Hoy voy a compartirles mis impresiones en torno a tres eventos recién presenciados. Si algo los unifica, es la admiración y el cariño que le profeso a los amigos que me convocaron a ellos, ya que más dispares no podrían haber sido.

El viernes 19 escuché a la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ) en la Sala Nezahualcóyotl. De cuatro conciertos planeados para conformar una pequeña gira nacional, acabó reducida a éste y el realizado el miércoles 17, en el Teatro del Bicentenario, de León Guanajuato. Qué habrá pasado con las otras sedes, no lo sé, pero ellos se lo perdieron. Como pudimos corroborar quienes llegamos a la Neza a pesar del partido que desquició el tráfico a la altura del Estadio Universitario, si hoy hay una orquesta estable de primer nivel en México, esa es la OFJ.

Con gran inteligencia, su titular, José Luis Castillo, urdió un ambicioso programa que logró el lucimiento de cada una de las secciones de la orquesta y al cual él fuera idiomáticamente afín. Detalle no menos importante y sobre el que me permitiré glosarles tantito, ya que es fundamental para el éxito de un concierto: así como hay cantantes que son unos dioses del bel canto y logran unas coloraturas que ya quisiera un ruiseñor, esos mismos cantantes pueden sonar emocionalmente distantes con otros repertorios, sin importar si este es barroco o verista, y lo mismo pasa con los directores y todos los instrumentistas, sean flautistas, violinistas, pianistas o lo que fueren. ¿Alguien imagina a Rubinstein tocando Bach o Handel? Podrán dar las notas, pero eso no les hace compatibles con el espíritu de la música de un período o de un compositor.

Esto viene a colación porque, en México, no tenemos un director más afín al repertorio contemporáneo y del siglo 20 que el Maestro Castillo, pero no lo pongan a hacer Románticos… no es que no pueda, simplemente, no está en su elemento. Como diría mi nana, “ahí nomás no se halla”. Por eso, celebro cuán bien eligió este programa: el Huapango y la Sandunga de la Suite H.P. de Chávez, Esquinas, de Revueltas, y la Sinfonía n. 11, “El año de 1905”, de Shostakovich, interpretados sin intermedio.

Estas dos danzas de Chávez constituyen El trópico, tercer movimiento de esa “sinfonía de baile” que, a mi juicio, es su obra orquestal mejor lograda, ¡cuán apasionada y exuberantemente fue dicha! aunque, si algo fue sorprendente –a pesar de ser el primer acercamiento de la OFJ a esta obra-, fue la fluidez con que Castillo recreó la versión de 1933 de Esquinas. Pocas partituras hay más intrincadas en toda la literatura revueltiana y él la ha hecho suya como nadie: de la primera vez que se la escuché con la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato al día de hoy, la ha madurado ejemplarmente. Independientemente de la impecable ejecución de todo el programa, lo que más me conmovió durante este concierto ocurrió cuando volteé y vi que, sentada a mi diestra, la Maestra Eugenia Revueltas no podía contener su emoción ante esta audición de Esquinas.

Estructurada en cuatro movimientos que se tocan sin interrupción –a la manera de los poemas sinfónicos-, la interpretación que escuchamos de la décimo primera sinfonía de Shostakovich cimbró a toda concurrencia con su apoteótica intensidad. ¡Qué fortísimos tan nítidos, y qué pianísimos tan sutiles! Me pregunto si volver a escuchar en casa a una orquesta de este calibre habrá motivado a que las autoridades universitarias presentes a aplicarse seria, cuidadosa y exigentemente en la elección del próximo titular de la OFUNAM. Ya ven cuánto ha caído su nivel a causa de la programación que le han impuesto y de las limitaciones de su actual director, y lo más triste es que para allá va la joya de la corona, la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata, a la que le ensartaron por dedazo la peor opción posible…

El lunes 22 asistí al Teatro Metropolitan para presenciar por primera vez a ese arrollador fenómeno mediático que es Il Divo, agrupación conformada por tres tenores y un barítono cuya formación operística se hace presente en la interpretación del repertorio “pop” al que se dedican. Es imposible sustraerse del contagioso entusiasmo del público, conformado en su mayoría por delirantes señoras de mediana edad, lamentablemente, la sobre saturación sonora del recinto no le hizo plena justicia a las voces; tal vez, conscientes de que su público presta más atención a lo que ve, lo más cuidado fue la estupenda iluminación del espectáculo.

Il Divo: Crédito: El Universal
Il Divo: Crédito: El Universal

Para mí, el mejor momento fue cuando Steven LaBrie cantó El triste, que presentó como “la canción más reconocida de todo el repertorio mexicano”, afirmación que podremos debatir si consideramos Bésame mucho, Júrame o Granada, pero que –por algo- es la única programada en los tres conciertos populares que tengo agendados este mes: hace una semana reseñé que fue la más aplaudida en el Homenaje a Magallanes, aquí ocurrió lo mismo, y ya veremos qué tanto revuelo provocará pasado mañana, durante Amar y querer, el tributo a José José que presentará OCESA en el Auditorio Nacional bajo la dirección de Rodrigo Macías.

Finalmente, este martes 23 estuve en la casona ubicada frente a la parroquia de San Sebastián Mártir, en pleno corazón de Chimalistac, donde se alberga el Centro de Estudios de Historia de México – Fundación Carlos Slim, que desde hace treinta y cuatro años dirige mi adorado Manuel Ramos Medina, quien desde hace varios años tuvo la confianza de darme a leer la primera versión del libro que ahora presentaron amena y doctamente Consuelo Sáizar (autora del Prólogo), Oscar Mazín y José Rubén Romero Galván: Memorias de un Director. Cinco lustros de Cultura en México.

A lo largo de cuarenta ágiles capítulos, Manuel narra sus memorias “frescas, divertidas, carentes de solemnidad, pero muy valiosas, suceden incidentes curiosos y hasta entretenidos como las peripecias de un documento perdido” –Margo Glantz dixit-, la visita de la reina Noor, los pormenores de tantos documentos y archivos invaluables que ahí se resguardan, y hasta cómo se libró del chantajista que pretendió extorsionarlo para no sacarlo del clóset ¡por favor!

Como bien señaló Sáizar, si algo hay que lamentar, es que la modestia de Manuel le llevó a autoeditar este texto “que se habrían peleado muchas editoriales” y que yo no puedo recomendar más ampliamente. Para fortuna de quienes no formaron parte de los sesenta privilegiados que pudimos volver a casa con nuestro volumen firmado, podrán comprarlo a través de Amazon y enterarse de aquello que los franceses, muy elegantemente, denominan la petite histoire, pero que, para nosotros, no es nada más que un maravilloso y entrañable chismerío.

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