
––¿Cuál es su gracia?
––La facilidad de palabra.
Esto responde Cantinflas al fiscal –al acusador– en la famosa escena del juicio de Ahí está el detalle (1940). Hacer fácil la palabra es una de las misiones del actor mexicano más famoso, aquel a quien Charles Chaplin llamó el mejor cómico en la historia del cine y le prestó por un momento el título que a él mismo le correspondía, como padre incluso del Séptimo Arte.
La palabra se le hizo fácil. Toda persona tiene acceso a un lujo: el lujo de los detalles. Para lograrlo debe controlar el uso de la palabra. Esto hace Cantinflas: controla la palabra. Se ha dicho que ‘cantinflear’ consiste en hablar mucho sin decir nada:
rae: Hablar o actuar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada con sustancia.
También el Larousse incluye una referencia:
Discurso prolijo y sin sentido.
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Esta definición se ciñe a la comprensión que del término tenemos de manera colectiva, y es tarea de la exégesis, de la hermenéutica, extraer todos los significados y sentidos activos, aunque no los percibamos de inmediato, y los diccionarios no nos los proporcionen.
La frase del Larousse confunde significado y sentido. Palabras como ‘jitanjáfora’, de Mariano Brull y Alfonso Reyes, y ‘Trilce’, de César Vallejo, no tienen en principio significado, pero tienen sentido e incluso más de un sentido: la comunión, más que la mera comunicación; la música, que tendrá sentido, aunque no incluya palabras; la celebración de la creatividad verbal, inherente a todas las personas, y –más– la aspiración a crear un paradigma.
“Cantinflear”, en todo caso, debería tener los siguientes significados:
Por lo demás, del Cantinflas de Ahí está el detalle al Cantinflas de El padrecito o Su Excelencia se percibe el tránsito del pícaro sobreviviente al personaje mediador que busca resolver los desajustes del entorno, causantes del mal.
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El pícaro, como sobreviviente, es situacional: al otro se le cae una cartera, él se la roba; si hay que matar a un perro para cenar, lo mata; si tiene que esconderse en la cava del señor, se toma el whisky y se fuma los puros, lo que provoca que lo descubran; si lo descubren, trata de defenderse enredando al señor con sus propias palabras; si por el enredo resulta que el señor es su esposo, su cuñado, su papá, su hermano y su amigo, lo acepta tal cual y le dice a Pacita: “Ya se me hacía raro que no tuviera yo familia.” Aquí y en muchas partes mezcla el cantinfleo en su acepción rae con los demás usos. Y de pronto no es nada confuso, sino que por el contrario es quien pone las cosas en claro, sin perder una cortesía que a veces se adjetiva como mexicana:
––¿Y cómo le va en su trabajo?
––Pues no me puedo quejar.
––¿Así de bien le va?
––No, es que si me quejo me corren.
Nadie ha expuesto mejor y con menos palabras la precariedad laboral. Tal precariedad ha sido uno de los destinos más tristes para miles de millones de personas, que se mantienen calladas por las razones que aduce Cantinflas. De ese modo, con poquísimas palabras Cantinflas 1) hace un buen chiste, 2) desautomatiza una frase de cortesía y 3) delata la situación laboral de miles de millones de personas a lo largo de los siglos y hasta nuestros días.
Quizá otra vertiente digna de atención es el hecho de que Cantinflas no se deja clasificar ni de “derecha(s)” ni de “izquierda(s)”. ¿Uno de sus méritos consiste en no poner una de las etiquetas que contribuyen a la polarización? El pícaro sobreviviente no tiene desde luego ideas políticas propias, profundas, auténticas; es verdad, eso sí, que en Ahí está el detalle disfruta de las clases sociales cuando tras un típico vuelco de fortuna se coloca en la clase media alta, y entonces clasifica a Pacita como “gata igualada” y se ubica a sí mismo como “el señor”. Allí sí lo tenemos poniendo etiquetas, si bien sociales, no políticas ni nacionales ni étnicas. Y como buen pícaro usa el idioma para “poner los puntos sobre las haches”, como dice un personaje en Doña Bárbara: le hace una aclaración léxica a “la señora”, a la que quiere seguir abrazando con el pretexto de que de pronto resulta que son hermanos:
––No soy su novio [dice con respecto a Pacita]. Soy su detalle, que es distinto. No te celes, chatita.
Quizá en esta época de polarización, sería bueno rescatar al Cantinflas a quien no podemos ponerle una etiqueta política fácil, pues proviene del pueblo y se solidariza con los problemas de sus semejantes y aun así no deja de hacer esa crítica de las costumbres que es característica de la sátira desde tiempos de Juvenal, hacia inicios de nuestra era.
El pueblo de Cantinflas es rico y diverso como es en la realidad. Tenemos a la persona chismosa, a la intrigante, a la que vive al día y que, pese a ello, en cuanto tiene dinero se va a la cantina a gastárselo; al albañil que un día cae y muere. Quizá el retrato del pueblo de Cantinflas es una de las mejores aportaciones del cómico, pues se basa en la empatía hacia una vastísima comunidad sumida en la precariedad laboral (“No me puedo quejar”), en el día a día, en el llegar a fin de mes, en las dificultades para educarse y aun así en la voluntad para lograrlo.
Cantinflas es demasiado concreto para dormirse en una etiqueta, para aplicarse el somnífero o incluso el narcótico de una etiqueta: se viste de etiqueta varias veces y se cree superior por eso, pero a la vez sabe que pronto lo alcanzará el vuelco de fortuna típico del pícaro. Una vez que se viste de etiqueta y va a una cena, confundido con un dramaturgo, se le pide que lance un discurso sobre Shakespeare y Romeo y Julieta. Se pone de pie y cantinflea (acepción rae) y a los treinta segundos ya está arengando a las bases agraristas. ¿Qué tienen que hacer Shakespeare y las bases agraristas? Solamente a Cantinflas se le ocurriría unirlas, sólo que con tan mala suerte que se emociona y da un manotazo patriótico y sindical contra la mesa. No. No contra la mesa exactamente, aunque así lo quisiera él: lo da contra el inmenso tazón de budín y salpica al anfitrión y se salpica a sí mismo, perdiendo la etiqueta.
Todo esto permite que sus películas, como las de Chaplin, sean una dramatización concreta de las condiciones concretas de personajes concretos. Chaplin y Cantinflas son fenomenólogos instintivos, intuitivos: van a las cosas mismas (y a las personas), como quería Edmund Husserl.
Quizá la mejor definición del cantinfleo sería la de tener siempre una respuesta, aunque no sea la correcta. Y esto de hablar y tener siempre una respuesta, aunque no sea la correcta, es una actitud humana muy profunda, muy arraigada, pues las condiciones sociales y laborales a menudo nos impiden decir simplemente “No sé”.
Sin duda, abundan los momentos en que predomina el cantinfleo en su acepción rae, que aquí ya vamos viendo que es correcta, así sea limitada. Un momento estelar del cantinfleo se presenta cuando le toca decir el responso a pie de tumba por su amigo albañil muerto al inicio de El bolero de Raquel. Lo acompaña el Chino Herrera, y ambos llegan al panteón tan ebrios que incurren en el tópico de la tumba equivocada y empiezan su lamento ante deudos a quienes no reconocen y a quienes aun así “normalizan” suponiendo que su compadre el albañil sabía codearse, después de todo, con la clase rica.
Articular acciones y experiencias es una de las características fundamentales del lenguaje. El lenguaje es articulador en su más íntima razón de ser. El cantinfleo en su acepción rae es desarticulador a nivel de los enunciados, pero puede ser articulador o por lo menos pieza de salvamento para el pícaro allí donde le permite acaparar la palabra y adormecer al interlocutor, desarmándolo acaso, desarticulándolo incluso. Y no hay género discursivo más articulador que el responso, el réquiem, por la sencilla razón de que ese texto o discurso es la última oportunidad que se tiene para articular la vida de una persona recién desaparecida a la vista de deudos y simpatizantes que jamás volverán a reunirse (o será altamente improbable que lo hagan): el responso quita la viruta, pule la forma, hace que brillen los contornos, cose los descosidos, disimula los parches y remata las escenas que se quedaron a la mitad. El responso es entonces carpintería, sastrería, oratoria.
Pues bien, Cantinflas y el Chino Herrera hacen justo lo contrario: no cuentan lo mejor, sino lo menos vistoso del compadre. Y van hilando o más bien deshilando el discurso al alimón conforme se van acordando de anécdotas, hasta que por fin llegan al punto culminante:
––¿Se acuerda compadre de cuando se enfrentó a tres él solo? [pregunta Cantinflas].
––Sí, los tres le sonaron [responde el Chino Herrera].
––Bueno, pero es que también era muy hablador [remata Cantinflas].
A estas alturas, incluso los sepultureros están alarmados, para no hablar de la viuda y del niño huérfano.
Desde el pícaro Cantinflas hasta el Cantinflas establecido, Mario Moreno Reyes fue cumpliendo el destino de todo pícaro, cuya intención primordial ha sido siempre establecerse, sin dejar de disfrutar del presente a costa de los demás. No de otro modo procede el Lazarillo de Tormes cuando 1) se casa, 2) se aburguesa y 3) se dispone a dar lecciones de vida.
Los discursos amonestadores del Cantinflas viejos corresponden a los discursos de otro michoacano ya envejecido, el Pito Pérez de José Rubén Romero, y de muchos otros pícaros.
¿Mis películas preferidas de Cantinflas? Desde luego, Ahí está el detalle, la mejor película mexicana que yo recuerde, gracias asimismo a todo un equipo brillante. Es la única película mexicana que tiene un ritmo digno de Chaplin. (Chaplin era bailarín y músico, y sus películas no son únicamente cine: son danza.) El padrecito le proporciona al mundo hispánico un puente entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia conciliar y postconciliar, en un momento de transición tan importante como 1962. Y Su Excelencia es una parodia del mundo diplomático, cuyos resortes y virtudes y defectos él demuestra conocer muy bien y cuyos buenos oficios necesitamos hoy más que nunca. También aquí estamos en un momento clave: la crisis máxima de la Guerra Fría, la crisis de los misiles. El discurso final de Cantinflas por un mundo más allá de la polarización bipolar es un homenaje al Chaplin de El gran dictador y me confirma que el mejor aporte hoy del gran cómico mexicano es la derrota de las etiquetas excluyentes y paralizantes.