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Pocos aniversarios han sido tan cacareados este 2024 como los 200 años del estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven. Su monumentalidad les ha robado el reflector a otras importantes conmemoraciones, como el bicentenario de Anton Bruckner, ese inmenso compositor tan poco escuchado en nuestras salas de concierto, a diferencia de la muy tocada Rhapsody in blue, con la que, justo hace un siglo, Gershwin modificó para siempre la apreciación que se tenía del jazz.
Ya hablaremos de Bruckner, cuando a mediados de noviembre Rodrigo Macías y la OSEM interpreten su Te Deum y su Sexta Sinfonía en su sede toluqueña y en la Sala Nezahualcóyotl; hoy, haré la música a un lado para compartirles el entusiasmo que me generaron un par de propuestas teatrales que recién presencié y tienen en común el haber sido propiciadas por sendos aniversarios y la entrañable figura tutelar de Salvador Novo, quien este 30 de julio habría cumplido ciento veinte años y lleva medio siglo de haber colgado las enaguas.
La primera de ellas la presencié en ese mítico espacio que es el teatro La Capilla, abierto por Novo hace poco más de siete décadas en el número 13 de la calle de Madrid, en la entonces muy distante colonia Del Carmen, en Coyoacán, y que tras varios vaivenes está tratando de recuperar el prestigio que entonces tuviera acogiendo montajes como Soñé con Lázaro y sus palabras extraviadas, de Carlos Virgen, a quien me atrevería a considerar como uno de nuestros más brillantes dramaturgos y directores escénicos en activo.
Para quienes asistan a la última función, que tendrá lugar este miércoles 16, no voy a estropearles la experiencia adelantándoles el argumento de esta obra “de bajo presupuesto” –tal y como se menciona en uno de los parlamentos- en la que, toda proporción guardada y utilizando un recurso que me recordó el empleado por Kieslowski en su saga Tres colores: azul, blanco y rojo, Virgen entrelaza tres historias reales que no tuvieron nada que ver entre sí para mostrarnos cuán extraños pueden ser los caminos de la redención, logrando un desenlace catártico y conmovedor.
Para ello, Virgen se sirve de media docena de actores que, como atinadamente señaló Aurora del Villar, dirige con sobria elegancia. Carlos Guízar –responsable también del vestuario y el maquillaje- es quien enarbola el primer crédito de un cartel que comparte con Guillermo Navarro, Horacio Trujillo, Mariana Arocena, Rafael Gallegos y Mariana Amero. La noche que asistí tuve por vecino de asiento a esa leyenda de nuestro teatro musical que es Gerardo González, quien me comentó que, con motivo de los treinta años del Cenart, había sido invitado para realizar en el Foro de las Artes cuatro funciones de un monólogo que, ¡oh casualidad!, versa sobre el Maese Novo.
Tomé nota, asistí a la tercera función de Novo, un closet de cristal cortado y salí con la satisfacción de haber aplaudido un espléndido trabajo con el que se rinde tributo a la memoria de Novo, además de presenciar el caleidoscópico desdoblamiento y la riqueza de matices con que González arropa este bien estructurado texto de Alejandro Román dirigido por Guillermo Navarro.
Al margen de cuán documentado esté este intento de reconstruir a tan poliédrico personaje, Román incurre en la ficción al enfatizar la pasión por el bardo granadino que, presupone, acompañó a Novo hasta el final de sus días, misma que deja en claro desde la sinopsis donde precisa que los detonantes de este monólogo “suceden en tres momentos de la vida de Salvador Novo, en los que la ‘fiebre’ será el puente entre el Novo Niño en Torreón Coahuila, el Novo joven que en Buenos Aires (Argentina) conoció a García Lorca y el Novo agónico en el lecho postrero del Hospital General de la Ciudad de México” (sic).
La participación con algún mínimo parlamento de Horacio Trujillo como Lorca (o algún otro fugaz personaje) y de una figura invitada en cada función para glosar sobre quién fue Novo –que el 5 de octubre recayó en Lupita Sandoval-, hacen que, en rigor, no sea un monólogo. Peccata minuta. De hecho, la participación de Miguel Amín tocando el violín, la inclusión de los audios ejemplificando algunas de las campañas publicitarias creadas por Novo o el video papping de Yoatzin Balbuena también enriquecen este cuidado espectáculo que, ojalá, sea repuesto en más espacios.
Más que por su desenfadada homosexualidad o su cercanía a Díaz Ordaz en un momento de nuestra historia que recién ha sido declarado crimen de lesa humanidad, la clave para entender el desdén hacia la descollante agudeza y la versatilidad creativa de Novo podemos hallarla en el análisis Novo, cliente de su ingenio que Christopher Domínguez Michael publicó hace veinte años en Letras Libres y en el que, entre otras cosas, señala que “si Novo no calificó en vida entre los autores canónicos por la ausencia en su bibliografía de un libro consagratorio (a la manera de La sangre devota, de Al filo del agua, de Muerte sin fin, de Pedro Páramo, de La región más transparente), debe reconocerse que poseyó una virtud sólo visible entre los grandes escritores: transitar entre la corte y la aldea, la capital y la provincia, las metrópolis de la literatura mundial y sus periferias (…) hombre de murmuraciones, reservó para sí mismo (y un puñado de iniciados) su libertad de escritor. Detrás de la máscara sí había un rostro, o al menos una ‘rápida sombra’, aquella que cierra La estatua de sal, uno de los libros más extraordinarios de la literatura mexicana del siglo xx (…aunque,) como tantos escritores, Novo se equivocó respecto a la trascendencia de su propio talento.”
Nombrado en 1947 Jefe del Departamento de Teatro del INBAL por Carlos Chávez, a quien involucró para componer la música incidental a su adaptación para niños de Don Quijote que presentó al año siguiente, Novo creyó “que el teatro le daría la posteridad”, asienta Domínguez Michel. Tristemente, fuera de sus Diálogos, El tercer Fausto o algún título más, rara vez se escenifican sus obras y, volviendo al ámbito musical que hoy hicimos a un lado, menos aún se toca la obra que Chávez escribió a petición suya. ¿Será que quienes ahora ocupan los cargos que ellos tuvieron, ignoran que programarla sería un muy digno homenaje a dos de nuestros creadores más destacados?
En lo que son peras o son manzanas, Soñé con Lázaro y sus palabras extraviadas, y Novo, un closet de cristal cortado, refrendan lo dicho por Consuelo Sáizar: “el mejor teatro de habla hispana lo tenemos en México” y yo, proseguiré mi homenaje perenne a su memoria disfrutando de la gastronomía, el teatro… y otras innombrables pasiones que con él comparto.