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Seguirle el paso a Tatiana Huezo y Ernesto Pardo es simular el papel del documentalista amateur. El matrimonio de estos artistas cinematográficos —directora y cinefotógrafo— ronda las salas, pasillos y bodegas de la Filmoteca de la UNAM. Como anfitriones, están apresurados por asistir a la proyección privada de su nuevo largometraje "El Eco" en la sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario. Hay que colarse en su auto para no perderles la pista. Tatiana luce nerviosa, emocionada: debe probar el audio de la cinta antes de proyectarla. Ernesto al volante, todo lo contrario, está sereno.
"El Eco" es una película filmada en una comunidad campesina de Puebla con apenas un centenar de habitantes, un poblado donde el mundo nació y murió, así lo definen. La cinta, centrada en la infancia, gira en torno al descubrimiento y el trabajo prematuro que implica la vida rural, desfiló por el 73° Festival Internacional de Cine de Berlín —donde Tatiana ganó el Premio a Mejor Director del Jurado Encuentros y el Premio Documental de la Berlinale— y el año pasado fue parte de la sección de Documental Mexicano del Festival Internacional de Cine de Morelia. Ahora, "El Eco" se exhibirá en las salas del país a partir del 29 de agosto.
Frente a la sala llena, una de las directoras fundamentales del cine mexicano de los últimos años habla y reconoce que esta es su película más ambiciosa, sin demeritar sus entregas anteriores, "El lugar más pequeño" (2011), "La tempestad" (2016) y "Noche de fuego" (2021), su primera ópera de ficción, que en todas ellas Ernesto dirigió la fotografía. “Esta vez no seré modesta, hicimos un gran trabajo”, confiesa, rodeada de su equipo.
Tatiana y Ernesto charlan sobre cómo llegaron a "El Eco", los retos y las nuevas formas que representó el rodaje, sobre la necesidad de distanciarse de la violencia, las desapariciones, el desplazamiento forzado, temáticas que caracterizan el cine de Huezo; en un diálogo entre pares, comparten su mirada sobre el campo en México, la mancuerna que hacen cuando desarrollan un proyecto, la disposición de filmar con material de archivo y su visión sobre el cine.
¿El documentalista parte de una idea fílmica? ¿Qué historia detrás te permitió llegar a El Eco?
(Tatiana) Había el deseo de hacer una película sobre la infancia, un momento en la vida que pasa muy rápido, un momento donde podemos llegar a sentirnos frente a un abismo pero el juego, la magia y el amor nos salvan, es la edad en donde creemos en muchas cosas. Esa era la primera sensación, además de que tengo una hija pequeña, y dije: este deseo se me escurre como agua entre los dedos, había ese pulso vital que quería poner en una película, era una idea totalmente subjetiva y desdibujada. Me dije: ¿qué necesito? Niños, unos ojos hermosos y brillantes que miren con sorpresa el mundo. Eran mis primeras coordenadas. Me interesa el ámbito rural porque los niños crecen a la vez que adquieren responsabilidades muy pronto, el vínculo con la tierra les da una forma distinta de estar en el mundo. Me embarqué en una búsqueda de escuelas rurales en el estado de Puebla. El Consejo Nacional de Fomento Educativo, con Gabriel Cámara, fue clave. Él me acercó con una maestra que me acompañó a recorrer muchas comunidades. Iba buscando estos ojos. Es la primera vez que hago una película que en un primer momento no sé de qué va a tratar. Mis películas anteriores: El lugar más pequeño, La tempestad, giran alrededor de un hecho trágico con un recuento de sucesos pasados; mis películas anteriores estuvieron formuladas con unas piedras angulares definidas, con una estructura dramática definida, que me servía como un mapa.
Recorrí muchos lugares, durante seis meses no hallé algo que me hablara, que me razonara: “aquí hay una película”, hasta que llegué a El Eco. Fue un encontronazo. Fui a la escuela de la comunidad. Luz Ma, una niña que cuida ovejas, estaba dando su primera tutoría, enseñándole a otro niño —que tenía un gemelo—, porque son aulas multigrados y así aprenden: enseñando. Fue el sólo verla, con su voz quebrada de tanta emoción, y los dos gemelos como espejos, sus rostros de infantes... Esto ya me empezaba a hablar del paisaje de El Eco, pues yo lo veía lunar. Así nacieron imágenes. Finalmente, mientras comíamos al lado de un fogón, tuvimos un encuentro con una mujer mayor del pueblo que me contó de un remolino que sopló y levantó los huesos del cementerio, cuando le pregunté por qué se llamaba El Eco, dijo: “No sé por qué se llama El Eco, pero aquí el viento sopla muy fuerte y se lleva a volar las voces, y usted puede escuchar lo que hablan en aquella casa y en aquella otra, tiene que tener mucho cuidado con lo que dice”.
Es un diálogo que bien puede leerse en la obra de Juan Rulfo… ¿Cómo fue el trabajo fotográfico, Ernesto, cómo retratar los usos y costumbres, la idiosincrasia, sin que la película tome postura al respecto?
(Ernesto) El trabajo de la fotografía se centró en intentar construir la mirada de los niños, del encuentro de las cosas nuevas que van recibiendo de sus padres y de la vida. Ese fue el centro de mi trabajo fotográfico, estar a una altura de los ojos, intentar tener muchos planos de los niños mirando a sus padres, del lugar donde siembran, de la compañía que hay en la escuela. La base de la película es: ellos miran y qué miran. Hay un diálogo entre estos planos tan cerrados: la mirada y la naturaleza, el paisaje, este espacio, como decía Tati (Tatiana), muy lunar, es un lugar que podría parecer el último pueblo de la Tierra, o el primero. Un sitio crudo donde las cosas están sucediendo. De esto que me hablas, tiene que ver mucho la edición, son líneas narrativas que Tati fue desarrollando durante el proceso de filmación que, después en la edición, se lograron plasmar estas contradicciones: personajes que no tienen una única cara ni una única forma, tienen un equilibrio que los hace ver más cercanos, no es un retrato romántico del campo, es un retrato donde se muestra las cosas emocionantes y bellas como las cosas rudas, la violencia de un sistema en que vivimos. Las costumbres que se retratan vienen de una complejidad.
"Para mí, era importante no construir un relato romántico sobre el universo campesino, que está asediado por muchos frentes, el económico el más fuerte"
Tatiana Huezo
(T) Para mí, era importante no construir un relato romántico sobre el universo campesino, que está asediado por muchos frentes, el económico el más fuerte, que hace que las nuevas generaciones piensen en cómo van a sobrevivir, a dónde van a salir a buscar dinero y tener que hacerse de sus casas y migrar y que la familia se tenga que separar. Están sitiados pero también están violentados por el saqueo de recursos naturales. Pienso que es una película que habla de diferentes generaciones, de los ciclos de la vida, la siembra y la cosecha, la tierra, los animales, el nacimiento y la muerte. Rodamos 18 meses, el paso del tiempo era fundamental, como el cambio drástico en el paisaje: las estaciones, quería sentir que los niños crecieran, que algo se transformara no sólo en el lugar sino en sus vidas. Esto que dice Ernesto, que el tiempo se quedó detenido en El Eco. Aunque parece ancestral o antiguo, en la película hay una mirada hacia el futuro.
¿El campo está cambiando? Las mujeres son clave en esta como en otras de tus películas…
(T) Está cambiando. Sí, es un sistema totalmente patriarcal, a los niños y niñas los preparan para asumir el rol que les corresponde en la comunidad. Y sin embargo, encuentro la fascinación en estos personajes femeninos, que cuestionan, de alguna forma, ese rol, que se mueven de posiciones, que no están estáticos; Monse, la niña que monta su caballo con esa furia y con ese placer, desobedeciendo a la mamá, esa mamá que cuestiona a su compañero y le propone cambiar los roles para valorar el trabajo del otro. Le pregunté a Luz Ma sobre qué pensaba de las mujeres, y me decía que son muy fuertes, que trabajan mucho sin esperar nada a cambio, y que hacen las mismas labores que hacen los hombres aunque nadie lo note.
La violencia ha sido elemental en tu filmografía, y aunque secundaria, también es posible vislumbrarla en este largometraje, el cuidado del bosque ante la tala ilegal, el rumor del levantamiento de la mujer por militares…
(T) La violencia está en un segundo plano, el foco está puesto en la vida cotidiana, en la crianza, pero la violencia sobrevuela la historia. Fue importante hacer una película que nos hablara de México desde otro lugar del que he hablado hasta ahora. Tenía una necesidad enorme de pausar estos temas dolorosos que han estado en mi cine; mi alma necesitaba descansar, acercarme a una película más luminosa.
¿Cómo se trabaja con el azar en este tipo de rodajes?
(T) Muchos momentos del azar son los diamantes, las joyas más grandes que hay en las películas, en la ficción pasa, como en Noche de fuego ¿Cómo atrapamos eso, Ernesto?
(E) El cine documental tiene una mezcla de sorpresa, pero también hay toda una estrategia; por ejemplo, el último relámpago de la película… Tati lo había visto hacía tres años y le había sacado una foto y notamos, durante estos años, cómo las tormentas se acercan y se escucha un rugir, lo sabíamos, entonces lo único que teníamos que hacer era estar atentos al cuándo, estar preparados con la cámara donde queríamos, y poner al niño, y estuvimos varios días hasta que se dio el momento, que parece de azar, pero es un azar mezclado con investigación y conocimiento del espacio donde estás trabajando.
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Me parece que trabajas con dos lenguajes, el visual y el sonoro, ¿cuál es el motivo?
(T) La consigna para el sonidista era atrapar todo el audio de cada situación, todos los personajes estaban microfoneados, gastamos cualquier cantidad de pilas para atrapar todos los diálogos posibles; la cámara tenía la misma consigna, nos teníamos que mover rápido. Esta es una película con nuevos retos formales, quise apartarme de las entrevistas, de la voz off, queríamos que la puesta en cámara fuera más cercana a la ficción, Ernesto se movía desde varios ángulos y había una discusión importante sobre a quién grabamos primero, qué mirada y qué reacción es irrepetible. El sonido está construido en montaje, el desayuno, que dura cuatro horas, en la película dura dos minutos, el discurso en la película está montado como una ficción.
En una secuencia, Luz Ma dice que sin el viento no se podrían comunicar las cosas, las ideas, los sentimientos, ¿creen que el cine es ese viento?
(T) Para mí, el cine es esa belleza tan delicada de las cosas, es el viento que ruge entre los árboles, que puedes sentir en la cara cuando estás sentado frente a la pantalla… Es una pregunta difícil de responder y muy profunda.
(E) El cine tiene el poder de captar ese momento, un momento construido de crecimiento, un momento de eco. Esa secuencia de los niños tutoreando el tema acerca del sonido, Tati lo eligió porque rebotaba en la historia, el eco de nuestros papás, de la gente que quieres y ya no está porque murió o porque se marchó buscando una mejor oportunidad…
(T) Y creo que hay una entrelínea muy sutil y poderosa y que el cine posee, y que tiene que ver con la sensorialidad, con los fantasmas que se pueden atrapar, con el poder sumergirte en un universo que conecta con otro, el personal, un lugar lejano que está dentro de ti. El cine tiene el poder de provocar lo profundo, despierta el inconsciente, la conexión con lo que se vive en la pantalla hace una conjunción hermosa; eso es el arte.
"Me interesa el ámbito rural porque los niños crecen a la vez que adquieren responsabilidades muy pronto, el vínculo con la tierra les da una forma distinta de estar en el mundo"
Tatiana Huezo
Acaban de visitar la Filmoteca de la UNAM. ¿Ven alguna posibilidad de hacer un documental con archivo?
(T) Yo me muero de ganas. Siempre hablamos Ernesto y yo de lo increíble que es poder tener acceso a los archivos, me encantaría tener dentro de mi filmografía una película con material de archivo, sumergirme para descubrir cosas que me muevan el tapete. Fue revelador estar en la Filmoteca, el olor de los aparatos antiguos, de las emulsiones; fue una sensación especial.
(E) Creo que sí, hemos visto películas en los últimos ocho años, que toman este material y le dan una lectura distinta, lo trabajan en imagen y sonido y te vuelven a meter a los fantasmas de hace 30 años; por supuesto que nos gustaría trabajar con archivo. El cine documental tiene la capacidad de volver a construir una narrativa de un pasado, claro desde hoy, sentir cómo se movía ese pasado, cómo escuchaban, cómo se vestían, es justo esto del eco, el cine es trabajar con los fantasmas.
Ernesto, ¿cómo se retroalimentan como pareja artística? ¿Qué le has aprendido a Tatiana, y cómo se nutren creativamente uno a otro?
(E) Cuando arrancamos los proyectos, comenzamos a dialogar sobre las ideas, las propuestas, vemos películas y le damos vuelta, una y otra vez, leemos libros, y eso va alimentando el imaginario tanto sonoro como visual de la película que queremos presentar, eso va despejando la forma, son trabajos intensos de muchos años. En los rodajes casi no hablamos mucho porque tenemos un contacto e ideas trabajadas durante tanto tiempo que fluyen…
(T) No le respondiste nada de lo que te preguntó…
(E) Eso es una de las cosas que aprendí de escucharte en las entrevistas, te preguntan algo y como no sabés qué decir, dices cualquier otra cosa (risas).
Bueno, al revés…
(T) Hace mucho tiempo que miramos el mundo juntos, aunque no siempre compartimos las mismas percepciones, es cierto que en el cine hemos aprendido a respetar nuestras visiones, y nos alimentamos, todavía nos sorprendemos, cuando vemos un paisaje, cuando converso con él sobre una situación que no había visto y “le caen dos veintes” que se unen a su mirada. Y de este lado es igual, yo tengo una idea de una secuencia, él muestra una segunda imagen que no vi, y hace crecer mi visión. A lo largo de tantos años, Ernesto ha aprendido a mirar con mis ojos, respeta mi lugar como directora, en documental sé que es muy difícil porque el fotógrafo es la otra mitad de la película. Pienso que él tiene la enorme humildad y generosidad de mirar con mis ojos y no sólo eso, sino alimentar esa mirada de lo que son nuestras películas.