
Historia y performance
En 2004, el filósofo travesti peruano Giuseppe Campuzano (1969–2013) creó el Museo Travesti del Perú (MTP), un proyecto que combinaba performance e investigación histórica para ofrecer una contralectura de la historia oficial del país. A través de imágenes, documentos, objetos y artefactos culturales, el MTP proponía una revisión crítica de la historia del Perú desde la perspectiva de una identidad ficticia que Campuzano llamó el “andrógino indígena / travesti mestizo”. Su objetivo fue posicionar a los cuerpos trans, intersex y andróginos como protagonistas activos en la construcción de la historia.
Este proyecto no fue individual; se nutrió del apoyo y la complicidad de una red de amistad y complicidad conformada por compañeras travestis, trabajadoras sexuales y otros cuerpos sexodisidentes que resistían a diario la imposición de identidades normativas. El MTP se alimentó de los juegos de transformismo, travesuras y afectos compartidos desde los años ochenta, especialmente con sus amigas más cercanas.
A partir de esa red colectiva, Campuzano desarrolló un archivo vivo que desafiaba los relatos oficiales del Estado-nación, ofreciendo una narrativa alternativa cargada de humor, inteligencia y rebeldía. Su investigación sobre las genealogías del travestismo no solo recuperaba representaciones indígenas, prácticas rituales de civilizaciones precolombinas y un amplio número de figuras históricas olvidadas o condenadas, sino que las convertía en herramientas políticas para imaginar otras realidades posibles desde una posición disidente, insolente y subversiva.
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Museo, quiosco, archivo
La primera aparición del Museo Travesti del Perú fue en 2004 con la intervención titulada Certamen: El otro sitio, presentada en el Museo de Sitio de la Batalla de Miraflores –un museo dedicado a la Guerra del Pacífico, entre Chile, Perú y Bolivia, a finales del siglo XIX. El título jugaba con el doble sentido de "certamen" como concurso de belleza y combate militar, para tensionar el relato heroico de la guerra del Pacífico con la presencia de comunidades sexodisidentes históricamente marginadas. En ese espacio, el MTP intervino la exposición permanente sobre la guerra para superponer imágenes, objetos y representaciones de la cultura travesti, subrayando cómo la narrativa del heroísmo patriarcal es la base de muchos de los relatos del Estado-nación. Su exposición fue una parodia crítica del militarismo y la masculinidad hegemónica, exponiendo el carácter colonial y excluyente de los discursos históricos oficiales.
Tras esta primera exposición, el museo volvió a aparecer pero en un quiosco móvil —una caseta rosa itinerante— que se instaló en distintos espacios públicos del centro de Lima. Este museo nómada empezó a plantear preguntas sobre quién tiene el derecho de narrar la historia y desde qué lugares se construyen los relatos inscritos como verdad social. A diferencia de las instituciones tradicionales, el MTP no buscaba integrar a las disidencias sexuales en los discursos oficiales, sino subvertirlos. Funcionaba como un artefacto teatral que visibilizaba la arbitrariedad de las identidades impuestas y desestabilizaba la figura del sujeto heterosexual como norma universal.
Además de su carácter performativo, el museo móvil evocaba otras formas de desplazamiento: la migración de cuerpos mestizos y populares del campo a la ciudad, así como también esas otras formas de migración de cuerpos que se encuentran constantemente entre la vida y la muerte producto de las violencias estructurales: las personas seropositivas, sin papeles o intersex. Su capacidad de "parasitar" cualquier escenario —desde plazas hasta universidades— permitió al MTP lanzar preguntas que buscaban renovar las gramáticas de acciones del activismo tradicional, proponiendo en su lugar un sujeto político inestable, cambiante y no clasificable.
Esta propuesta experimental y punk reescribía la historia desde los márgenes, construyendo sus propios referentes y saberes, y afirmando la potencia política de las identidades que no encajan en las categorías establecidas.
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Cartografías blandas
El Museo Travesti del Perú planteaba dos preguntas fundamentales: ¿cómo narrar la historia de sujetos constantemente borrados del relato oficial? ¿Qué formas de saber producen los cuerpos sexodisidentes, aún excluidos de los sistemas tradicionales de validación del conocimiento? Frente al silencio y la invisibilización sistemática en los archivos y narrativas dominantes —cuando no a su persecución y patologización—, el MTP proponía construir nuevas cartografías travestis y transfeministas. Las narrativas del museo no aspiraban a un mero reconocimiento de identidades preexistentes, sino a fantasear con un amplio espectro de subjetividades inventadas y cuerpos posibles por venir. Al hacerlo, interrumpía la continuidad hegemónica de la historia, proponiendo alianzas entre cuerpos disidentes —vírgenes andinas, indígenas emplumados, guerreros maquillados, chamanas, peluqueras, bailarinas andróginas— que desafiaban los marcos coloniales y binarios del género y la sexualidad.
El museo operaba como una plataforma para estos cuerpos despreciados, que retornaban desde los márgenes no para pedir inclusión en términos normativos, sino para celebrar su monstruosidad como resistencia a las políticas de la decencia y la identidad fija. Así, el MTP revelaba el carácter político del museo como institución: en un contexto donde el mercado ha convertido las identidades en mercancía, y los museos tradicionales evitan comprometerse con la política sexual, el MTP se erigía como un gesto radical. No sólo redibujaba el papel del museo como aparato de representación y gestión del deseo, sino que lo convertía en una herramienta crítica capaz de cuestionar quién narra, desde dónde y para qué cuerpos están dirigidos esos relatos.
Montar un museo travesti significaba, por un lado, reconocer que el sujeto político ha cambiado —las luchas del feminismo se habían ensanchado a partir del activismo de personas trans, trabajadoras sexuales, intersex, personas diverso funcionales y formas de vida disidente inclasificables—, y por otro, denunciar que el museo mismo es un dispositivo que regula la mirada, el placer y produce sujetos sexuales. Frente al museo hegemónico moldeado por el neoliberalismo cultural, el MTP irrumpía para ofrecer un contra-modelo: un archivo viviente, mutante y rebelde.
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Robar la historia
El Museo Travesti del Perú desarrolló lecturas torcidas de la historia mediante la invención de categorías efímeras como “plumaria”, “épica” o “mestizaje”, que le permitían reconfigurar su colección y archivo desde una mirada travesti lúdica. Por ejemplo, la categoría “plumaria” trazaba un recorrido visual que iba desde un dibujo del atuendo imperial emplumado de Manco Cápac realizado por el cronista anticolonial Felipe Guamán Poma de Ayala en 1615, pasando por pinturas de ángeles barrocos de la Escuela Cusqueña de Pintura entre el siglo XVII y XVIII, hasta vedettes y drag queens contemporáneas. En “mestizaje”, se articulaban cuerpos e imaginarios migrantes y queer: tapadas limeñas, cantantes chinos travestidos del siglo XIX, y figuras racializadas y mariconas en registros científicos de la época republicana.
Giuseppe Campuzano también teatralizaba los materiales del museo: junto con sus colegas y amigas, encarnaban los personajes inspirados en cerámicas mochicas, santas apócrifas o máscaras andinas, erotizando y vitalizando los objetos a través de performances y bailes rituales. Estas acciones convertían a los personajes del museo en herramientas que podían ser usadas en el presente. Siguiendo una reflexión del crítico queer Gregg Bordowitz, las reescenificaciones de cuerpos no normativos funcionan como actos para tomar control de la historia: “En lugar de producir una ruptura revolucionaria con la historia, el artista repite momentos de liberación cuir una y otra vez al punto donde el pasado se convierte en un tiempo presente permanente”. Así, en este presente continúo, los cuerpos y memorias travestis vuelven como sujetos activos y deseantes.
Un aspecto fundamental de este trabajo fue la creación del Archivo travesti a partir de recortes de prensa desde los años 60 que documentaban la mirada violenta, moralizante y sensacionalista sobre cuerpos travestis y homosexuales. Campuzano solía decir que el principal biógrafo que había tenido el cuerpo travesti era la prensa y por ello mismo era importante volver a ella para entender cómo se había modelado la mirada social y desmantelar sus efectos transfóbicos. Una de esas formas fue devolver ese archivo hacia la propia calle en diversas acciones. En 2006, durante una campaña electoral marcada por discursos homofóbicos, Campuzano junto a un grupo de amigas travestis y trabajadoras sexuales ocupó una avenida central de Lima con imágenes del archivo sostenidas sobre sus cuerpos.
Este mismo archivo fue también llevado a espacios públicos como plazas o universidades, ofreciendo nuevas formas de encuentro y memoria colectiva. La operación no solo devolvía a la mirada pública la presencia a cuerpos borrados, sino que además reclamaba una historia en donde la perspectiva y experiencia travesti era capaz de producir un saber distinto al de la mirada heterosexual. Esas acciones, a la vez, resignificaban los documentos del archivo: ya no eran simples pruebas del estigma, sino herramientas de afecto, resistencia y reapropiación del pasado.
Los futuros que merecemos
Las historias y objetos que nos ofrece el Museo Travesti del Perú no solo reescriben el pasado, sino que también abren caminos para imaginar nuevas formas de existencia y acción política. Reapropiarse de aparatos institucionales como el museo no es solo un gesto estético, sino una forma radical de intervención social que permite pensar futuros posibles desde lugares que antes fueron negados.
Campuzano subraya que el silencio histórico en torno a las sexualidades disidentes no ha sido accidental, sino una estrategia sostenida de exclusión. Como señala el escritor y activista norteamericano Douglas Crimp, “lo que está en juego no es la historia per se, que en todo caso es una ficción, sino qué historia, de quién es esa historia y qué intención tiene”. En ese sentido, el Museo Travesti formuló la pregunta clave: ¿qué relatos necesitamos para sobrevivir y resistir?
La propuesta del museo fue la creación de ficciones retrospectivas: narrativas propias, no normativas, que desestabilizan los grandes relatos oficiales y permitan liberar una infinidad de versiones disidentes de la historia. Sin estas historias sería imposible imaginar ninguna imagen que valga la pena del futuro.
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