“Un cráneo es una cueva donde un animal duerme y sueña en círculos”, dice el poeta, ensayista y traductor venezolano Adalber Salas Hernández en este libro que es museo y performance, visita y recorrido, gabinete de curiosidades. Crania (Letra Muerta Inc.) es el objeto visual, textual y táctil con el que el equipo de este estudio de diseño y centro de archivos nacido en Venezuela y hoy instalado en Estados Unidos (en Nueva York, más exactamente) nos poetiza esa bóveda, la caverna cuyas capas nos cuentan sobre los milenios de la evolución, el horizonte de hueso que nos narra como seres vivos y muertos.
Los textos de Salas Hernández, traducidos al inglés por Robin Myers y puestos a andar dentro de la exquisita materia visual creada por Jesús Hernández Verano, nos sumergen en esa ánfora, casa y cáscara del pensamiento, el casco en el que habita el imperio minúsculo que es el cerebro. Este libro es excusa perfecta, además, para hablar de nuestro ser animal, del colonialismo y las conquistas salvajes, de las violencias históricas, de la religión impuesta.
Superando la común representación de la muerte, Crania nos revela la manera en que este “universo interior, límite óseo de un cosmos en miniatura” es manifestación de la promesa del tiempo, del paso de los siglos, el sedimento de otras eras y la vida que no cesa.
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¿Cuál es el germen de este libro?, ¿en qué momento nació la idea de narrar, poetizar, ilustrar el cráneo?
Empezó hace unos años, cuando tuve la oportunidad de visitar el estudio de Jesús Hernández Verano; allí me mostró varios dibujos vinculados con cráneos, una serie impresionante. A Jesús me une una amistad de años y varios proyectos compartidos, así como una profunda admiración, de modo que no tuve empacho en decirle que deseaba escribir un conjunto de textos en diálogo con esas piezas. Inicialmente quisimos proponerle a Letra Muerta Inc. —cuyo trabajo extraordinario nunca deja de asombrarlo a uno— la publicación de esa amalgama pictórico-textual bajo la forma de una plaquette. Sin embargo, pasaba el tiempo y la conversación continuaba: a raíz de mis textos, Jesús ejecutó un nuevo conjunto de dibujos. Y estos, a su vez, detonaron nuevos textos. La traducción fue un asunto que se desarrolló en paralelo, también desde el primer momento. Tuve la gran fortuna de contar con la complicidad de Robin Myers, traductora magnífica donde las haya e igualmente amiga querida, que trabajó aquellos textos que parecían destinados a una plaquette. Cuando esta se hubo transformado en libro, continuó la labor. Robin, cabe señalar, es también una impresionante poeta. Y esto se nota en Crania: me parecen mucho mejores sus versiones que mis "originales".
¿El diseño del libro existió siempre como lo vemos hoy?, ¿cuál fue el proceso para llegar a él?
Eso es mérito exclusivo de Faride Mereb y Oriana Nuzzi en Letra Muerta Inc. La editorial es sencillamente increíble: hace de la materia impresa un lugar de asombro continuo, no solo por los textos que publica, sino por la forma que les da. El libro se vuelve entonces un objeto estéticamente impactante. Nos interpela, nos invita a repensar el acto mismo de la lectura, nuestro lugar como lectores ante el volumen. Crania, como libro, es un performance, como bien dices. También es un objeto que coquetea con lo museográfico —además de incluir los dibujos de Hernández Verano, incluye también las siluetas de diversos objetos arqueológicos— y es objeto de museo a su vez. Recientemente fue incluido en De Cerebro: An Exhibition on the Human Brain, una exposición organizada por la Biblioteca Thomas Fisher de la Universidad de Toronto, una biblioteca especializada en libros inusuales. El libro no existió desde un principio como lo vemos hoy. El trabajo del Faride y Oriana lo fue modelando, poco a poco: desde la distribución de los textos en español y en inglés, como el tipo de fuente, el punto, la clase de papel a utilizar, hasta la localización de los dibujos. Tuve el gusto de seguir de cerca el desarrollo del libro, ver cómo era añadida cada nueva capa. De hecho, este libro es tan singular, que honestamente no creo que pueda llamarme su autor. Yo apenas escribí el texto en español. Pero el libro, como tal, es tan mío como de Robin, de Jesús o de Letra Muerta.
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¿Qué fue lo más curioso que encontraron en esa búsqueda?
Quizás lo más curioso es el modo en que los museos manejan los restos humanos. No me refiero solo a los restos que despliegan en las exhibiciones, sino sobre todo a los que guardan en sus depósitos. Son tantos y tan variados, que algunos de estos almacenes funcionan como auténticas necrópolis. Va muy a contrapelo de nuestras nociones culturales sobre el debido trato a los restos humanos. Solemos ser cuidadosos con los asuntos funerarios: disponemos de protocolos específicos para el tratamiento de los difuntos. En contraste, sin embargo, están estas bodegas mortuorias: en ellas, los cadáveres —o sus partes— están reducidos a simples objetos de archivo, despojados de su valor humano. Son restos, sin más, como los artefactos que el mismo museo alberga.
¿Por qué al ver un cráneo o al mencionarlo la idea inmediata es la muerte? ¿Qué nos significa eso como cultura?
Creo que tiene que ver con el rostro. Acostumbramos a ver en él el asiento de la identidad: allí cristaliza todo lo que distingue al otro como otro y, a la vez, todo lo que compartimos con él, pues todos tenemos rostro. El cráneo, dado que se encuentra justo debajo del rostro, parece el anuncio más patente de la muerte. Esto delata que somos una cultura obsesivamente visual: cuando vemos un cráneo, no pensamos en la textura del hueso, en el olor a descomposición o a polvo, o en sus propiedades acústicas, sino en la cara que ya no está sobre el hueso.
¿Cuál es el recuerdo más antiguo que usted tiene de un cráneo y cuándo empezó a "recolectar" estas ideas, imágenes, lecturas, pinturas alrededor? (teniendo en cuenta que es una imagen mucho más común de lo que tenemos conciencia).
Como dices, es una imagen extremadamente común. De hecho, podríamos decir que, a su manera, es inmemorial: nos acompaña desde antes de que se fijen los recuerdos en nuestro interior. Es una imagen que nos precede y nos rodea. Creo que no tengo un instante específico, un recuerdo lo bastante antiguo. Quisiera tenerlo, haber vivido un momento epifánico o algo por el estilo. Pero probablemente lo haya visto por primera vez en la tele, en los dibujos animados. Comencé a recolectar estas ideas, imágenes y lecturas apenas empecé a trabajar los primeros textos. Me rodeaba de ellas, y las que no encontré, las inventé. Por eso el libro está catalogado como poesía y no como ensayo: entre los documentos reales citados, en medio de los textos y datos a los que hago referencia, hay algunos que he "inventado". Me fueron sugeridos, digamos, por las lecturas que llevé a cabo y la investigación que realicé. Me gusta valerme del verbo inventar en estos casos: invenire, en latín, quiere decir encontrar. Y estas invenciones son eso, justamente: hallazgos, posibilidades para imaginar el cráneo que he encontrado en los entresijos de mis lecturas. Crania se basa en datos duros; no obstante, es tan fiel a ellos como a las posibilidades que insinúan.
Usted dice, entre muchas cosas, que un cráneo es un planeta. ¿Podríamos “estirar” esa noción y afirmar que un cráneo es un universo?
Lo es, sin duda. Cada cráneo es un universo simultáneamente clausurado y abierto: en su interior se trazan constelaciones de neuronas y ocurren las deflagraciones cósmicas de las sinapsis. Es nuestro cosmos, tan íntimo como inaccesible: nos constituye, pero no podemos ingresar a él desde afuera.
Siento que una de las ideas más hermosas del libro es la del cráneo como objeto geológico: coral, esponja, cavidad, sustrato, capa, continente, subsuelo, el magma que lo habita… Cuéntenos dónde nace esa noción.
Desde niño me han fascinado los fósiles. De hecho, mi mayor deseo entonces consistía en volverme paleontólogo. Me cautivaban esos trozos de una vida radicalmente distinta, desconocida casi por completo. Mundos que habían sido este, pero que ya no lo eran. Era como atisbar la vida de otro planeta. El fósil había estado vivo y ahora era piedra. Nada más desconcertante que el misterio de lo orgánico que se había convertido en materia inorgánica. En el cráneo encuentro una sugerencia de esto —en todo hueso, realmente—, que me atrapa por las connotaciones identitarias que trae consigo. El cráneo dice: fui alguien y ahora soy algo. El cráneo fue el espacio secreto de una subjetividad; luego se transforma en resto, en rastro.
Usted habla del cráneo como cueva donde duerme un animal, y me hace pensar en nuestra resistencia a la realidad de que los humanos somos animales. ¿Cómo trabajó esa idea en el libro?
Desde el punto de vista museográfico: varios de los textos que integran Crania abordan la manera en que ciertas prácticas pretendidamente científicas —pienso en la frenología— estudian el cráneo para determinar "niveles de humanidad", para crear una división artificial entre "razas" humanas y acercar unas hacia una noción tradicional de lo animal y otras hacia una supuesta superioridad humana. Pero creo que el cráneo nos brinda otra lección: que tenemos una hermandad evidente con los otros seres vivos, que reducidos al hueso puro, estamos hechos de la misma materia.
El pensamiento, la cognición, la inteligencia y un largo etcétera de “facultades” se alojan en el cráneo (duro, corteza, bóveda), mientras que "lo sensible" (el alma, el sentimiento, lo inmaterial con todas sus connotaciones, definiciones y concepciones) se aloja en un músculo —el corazón— desprotegido, de alguna manera. ¿Cuáles son sus implicaciones simbólicas, metafóricas?
Siempre me ha sorprendido la simbología que rodea al corazón. Me parece un músculo aburrido, si te soy sincero. Lo fascinante del ser humano ocurre en otra parte. Los textos de Crania lidian, no tanto con lo que ocurre dentro del cráneo, sino con la paradójica impersonalidad del hueso mismo. El objetivo es acercarse a ese conjunto óseo y permitir que dicte el ritmo de las asociaciones imaginativas. Que sugiera, digamos, todas las cosas que un cráneo también puede ser.
En el libro nos entrega unas breves mitologías del cráneo. ¿Cuál es hoy su gran mitología? (pienso en las banderas de los corsarios, los iconos de toxicidad o peligro, el memento mori, la iconografía religiosa sobre la mortalidad y a la vez, la creación, algunos emblemas militares, la santería…).
Todos los elementos que mencionas forman parte de la mitología actual del cráneo. Pero se trata de una mitología dispersa, una zona imaginaria que no conforma un conjunto coherente ni cerrado, sino abierto y dinámico. Quisiera añadir tres elementos más a los que mencionas. El primero es el paleontológico: hoy en día tenemos muy presentes los restos de nuestros antepasados y, sobre todo, de los homínidos que poblaron la Tierra antes o con el Homo sapiens. Homo habilis, Australopithecus, los célebres neandertales, los denisovanos, el Homo floresiensis, etc. Sus cráneos pueblan la prensa, los museos, los manuales escolares: forman parte integral de esta mitología moderna. El segundo elemento es el forense/criminalístico. Estamos tristemente habituados a las fosas comunes dejadas por las guerras y las organizaciones criminales: los cráneos de aquellos cuerpos también habitan nuestro imaginario. El tercer elemento es el contrario del memento mori, su negativo complementario: la investigación médica que busca prolongar la vida. Es común ver noticias al respecto; se trata de un campo de investigación que funciona a gran velocidad y cuenta con un apoyo más que comprensible. En este caso, podríamos hablar de una negación del cráneo, de un intento de cancelar su simbología.
El cráneo representa —entre muchas cosas— la finitud y al mismo tiempo, la eternidad. ¿Cómo puede concebirse el tiempo a partir de un cráneo? (¿cómo "aloja" un cráneo esa noción?
La dimensión temporal del cráneo es paradójica: es el fin de un tiempo concebible —el tiempo humano— y el inicio de un tiempo inconcebible —el tiempo geológico—. Creo que nos resulta tan asombroso como desconcertante que algo que fuimos, algo que solíamos llevar bajo la piel, algo que nos conformó y sostuvo pueda llegar a atravesar siglos y siglos enterrado, pueda volverse roca, paisaje, vestigio. Algo nuestro es arrojado a la noche de los tiempos. La imaginación no termina de abarcar todo lo que esto implica.
Usted también habla del cráneo como el límite entre lo orgánico y lo inorgánico, entre lo animal y lo geológico, y con eso me lleva a la pregunta por el pensamiento dualista, tan común en Occidente, con sus posiciones alma-cuerpo, mente-cuerpo, mente-corazón, naturaleza-hombre. ¿Cómo “resuelve” la idea del cráneo esas supuestas dualidades?
Se trata de dualidades que me resultan tremendamente antipáticas. El pensamiento dualista me resulta tedioso en su reduccionismo obcecado. Prefiero pensar lo vivo y lo no-vivo en constante flujo. Después de todo, sobrevivimos absorbiendo materia inorgánica y lo inorgánico, a su vez, está en la base de todo lo orgánico. El cráneo se vuelve, para mí, una suerte de nodo donde convergen estas nociones. Sugiere un anfiteatro, un planeta, universo, una caverna, una roca, pero es materia viva, es el lugar donde se acurruca nuestro cerebro y donde se procesa y se decide el quehacer del cuerpo entero. Más que el límite entre lo orgánico y lo inorgánico, diría: es su punto de encuentro.