Es 1963, un joven de apenas 24 años llamado Brian Nissen llega al puerto de Veracruz en un barco de carga que lo ha traído de Francia tras una escala en Nueva York. Trae a sus espaldas una precoz carrera de siete años como dibujante de moda y publicidad en revistas y periódicos de París; ello le ha permitido tener ingresos para mantenerse por una buena temporada.

Sin embargo, estaba cansado de la publicidad; y sin tener claro a dónde ir, comienza a buscar otro país al cual mudarse. Una tarde caminando, en la librería inglesa de su barrio parisino encontró Bajo el volcán, la novela cúspide de Malcolm Lowry que narra el Día de Muertos en un poblado mexicano donde se dan la mano el infierno y el paraíso.

Con esa lectura como único referente, México se convierte en su obsesión; le parece “un lugar interesante, con una cultura distinta y atractiva” y comienza la travesía para visitarlo. Él aún no lo sabe, pero en este país encontraría su destino.

No habla español, ni tiene conocidos que lo orienten, sólo un par de datos vagos que le permiten comunicarse. La tarde del viernes 22 de noviembre de 1963, finalmente arriba a la estación de Buenavista, de un tren que lo ha traído de Veracruz a Ciudad de México.

Se hospeda en un hotel en el Centro y a la mañana siguiente que baja al lobby se encuentra con un tumulto de gente que comenta la noticia del asesinato del presidente norteamericano John F. Kennedy. Las reacciones a su alrededor son las primeras impresiones que recuerda.

“Puedo acordarme muy bien de la fecha en que llegué a México, porque son sucesos trascendentales”, me dice Brian Nissen una mañana de este noviembre, 60 años después de aquellos sucesos.

¿De verdad no sabía nada de español cuando llegó a México?

Nada. En mi escuela estudie francés y latín durante varios años, pero por el sistema de enseñanza que había en esa época, que empezaban por la gramática en todas sus formas complicadas, muchos de mis compañeros pensábamos que éramos incapaz de aprender otro idioma. Cuando en realidad debe aprenderse la conversación real en el idioma.

Ha dicho que “para profundizar en el idioma propio, precisa hablar otro”.

Me atrae mucho vivir entre culturas. El hablar otro idioma te puede dar otra perspectiva de la lengua materna porque permite dar comparaciones y hace que se pueda apreciar mucho mejor el idioma propio.

¿Cómo es que finalmente aprende a hablar español?

Aprendí mucho en las cantinas de San Miguel de Allende, ahí jugaba dominó y el vocabulario que se usa en el juego es muy elemental. Hay que saber contar y algunas palabras propias de las fichas o frases que se usan constantemente como “por qué doblaste, pendejo” y ese vocabulario limitado se repite todo el tiempo. La última cosa que me importaba era la gramática, no hace falta saber todos los tiempos y las reglas. Las cantinas son buenísimas para eso.

¿Y cómo llegó a las cantinas?

Me gustaba el ambiente, me gustaba el trago y el juego.

¿Qué tragos toma Brian Nissen?

Entonces cerveza y tequila. Ahora tomo vino, pero poco.

Después de tantos años hablando español ¿En qué idioma sueña?

En los dos idiomas, según las circunstancias. Si estoy soñando algo que me pasó en el día entonces en español, si estoy soñando que platico con amigos, pues es inglés. Bromeaba alguna vez con Carlos Fuentes, le pregunté si sus sueños eran más en español u otro idioma porque él era trilingüe: hablaba francés, inglés y español como lenguas maternas. En mi caso, cuando empecé a aprender español, si soñaba algo que pasaba en español, como no hablaba muy bien, yo decía que mis sueños tenían subtítulos.

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Han pasado seis décadas desde aquel joven de 24 años que pisó por primera vez el puerto de Veracruz. Brian Nissen (Londres, 1939) es uno de los pintores y escultores más connotados del arte contemporáneo mexicano. Ganador de la Beca Guggenheim en 1980, ha expuesto en Londres, Buenos Aires, Nueva York y México, destacando por sus series Mariposa de Obsidiana (1983), Atlantis (1992), Cacaxtla (1993), Chinampas (1998), Limulus (2001), Cuatro cuartetos (2006) y la retrospectiva que en 2012 le realizó el Palacio de Bellas Artes.

¿Cuál es el significado que tiene el estudio para el artista?

Mire, yo lo explico de esta manera: en el quehacer artístico hay que hacer acto de presencia todo el tiempo, lo comparo un poco como el atleta dedicado a un deporte que diario tiene que estar entrenando, aunque no se sienta bien, porque se tiene que mantener la mente y el cuerpo en forma; no puede decidir un día que va a correr los cien metros en diez segundos. En cualquier actividad que requiera una dedicación total, hay que hacer acto de presencia a diario, para estar en forma.

¿Entonces no es inspiración sino disciplina?

La inspiración es subjetiva. Desde luego, como artistas, tienes momentos buenos y momentos donde no estás tan inspirado, no me gusta tanto esa palabra, pero si uno no está completamente aplicado y en forma, no va a salir.

¿Hay que establecer una rutina de trabajo?

Cada artista tiene métodos muy distintos, pero el final es llegar al mismo destino de la creación. Yo por ejemplo, llego al estudio y me pongo a arreglar, a tocar cosas, a sacarlas, a sentir la atmósfera y a trabajar, porque muchas veces cuando las obras buenas salen uno no se da cuenta hasta después, es algo muy subjetivo.

¿Y cómo se da cuenta que el trabajo realizado ha sido bueno?

El mismo criterio del artista hacia su propia obra también es sumamente subjetivo, porque entran condiciones ajenas, porque puede haber un área de la obra que no sale y uno batalla y cuando sale, agarras la tendencia humana de darle mayor valor porque te costó mucho lograrlo, y, a veces, hay obras que salen sin más y resulta que son buenas obras.

¿En qué trabaja Brian Nissen?

Siempre trabajo muchas piezas a la vez, cada artista tiene su método, el que a mí me ha servido es empezar varias piezas en plan de que sean una propuesta: se empieza a trabajar la pieza, se empieza a mover lo que conforma la obra y a veces corre bien y a veces se estanca; cuando se estanca es mejor dejarlo y volver a agarrarlo en otro momento.

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El artista nació en Londres en 1939, a los dos meses estalló la Segunda Guerra Mundial, el peligro de la invasión de Alemania a Inglaterra instó al gobierno a evacuar a los niños de Londres para mandarlos al norte del país.

El padre de Nissen, filatélico profesional, alquiló una casa en Gales donde pasó con su familia el tiempo de la guerra. “Gales era un sitio muy bonito, con un paisaje impresionante. A los siete años fui a la escuela en Escocia, era un internado y es otra experiencia, pero pasé gran parte de mi niñez en el campo”.

¿Qué dibujaba de niño?

Desde niño ya dibujaba gente y los lugares donde estaba. Todo muy elemental, pero siempre estaba con la pluma y el lápiz en la mano.

A los quince años vuelve a Londres y se inscribe en la Escuela de Artes Gráficas, “no iba todo el tiempo, ocupaba las instalaciones de la escuela para pintar, desde entonces ya empezaba a hacer ilustraciones para libros y más o menos me mantenía”.

Luego se va a Francia a incursionar en la publicidad, ¿no?

Sí, trabajé en publicidad desde los 17 años y estuve haciendo dibujos de moda, tenía mucha mano para esto, lo hacía muy bien y empecé a ganar muy buen dinero. Trabajaba con agencias de casi toda Europa, tenía mi propio estudio y como a los 21 años decidí que no es lo que quería hacer. Me había ido muy bien y había ahorrado buena cantidad de dinero, decidí dejarlo porque me quería dedicar a pintar.

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Cuando le han preguntado a Nissen de qué nacionalidad se siente, él responde que de “la tribu de artistas”, pues dice que es normal para un artista que, al ir viajando, contacte con otros artistas y en seguida haya un entendimiento. “Hablamos de las mismas cosas, discutimos y hay una especie de hermandad entre los artistas de cualquier lugar”.

Su generación fue un parteaguas en el arte mexicano. ¿Cómo lograron esa unidad?

Lo que fue muy particular en nuestro caso, fue que nos tocó una ciudad muy pequeña y fácil de transitar. Épocas de muchas tertulias de los jóvenes a los que no les interesaba seguir con la tiranía de la Escuela Mexicana de Pintura y querían ver qué es lo que pasaba fuera de México, querían practicar con un arte internacional; y los artistas, pintores, músicos, bailarines, estaban en una lucha en común para llevar la voz de lo que era el arte contemporáneo y estuvimos todos muy unidos con esa bandera.

¿Lograron su propósito?

Sí se logró esa lucha que empezamos los jóvenes aquí, aunque dio frutos tardíos. En México llegó tarde el arte contemporáneo por el dominio de la escuela mexicana y la ideología cultural oficial que reinaba, entonces, lo que mandaron fuera de México para que se conociera el arte mexicano fue el muralismo, el arte folclórico o el prehispánico; lo que era de los jóvenes, no. Porque se consideraba que no representaba a México.

¿No siente nostalgia de esas tertulias, de esa ciudad pequeña?

No, yo siento nostalgia de tener 20 años (bromea). Claro que sí, la siento, pero lo que quiero decir es que conocí una Ciudad de México que era divertida, segura. Nunca pensé si era peligroso cruzar Chapultepec a las cuatro de la mañana. Luego se convirtió en una ciudad difícil de transitar, es un poco caótica, demasiado grande, demasiado contaminada.

¿Cómo ha sido ser testigo de estos cambios?

Es la realidad, y uno convive con la realidad siempre. No hay que lamentar, sino ver lo que uno vive cotidianamente, porque todo cambia.

¿Hay algo que no cambie?

Sí, lo que no cambia es mi curiosidad, que para un artista es fundamental. Para todos artistas hay dos cosas fundamentales, mantener la curiosidad y la facultad de observar. Todo el tiempo hay que estar observando.

¿Aunque no te lleve a nada esa observación?

Siempre lleva a un entendimiento. Al público en general le gusta más el arte figurativo que el abstracto, porque ven en el arte figurativo la historia que está contando la pintura. Aprecio mucho la obra muy bien pintada, pero no ven la pintura sino una anécdota; porque ahí están los valores de la composición, el color, el juego de las líneas y de las formas. Con el arte abstracto muchos se pierden porque no hay ese diálogo narrativo.

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Tiene 84 años, está vestido de camisa café y pantalón negro, trae chanclas y calcetines oscuros; de accesorio un reloj de cuero con las manecillas doradas. Tiene los dientes parejos, sus ojos son de un gris más intenso que su cabello cano; su frente está arrugada, pero sus mejillas aún conservan la tersura.

Michet su gato, se pasea por todo el estudio que se ubica en la Condesa, Nissen se entretiene observándolo, él es su compañía desde que en 20201 murió su esposa la artista y galerista Monserrat Pecanins. “La vida sin ella es difícil. La ausencia es una presencia”.

Es un hombre triste y enamorado, que se ha resignado a que la vida sigue. “Como digo, la presencia de su ausencia aún es muy palpable, y bueno estuvimos 56 buenos años juntos, tuvimos grandes amigos, eso es para mí el secreto. Nos queremos, pero creo que una relación que dura tantos años es porque también hay una gran amistad”.

¿El amor también se transforma?

Como decía Borges: “El amor es eterno mientras dura”, y yo me siento afortunado de haber tenido ese encuentro con Monse y esos años compartidos.

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