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Digamos que no tiene principio el mal: empieza donde lo hallas por vez primera y luego te sale al encuentro por todas partes”, reflexiona el personaje central de Nostalgia de la sombra, primera novela de Eduardo Antonio Parra, publicada originalmente en 2002 y recién reeditada bajo el sello de Ediciones Era. En los veintitrés años que han transcurrido desde aquel primer tiraje, no pocas cosas han cambiado en el escenario sociopolítico, y por supuesto, en el ámbito literario nacional, lo que permite nuevas lecturas de la novela.
En el plano de la historia, Nostalgia de la sombra cuenta la trayectoria de Bernardo, hombre de clase trabajadora que se gana la vida como corrector de estilo en un periódico de Monterrey. Casado, padre de familia, Bernardo tiene un sueño: ser guionista de cine, específicamente de filmes que cuenten historias de pistoleros famosos. Son pocos los lujos que puede permitirse con su magro salario. Uno de ellos es ir al cine los días de quincena para ver en la pantalla grande clásicos del cine de pistoleros. Una noche, al volver a su casa después de una de esas sesiones, Bernardo es abordado por tres asaltantes. Algo ocurre en la subjetividad del personaje, que pierde la conciencia en un ataque de ira. Cuando vuelve en sí, es sólo para darse cuenta de que ha asesinado a los tres ladrones. En aquel Monterrey previo a la llamada guerra contra el narco, el triple crimen conmociona a la sociedad. Para Bernardo comienza entonces una fuga constante, una huida que le aleja de Monterrey y le obliga a cambiar de nombre varias veces. En los próximos años será El Chato, Genaro, Ramiro… Pero el viaje exterior es apenas un pálido reflejo de su transformación interna, pues el crimen detona en el protagonista una metamorfosis profunda. Esta doble huida lo empuja a explorar rincones en donde el estado de derecho brilla por su ausencia: basurales, paraderos de traileros, zonas de la frontera dominadas por “polleros” y traficantes de personas. Una vida azarosa, llena de altibajos, que lo aleja para siempre de su anhelo de redactar guiones, pero a cambio le convierte en protagonista de una historia aún más cruda que aquellas que soñaba escribir.
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Para no revelar demasiado, baste con decir que el hombre que alguna vez fue Bernardo acaba convertido en un gatillero que trabaja para un hombre mucho más poderoso que él. Así, matar se convierte en su modus vivendi, un oficio que procura ejercer con cabeza fría, amparado en una ética propia. El día menos pensado, el asesino recibe una encomienda que le obliga una vez más a replantear esa particular escala de valores: para ejecutar a su próxima víctima debe volver a Monterrey. Pero no es eso lo que le cimbra, sino que por primera vez debe matar a una mujer. La señalada es Maricruz Escobedo, madre y profesionista que pertenece al circuito financiero de Nuevo León.
La relectura de Nostalgia de la sombra permite tender puentes al resto de la obra del autor, desvelando un universo narrativo mucho más amplio. Un ejemplo es la alusión, en la página 146, a un crimen tan salvaje como gratuito: el asesinato de una pareja de vagabundos a quienes apodan Los Amorosos, historia que encuentra su complemento en el cuento “La vida real”, incluido en el volumen de relatos Tierra de nadie (Era, 1999).
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En el plano de la forma, la novela anticipa el que ha llegado a ser uno de los principales recursos estilísticos del autor, y que encuentra su nivel más alto en Laberinto (Random House, 2019) título que obtuvo el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima a la mejor novela publicada, y que en su momento reseñamos aquí. En Nostalgia de la sombra puede observarse ya un hábil uso de estructuras no lineales que aprovechan el manejo del tiempo para generar tensión. Creador de historias redondas, que hechizan a los lectores por su consistencia interna pero también por la profundidad con que exploran la sicología de sus personajes, Parra nos permite recrear la realidad no como la experimentamos, sino como la recordamos: los hechos se presentan así como parte de una compleja trama en donde cada pasaje resulta al mismo tiempo causa de ciertos hechos y consecuencia de otros. La violencia es una serpiente que se muerde la cola. En ese sentido, la forma circular de la novela parece responder a quienes señalan a corridos, novelas y teleseries como detonadores criminales: “Digamos que no tiene principio el mal: empieza donde lo hallas por vez primera y luego te sale al encuentro por todas partes”.
De nuevo: en los veintitrés años que han transcurrido desde la primera edición de este libro, no pocas cosas han cambiado en el escenario sociopolítico, y eso permite nuevas lecturas de la novela. Imposible no reparar en la profunda capacidad de observación del autor: en conjunto con novelas como Un asesino solitario de Élmer Mendoza y Trabajos del reino de Yuri Herrera, Nostalgia de la sombra traza por anticipado el perfil del que, años después, será uno de los personajes más violentamente reales del México de inicios del siglo XXI: el sicario. La exploración no se detiene allí: la sombra aludida en el título funciona como la metáfora de aquellas zonas de la realidad que permanecen ocultas, es decir, que no alcanzan a ser exploradas por una voz narrativa que nos cuenta la historia y que analiza todo. De esta manera el pistolero implacable, el frío asesino a sueldo, es puesto en perspectiva: no como el detonador de la intensa violencia social que vivimos, sino apenas como un subproducto de ella, un eslabón que conecta al mundo de los hechos de sangre con otro universo más turbio y más oscuro: el de aquellos delincuentes de cuello blanco expertos en crímenes como el lavado de dinero, la evasión fiscal y el peculado, esos que rara vez merecen un corrido, una novela o una película.