gobierno. López Obrador fue un militante del PRI, formado entre sus filas y comparte todavía muchos de sus rasgos políticos. Como lo describe Illades, es un conservador cuyo “humanismo” se decanta más bien por un romanticismo cristiano. Sus políticas tienen aspectos muy regresivos, como la importancia que para él tienen las tres dimensiones que configuran su visión de la sociedad. La familia tradicional y cristiana, en donde los temas del cuidado están claramente asignados a las mujeres (madres y abuelas). La Iglesia y su papel como portador de los valores más tradicionales tomados incluso del catecismo más elemental. Y el papel clave del Ejército, porque él le ha asignado una gran responsabilidad en la vida política y económica del país. Este texto prueba claramente que López Obrador no tuvo un gran proyecto ambicioso de “redistribución real de la riqueza”, ni contó tampoco con un método efectivo para mejorar los pagos de impuestos de la oligarquía, la cual aún continúa ejerciendo privilegios. El nivel de recaudación de impuestos es todavía uno de los más bajos del mundo. Sin embargo, sus relaciones con los millonarios no han sido lo que se esperaba de él, sino una especie de combinación extraña entre palos y luego abrazos.
No se equivoca Illades al mostrar que son los historiadores quienes mejor pueden hacer un balance crítico de lo que significa un gobierno populista a punto de terminar. De esta forma, se evita utilizar al concepto como insulto y se muestran los resultados de políticas y estrategias, de personalidad y de relaciones, en suma, de lo que supuso realmente los rasgos más populistas de López Obrador. Lo primero es que supo utilizar un discurso divisivo señalando permanentemente a los buenos, el pueblo, de los malos, todos los que él no considera buenos, como la oligarquía, los intelectuales, los artistas, los medios de comunicación, los periodistas mexicanos y extranjeros, los diarios y hasta las instituciones extranjeras de todo tipo. El performance discursivo tiene que actuarse todos los días porque señalar a su vez enemigos contribuye a fortalecer su figura como la del salvador del pueblo. Es él quien se encarga de describir lo que son las amenazas externas, los enemigos del pueblo, los conservadores que no quieren el cambio. Así, aparecen los rasgos centrales de su hiperpresidencialismo, del vaciamiento institucional y la necesidad de su constante visibilidad, porque sin ello no se refuerza el tejido afectivo y corporativista de su performance diaria y la crítica cada vez más abierta a los medios de comunicación y a los intelectuales.
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe tomaban de Gramsci la idea de la construcción contrahegemónica, que definían como las lógicas de coincidencias en objetivos o fines entre distintos grupos creando así alianzas que podían terminar por acceder al gobierno. Illades describe algo muy parecido: “El presidente tabasqueño acrisola un conjunto de grupos e intereses en una coalición política precaria, carente de fundamento ideológico o de un programa común de gobierno, al modo bonapartista” y “se emplaza (por) encima de los grupos sociales y arbitra sus disputas” (p.19). Esta es precisamente la veta histórica de la descripción de ciertos populismos como el de Argentina en la época de Perón, aunque ahí el carisma pertenecía más bien a Eva Perón y no al militar. La descripción de Illades es tan precisa que constatamos cómo en lugar de acabar con la tradición presidencialista, lo que AMLO logró fue su radicalización con el hiperpresidencialismo (p.19). Aupado por la fuerte personalidad autoritaria, el presidente López Obrador no descuida ni un sólo nivel en el control de todo lo que ocurre en el país, como por ejemplo, cuando obligó a las compañías aéreas nacionales y extranjeras a trasladar todos sus vuelos de cargo a su apreciado aeropuerto y convirtió esta exigencia en ley para que su aeropuerto tuviera actividades. También ha intervenido una y otra vez metiéndose con la UNAM y cuestionando su la autonomía y sus logros académicos. Y mucho peor ha sido el destino de la UAM o de otras instituciones de educación superior.
Su gobierno carece de políticas ambientales y su preocupación por la generación de riqueza es extractivista. Se trata de las visiones desarrollistas calcadas de los años 60 en donde las políticas dependían del petróleo, de la minería y del turismo a gran escala. Hoy día, los presidentes de Colombia como Petro o Lula en Brasil tienen claro que han de dedicar sus mayores esfuerzos a reducir las energías contaminantes y los daños ecológicos. Este será el único camino viable para compartir con todos, porque nos aquejan problemas como la escasez de agua y los desastres a los que antes llamábamos como naturales.
López Obrador prometió mucho y ha habido algunos cambios importantes, pero la suya, como bien lo prueba el libro de Illades, es más bien una revolución imaginaria. El neoliberalismo no ha desaparecido porque este lo comanda el sector financiero mundial y han logrado la completa uberización de las sociedades en todo el mundo. Algunas prohibiciones, como el outsourcing, son importantes pero insuficientes, porque las condiciones de trabajo y la precariedad salarial siguen siendo partes de la vida cotidiana de muchos mexicanos aquí y en el extranjero. La masiva presencia de las Fuerzas Armadas es mucho peor que cuando Calderón hizo su guerra contra el narco. La Cuarta Transformación reforzó sólo al Ejecutivo a expensas de las demás instituciones de la República. Hoy día el crimen organizado rige prácticamente muchos de los estados del país. Y si López Obrador “tuvo la oportunidad de hacer un cambio sustantivo en el país”, la desperdició claramente. “El obradorismo se diluyó como proyecto de izquierda y fue acentuando las taras de la cultura priista en su seno”. Las personas que forman parte de esa extraña entidad que es Morena mostraron una incapacidad intelectual y han persistido en justificar las acciones gubernamentales en lugar de propiciar mejorar las propuestas del propio ejecutivo. Esa es, en mi opinión, el resultado de crear un movimiento en donde se carece de un verdadero programa ideológico.
Illades es muy crítico con la parte en la que López Obrador hace un uso conveniente de la historia manipulando su periodización con fines políticos. Aunque debo reconocer que López Obrador tuvo el mérito de haber sabido construir la idea de su proyecto ligándolo a eso que él llama la Cuarta Transformación. Historia y política son inseparables. Aquí la historia funciona como una memoria selectiva en la que la narrativa se erige a partir de tres periodos bien conocidos por la ciudadanía: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Y claro, López Obrador supuso el paso hacia una Cuarta Transformación.
Así, Illades nos muestra que en lugar de ir por el camino de la profesionalización de la burocracia civil y de la rendición de cuentas, el poder se centralizó totalmente en la figura del “líder”. La mutilación indiscriminada del aparato administrativo y la cesión de competencias a las fuerzas armadas son el legado de este populismo. Sin embargo, las cuentas o el saldo de estos años en las esferas de la educación, de la cultura y de la salud fueron tan magros que bien podríamos decir que es ahí en donde se ha instaurado la austeridad neoliberal, dejando que estos ámbitos que son obligación de los proyectos de un Estado social se mueran ahora por inanición y que sean actualmente las universidades privadas las que se ocupen de educar a amplios sectores de la sociedad. Termino con unas palabras de Illades que ejemplifican bien este legado: “La ladera progresista de la sociedad no tiene acomodo dentro del esquema presidencial, que sintetiza la visión y los valores del mexicano común, incluidos prejuicios y fantasías… Ese segmento social que desdeña es de donde salen los intelectuales (en el sentido amplio del término), los cuales se ocupan de la dirección de la sociedad en sus múltiples niveles. Conservar este aliado es fundamental, pero no basta con ofrecerles la salvación” (p. 82).