No es fácil, en el presente, escribir sobre cultura. El país que está que arde por la violencia desbordada de Sinaloa y de Chiapas (y desde luego, no sólo de allí sino también en otros varios puntos del país) y porque el panorama económico no pinta nada bien (Trump y Musk nos agarren confesados). Pero, como sea, vale la pena explorar un poco en ese terreno tan venido a menos desde tiempos pasados, desde cuando a AMLO eso no le quitaba el sueño. A mi tampoco, no mucho; pero dado que desde tiempo atrás me dedico a ello, y luego de una plática muy álgida que tuve hace días sobre ello con algunas amistades, me animé a elaborar esta nota.

Por razones de muy diversa naturaleza, desde antes de que oficialmente se inaugurara, entre 1980 y 1981, cuando la “señora” llegaba y les gritaba a los albañiles que le apuraran, que el Centro tenía que estar listo para el día de su cumpleaños, “¿Verdad arquitecto?”, la señora Romano le preguntaba a Pedro Ramírez Vázquez, que seguido la acompañaba, quien, callado, asentía, mientras veía como avanzaba la “bola” del CECUT ante el estupor y la sorpresa de los habitantes, en aquel entonces, de una Tijuana no tan extendida como la de hoy (ni tan violenta, claro), hoy horrorizados por la monstruosidad de la ciudad que habitan, Pero, como haya sido, sí, el 20 de octubre de 1982, se alcanzó a inaugurar ese centro cultural, con áreas inconclusas pero se inauguró, como un símbolo muy significativo de lo que en aquel entonces el gobierno federal consideraba estratégico: el Programa Cultural de las Fronteras, que hoy, lamentablemente, pocos recuerdan. El discurso pronunciado por Reyes Heroles el día de la inauguración fue magistral. Como haya sido, la perla de la corona de ese Programa fue el CECUT, que desde entonces quedó a cargo del Centro del país (hoy la Secretaría de Cultura), quien lo tiene abandonado a su propia suerte, como casi todas las actividades que supuestamente tiene a su cargo, las que se mantienen sólo por iniciativa propia (el INBAL, el INAH).

Frente a ese panorama tan desolador, creo que bien vale la pena preguntarse, ¿y qué sentido tiene que el CECUT (hoy muy venido a menos) siga siendo una entidad central? Es decir, ¿qué sentido tiene que a 2000 kilómetros de distancia se siga diciendo qué debe hacer y qué no esta entidad pública cultural asentada en Tijuana? ¿Qué caso tiene seguir operando así? ¿En qué cabeza cabe tal grado de disparate?

Para bien o para mal hoy el estado, Baja California, tiene su propia Secretaría de Cultura, y ella opera, entre tumbo y caída, mal que bien institucionalmente, como un apéndice el que muy pocos saben para qué sirve. Pero ahí va, mal que bien, insisto, pero va, dado los pocos apoyos institucionales con los que cuenta y los cuales se verían altamente fortalecidos si el CECUT (incluido su hoy magro presupuesto e institucionalidad, claro) se trasladaran a su ámbito natural de acción, el estado, en lugar de estar arrumbados en las oficinas de la Secretaría de Cultura en donde ni ella misma sabe qué hacer. Nada fuera de lo común sería esa medida. Por el contrario, estaría dentro de la línea política que desde el Ejecutivo se propone a partir del año próximo de redimensionar el aparato de gobierno federal.

Altamente coherente, pues, sería que ya, pronto, el CECUT se integre a la administración estatal, la que así vería ampliarse de manera sensible su hoy magra oferta de actividades culturales en el estado.

Digo, vale la pena pensarlo.


** Profesor jubilado de la UPN/Ensenada

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