La narradora, ensayista y abogada chilena Alia Trabucco Zerán, reconocida con el premio literario francés Femina en la categoría de Novela Extranjera con Limpia (Lumen, 2022), se convirtió en la primera escritora latinoamericana en recibir este galardón fundado en 1904 y cuyo jurado está conformado exclusivamente por mujeres. Conversamos con la autora sobre el dolor y el duelo como asuntos centrales de su obra, las lecturas que han sido insumo de su escritura, el diálogo incesante de las literaturas de la región y la “literatura de mujeres” como etiqueta que devora y borra la historia.
¿Cómo ha abordado usted el duelo y el dolor en su escritura?
Es interesante porque siento que es una especie de macrotema −no estrictamente ceñido a la muerte− que de alguna manera está presente de manera muy fuerte en los tres libros que he publicado hasta ahora. Yo diría que en mi primera novela, La resta, los hijos de militantes de izquierda que lucharon contra la dictadura están viviendo el duelo por una herida que no es estrictamente propia. Ahí hay una pérdida de algo que en realidad nunca tuvieron del todo, porque corresponde más bien a la generación de sus padres, y es una pérdida de ideas o de proyectos de futuro; es una idea de duelo mucho más amplia.
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¿Cómo abordó estos temas en Limpia?
En el caso de Limpia la pérdida y el duelo están muy presentes, no solo porque se repite el tema de la muerte, sino porque también el personaje vive el desarraigo −pensando de nuevo el duelo como macrotema−, asunto que produce un dolor y una pérdida muy grande. El desarraigo es una zona muy rica para explorar esa sensación de dolor y también da lugar a un anhelo que persiste alrededor de aquello que se perdió y que, como en la muerte o en una separación, de alguna manera se sabe que no se va a recuperar. Es curioso porque hice varias lecturas sobre el duelo, básicamente psicoanalíticas, de Freud, a propósito de esa violencia y de una especie de pérdida de lo tradicionalmente femenino. Es un tema con el que, efectivamente, yo creo que he ido coqueteando de manera muy directa o de maneras un poco más zigzagueantes. Son temas profundamente humanos y, por lo tanto, muy universales, que la literatura aborda desde muchos puntos de vista.
¿Quiénes la han nutrido y qué lecturas la han inspirado o han sido insumo para construir su propia escritura?
Diría que gran parte de la literatura que a mí más me gusta es esa, la que de maneras más líricas en ocasiones, menos directas incluso, aborda estos temas. Una autora esencial para mí, cuya obra –o casi toda− versa sobre el duelo o sobre el dolor, es Herta Müller. Pienso en Todo lo que tengo lo llevo conmigo, que desde el título también te dice de alguna manera qué es lo que quedó atrás; ese dolor está muy presente en su obra. Pero pienso también, mucho más específicamente, en Faulkner y Mientras agonizo, una novela sobre la pérdida de manera mucho más directa porque trata sobre un entierro. Me parece que ahí también está muy bien trabajado ese punto en términos del lenguaje, que también es algo que se va ganando y perdiendo porque se va transformando a medida que pasa el tiempo. Yo he vivido en distintos países y eso también ha transformado mi castellano enriquecido con otras lenguas, el contacto con personas de otros países latinoamericanos, sobre todo, y de qué manera eso implica un alejarse del origen y un acercarse a otras formas que también suponen una pérdida y una ganancia, por supuesto. También se me viene a la cabeza Raúl Zurita, en términos de la poesía chilena y alguien que ha trabajado intensamente ese punto del duelo y del dolor. Otra chilena contemporánea, la queridísima Nona Fernández, ha trabajado muy prolija, detallada y bellamente el tema de la memoria y el duelo. Es una lectura que me ha interpelado.
Usted siente que, en medio de la diversidad de escrituras, ¿hay algo que uno pueda considerar una inquietud común en la literatura chilena de hoy?
América Latina ha pasado por ciertos procesos históricos que hermanan a sus países; en la singularidad y particularidad de cada experiencia política también hay rasgos en común de nuestras historias de los últimos cincuenta años −y para atrás también, por supuesto−. Creo que eso hace que en ciertos momentos se produzcan nudos de comunicación entre las literaturas, especialmente las del Cono Sur con el tema de la memoria y las dictaduras, y los distintos ángulos desde los que se han trabajado, tanto desde lo más lírico, como las novelas ya propiamente dictatoriales y las de la posdictadura.
De ahí las coincidencias temáticas…
… pero con una enorme diversidad de voces y perspectivas. Es muy interesante pensar las diferencias de los casos argentinos y chileno porque en el primero hubo un proceso político de verdad y justicia y en tribunales mucho más fuerte, comparado con el proceso chileno, que fue mucho más trunco y fallido, y eso tuvo consecuencias también en el tipo de literatura que se produjo un tiempo después. Me parece que es muy interesante e indudable que se produzcan estos parentescos, porque nos leemos también. Hemos vivido experiencias políticas similares, pero también nuestros castellanos −en plural, porque son muy distintos− nos permiten leernos mutuamente con gran placer y mucho interés. Se siguen produciendo esos nudos, esas coyunturas de cierta coincidencia en medio, claro, de las especificidades de país. Si vamos todavía más ampliamente a América Latina y no solamente al Cono Sur, la violencia hermana muchísimo la literatura latinoamericana. Pienso en la novela del boliviano Maximiliano Barrientos, En el cuerpo una voz, que es de una violencia tremenda y digo: Esta novela podría ser chilena, colombiana, mexicana, qué duda cabe. Dentro de esa especificidad y la diversidad hay unos vasos comunicantes o unos diálogos inevitables y muy hermosos entre libros que se hermanan.
Limpia es un ejemplo de cómo están dialogando las literaturas latinoamericanas contemporáneas. ¿Cómo ve esa especie de sello de época, de lo que se está narrando hoy?
Yo creo que, por un lado, es indudable la influencia de escritores y escritoras del siglo veinte en autorías contemporáneas, tanto por el rescate que se ha ido produciendo, por ejemplo, de escritoras que en su época no fueron ampliamente leídas y que ahora aparecen, como con Norah Lange, Silvina Ocampo, que también está volviendo a tener una circulación más amplia, pero también pienso en una novela que a mí me gusta mucho, de una autora contemporánea, Fernanda Melchor con Temporada de huracanes, totalmente emparentada con García Márquez de un modo ineludible y muy lindo. Pienso en mis propias influencias de la literatura chilena, de autoras vivas como Diamela Eltit, que lleva ya muchos años publicando y escribiendo, pero también de autores largamente muertos como Carlos Droguet, Manuel Rojas, Marta Brunet, que también ha tenido una relectura muy influyente. Ahora, si hay algo propiamente contemporáneo, creo que son esas preguntas difíciles que es difícil ver desde el presente, porque tenemos poca perspectiva. Podría decir, sin tanto miedo a equivocarme, que las novelas se han vuelto más cortas, más breves, como un rasgo contemporáneo. ¡Las temáticas también son tan diversas! Uno agarra un libro de Lina Meruane, una autora esencial de la literatura contemporánea, también muy tributaria de estos autores chilenos que yo estaba mencionando, y sin embargo tiene rasgos muy peculiares también que son suyos −no sé si son epocales o si son simplemente suyos−.
¿Cómo lee usted el rótulo “boom de escritoras”?
Como muchas etiquetas, me parece bastante compleja, en primer lugar porque tiende a borrar; es como si las mujeres hubiésemos empezado a escribir ahora, cuando resulta que las mujeres siempre hemos escrito. Hay una larga tradición, y plantear que esto recién está ocurriendo ahora me parece una cosa devoradora, un borramiento histórico muy fuerte. Por supuesto, me parece fundamental que se visibilice que las mujeres efectivamente estamos escribiendo, no ahora solamente, sino hace mucho tiempo, pero por otro lado, esa visibilización tiene su lado B.
Termina siendo un arma de doble filo…
Sí; lo es en el sentido de que el genérico masculino sigue quedando intacto. Me parece que esa especie de guetización de la escritura de mujeres −como si tuviera algo en particular, rasgos esencialmente femeninos, todas las cosas con las que yo, la verdad, no comulgo− puede producir ese efecto de rebote respecto del genérico. Cuando presenté Limpia en España me producía cierto resquemor que se hablara de lo latinoamericano en oposición al español, cuando hay una multiplicidad de países, una multiplicidad de castellanos, una multiplicidad enorme de escrituras que se están contraponiendo a un país específico en Europa. Me parece que ahí también hay una especie de visión colonial que hay que tratar de ver, de contener. Por supuesto que tenemos muchos elementos en común en nuestra historia latinoamericana, en nuestras literaturas, pero también es una diversidad gigantesca y hay que tener cuidado de no meter todo en el mismo saco.
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