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De Chile, Y entonces, Teresa (Catalonia), de Arturo Fontaine (1952), una reescritura del novelón romántico basado en la vida de Teresa Wilms Montt, pionera entre las mujeres emancipadas y novela que sostiene con vigor aquello de que el amor no es ciego. Leí Ornamento (Tusquets), del colombiano Juan Cárdenas, que, aunque se publicó hace una década, indica que la narconovela canónica, como La virgen de los sicarios, –la insuperable, de Fernando Vallejo–, es un género en mutación, como las propias drogas sintéticas.

Entre los mexicanos reseñé aquí en Confabulario, Fiebre (Impronta), de Gabriel Wolfson, cuyo “hormigueo” me paralizó, quien lo haya leído me entenderá. Un relato que contra lo que parece, será clásico: pudo ser escrito en diversos puntos del tiempo y en todos habría sido fecundo… Entre las lecturas de amplio espectro que suelo hacer, es decir, leyendo y releyendo una obra influyente, me quedo con la de quien fuera poeta en un principio, Julián Herbert, nuestro bonzo que resiste al fuego, en el año en que murió Vargas Llosa. En honor de Mario, pagué mi culpa de nunca haber leído antes La casa verde (1966) y me sentí orgulloso de comenzar a leer novelas en la época en que ese era el nivel de exigencia para el lector. Ambos ensayos aparecieron en Letras libres.

Julián Herbert, poeta, narrador y ensayista mexicano premiado con el Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” 2022. Autor de 
Suerte de principiante (Gris Tormenta). Crédito: Archivo de El Universal.
Julián Herbert, poeta, narrador y ensayista mexicano premiado con el Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” 2022. Autor de Suerte de principiante (Gris Tormenta). Crédito: Archivo de El Universal.
  • ¿Redescubrimientos, rescates?
  • El chileno Juan Emar, quien ya es canónico como “raro entre raros” y Gentes profanas en el convento (1950), del Dr. Atl, libro de memorias muy original escasamente atendido por la crítica literaria nuestra, que ya no deberá pasar inadvertido. El azar me llevó a las memorias de la viuda de Dostoievski y a la biografía novelada que Víktor Shklovski (por cierto, se reeditó, finalmente completo y traducido directamente del ruso, el Viaje sentimental sobre la revolución bolchevique, del gran filólogo, en Capitán Swing) escribiese de Marco Polo, y la necesidad a seguir mi ruta entre los críticos del siglo pasado, como Hans–Robert Jauss, o averiguar qué hay para la literatura en las relaciones entre Nietzsche y Wagner. O publiqué un apunte que se me había perdido sobre Stendhal y Lord Byron (fue emocionante, por cierto, leer el relato de E. G. Etkind sobre el destino de la traductora del Don Juan byroniano al ruso). También me ocupé del futurista Marinetti y del San Pablo, el guion de Pasolini, o de las aventuras del manuscrito de Los 120 días de Sodoma, o la escuela del libertinaje, del marqués de Sade.
  • Como que impera el desorden o la frivolidad en tus periplos por la montaña rusa.
  • Ya me lo han dicho. Pero si al final caigo parado, reiré al último.
  • ¿Conmemoraciones?
  • No dejé pasar la oportunidad de un homenaje crítico a la recién fallecida Beatriz Sarlo, hace un año; ni de reseñar el Hölderlin, de Giorgio Agamben, que no conmemora nada; ni de festejar a Hans Christian Andersen (1805–1875), quien fue más, mucho más, que el afamado narrador de cuentos infantiles… Me acordé, en Letras Libres, del 150 aniversario de la muerte de Thomas Mann y de los cincuenta del fallecimiento de Hannah Arendt, fracasada en su empeño por limpiarle la cara nazi a Martin Heidegger (y a su filosofía, lo cual es peor, pues nazis hubo muchos, filósofos como él, pocos) y autora de un libro tan decisivo para el siglo pasado como Archipiélago Gulag: Los orígenes del totalitarismo, cuya equiparación entre los mundos de Hitler y Stalin, fue publicada tres años antes de la muerte del “padrecito de los pueblos”.
  • ¿La mejor biografía que leíste en 2025?
  • La de Maurizio Serra, que escribe indistintamente en italiano y en francés, sobre Gabriele D’Annunzio (L’Imaginifico).  También leí de Marco Filoni sobre Alexandre Kojéve (Herder), que no sólo “hegelianizó” a Francia sino murió como espía soviético, pero como D’Annunzio no hay dos. Y en México, he estado pendiente de la saga de José Manuel Cuéllar Moreno sobre Emilio Uranga (1921–1988), que para bien y para mal, ha abandonado el rincón de la muñeca fea.
  • ¿Otros ensayistas?
  • Suerte de principiante (Gris Tormenta), de Herbert, fue de lo mejor en el ensayo mexicano que leí en el año… Me ocupé de un ensayista contemporáneo como el argentino Damián Tabarovsky, por todo lo que no se parece a mí: principio homeopático. Atendí los ensayos de Malva Flores (Manual para el crítico literario en emergencias, UNAM/El Equilibrista) y de Matías Rivas (Referencias personales. Literatura y autobiografía, Seix Barral); las memorias de Lindon (el hijo de Jérôme Lindon, el editor de Beckett, sin duda el peor libro entre aquello que me tocó leer en 2025); The Visionaries. Arendt, Beauvoir, Rand, Weil and the Salvation of Philosophy, de Wolfram Eilenberg, también decepcionante, a no ser por la inclusión de Ayn Rand, que si a los resultados electorales en Washington, Buenos Aires o Santiago de Chile nos atenemos, bien haríamos en releer…
  • También te ocupaste del llamado “fascismo wanabe”…
  • Sí, el libro de Federico  Finchelstein en The Wannabe Fascists. A Guide to Understanding the Greatest Threat to Democracy, una buena guía periodística pero como el de Ruth Ben–Ghiat (Strongmen: Mussolini to the Present) sólo se ocupa de los tiranos de la derecha, como si a estas alturas, los Ortega y Maduro no tuvieran cuentas que rendir ante la academia especializada en el sustrato fascista del populismo. No es una casualidad que Mussolini fuese militante del Partido Socialista Italiano hasta la Gran Guerra…
  • ¿Un libro del año?
Escritora argentina radicada en Francia, reconocida por su narrativa intensa y traducida ampliamente a múltiples lenguas. Crédito: FIL © Alam
Escritora argentina radicada en Francia, reconocida por su narrativa intensa y traducida ampliamente a múltiples lenguas. Crédito: FIL © Alam
  • Sí, aunque el pie de imprenta sea de 2023: El ruido de una época (Marciana), de Ariana Harwicz porque, entre la abundancia de impresionantes escritoras argentinas a la vista, ella es la más incisiva. “La escritura nunca es autobiográfica”, dice Harwicz, “para repeler a la autoficción, etiqueta muy lucrativa inventada por profesores y editores que de novedosa no tiene nada”. El último entrecomillado es mío, apareció aquí en Confabulario, el 27 de abril, y me parece veneno contra la proliferación egotista que padecemos. También insistí en Carlos Clavería Laguarda (1963), el más interesante de los actuales críticos españoles, quien va por el mismo camino con No me cuentes tu vida. Límites y excesos del yo narrativo y editorial (Altamarea). Creo que esa moda personalista va de salida, pero si le puede empujar un poco hacia la puerta, mejor.
  • ¿Qué te dejó 2025?
  • Fue el año de la muerte de Mario Vargas Llosa. Me conmovió mucho, como a otros amigos, que muriese en el Perú. El retorno de Ulises.

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