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Han transcurrido 30 años de mirar el mundo de una manera particular: a través del visor de la cámara o de una mirilla ficticia que me permite a veces hacer fotos y otras solo tomarlas en mi imaginación. No sé en qué momento sucedió esto, pero aquí estoy, después de más de 30 años, con la columna vertebral un poco maltrecha por cargar equipo pesado durante todo este tiempo. Pero ha valido la pena, porque la fotografía me ha dado mucho. Siento que tengo alas en los ojos; mirar me da libertad. Y a través de mis ojos puedo opinar, imaginar otros mundos, escudriñar en mi interior y hacia afuera, en un vaivén constante.
La fotografía ha representado para mí un elemento vital. Mi vida es visual. Las imágenes me acompañan a lo largo del día, de los días, meses y años. Escuché una vez que una no elige ser fotógrafa, sino que la fotografía decide tomarte. Así fue mi caso: la fotografía me tomó de la mano, me abrazó, me hizo el amor. Me enamoró. Más de tres décadas de sentir esta pulsión.
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A veces he mirado con gozo, otras con dolor. No me es fácil solo percibir lo amable de la vida. Hay muchas cosas que me conturban de lo que sucede a mi alrededor y no encuentro otra forma de reaccionar sino elevar la cámara a la altura del rostro y hacer imágenes. Y es que no podría ser de otra manera.
Me duele mi país. No hay posibilidad de pasar por alto esto.
En los últimos años de mi trayectoria me he enfocado en temas relacionados con la mujer. Mis imágenes son un homenaje a todas ellas. Son mi espejo. Mujeres que miro y admiro. Mujeres en prisión, mujeres rotas que escarban con sus propias manos la tierra con la posibilidad de encontrar los restos de sus familiares desaparecidos, mujeres que en lugar de abrazar a un bebé sujetan un rifle, para luchar por los derechos de los y las indígenas. Mujeres que, con su apabullante cuerpo voluminoso, incomodan a esta sociedad donde la apariencia tiene un papel preponderante por encima de cualquier otro valor. Mujeres que escuchan las primeras palabras de un niño que no es el suyo mientras el propio crece como planta silvestre.
Es necesario seguir mirando. De esta manera, me miro a mí misma, me reflejo en otras mujeres, me conecto con el dolor ajeno y con el propio.
Mujeres que me han permitido ser parte de mi vida personal y fotográfica. A través de sus historias cuento la mía.
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Se suele pensar que después de los 60 años, las personas tienen más tiempo libre y yo creí que así iba a ser. En mi caso es todo lo contrario. No me alcanzan las 24 horas del día para hacer todo lo que quisiera; léase foto, cuidados, asuntos cotidianos. Incluso podría decir que estoy rebasada. Sin embargo, hay una parte fascinante en esos retos (cada vez que lo logro, me siento muy orgullosa de mí), aunque también de pronto me generan mucho estrés. Son demasiados asuntos que hay que resolver; unos que planeo y otros que van surgiendo durante el día. Algunos incluso absolutamente impredecibles.
Mi rutina no tiene rutina. Cada día es diferente. La mayoría de mis actividades están relacionadas con la fotografía. No necesariamente al acto fotográfico como tal, sino a todo lo que le rodea. Ahora mismo estoy en el proceso de editar un libro, entonces gran parte del tiempo lo dedico a eso: a crear una narrativa, a la selección de las imágenes, al retoque. A la par estoy desarrollando un proyecto, por lo que otros días me enfoco a la planeación, a la investigación, a contactar gente y, por supuesto, a fotografiar. Para ello, en ocasiones tengo que viajar. Cada día es diferente y siempre hay algo que tiene que ver con la fotografía.
También realizo otras actividades que hace 20 años no me hubiera imaginado: el cuidado de mis padres ya mayores, también de mis perritos y mi gatita. Mi vida por momentos suele ser más ermitaña que hace dos décadas. Aunque sí me tomo el tiempo para socializar. Los afectos conforman un aspecto importante. Mis quereres están dentro de mi hogar y también afuera.
En el 2005, casi todo el tiempo estaba en la calle tomando fotos porque hacía fotoperiodismo. Justo un año después, comencé a ser trabajadora independiente y desde entonces así ha sido.
Por fortuna puedo trabajar, la mayor parte del tiempo, desde casa. Entonces estoy casi siempre en la planta alta y bajo continuamente a ver cómo están mis padres y qué necesitan. Hay rutinas muy específicas que sí son dedicadas totalmente a ellos, sobre todo en las noches que ya no está la persona que me ayuda a cuidarlos.
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Hacer fotografía implica cargar un equipo pesado. En ese sentido, soy poco práctica porque, efectivamente, todavía cargo equipo rudo como son luces de estudio y la misma cámara que pesa horrores. La ventaja es que casi siempre llego a un lugar y me instalo, no tengo que andar recorriendo trayectos largos con el equipo o cargándolo todo el tiempo. Mi fotografía tiene que ver más con contar historias y casi siempre voy a los espacios de las personas que fotografío y ahí me instalo. A veces, he pensado hacerme de un equipo más ligero.
Debo confesar que cuando veo algo en la calle que me llama la atención, utilizo el celular que ahora se ha vuelto una herramienta magnífica para tomar fotos de la vida cotidiana.
Planear un trabajo fotográfico implica viajes y yo voy a donde están mis temas, no importa el lugar. Aunque también aprovecho, si viajo a algún sitio por el motivo que sea, y puedo contactar a gente que podría ser parte de mis historias, lo hago y las fotografío. Eso ha resultado muy bueno porque, de pronto, en mis proyectos incluyo a gente de varias partes del país. Por el momento, estoy en un proyecto más personal donde casi no tengo que viajar.
¿Que si busco comodidades como no manejar o llevar maleta ligera? La respuesta es sí, casi siempre me muevo en autobús o avión. Lo prefiero. Aunque manejo desde muy joven, no tengo la destreza que se requiere para conducir en autopista. Además, uso siempre calzado cómodo, esté haciendo fotos o no. También llevo maleta con ruedas para no cargar. Si se puede, llevo asistente, aunque la mayoría de las veces trabajo sola.
Cuando estoy en la ajetreada Ciudad de México casi siempre uso mi coche o alguna aplicación para pedir un auto. Con el equipo es muy difícil moverse en transporte público. Cuando hacía diarismo sí era más frecuente que me subiera al metro o autobús para ir a trabajar.
Hacer fotografía es un trabajo que necesita mucha energía —desplazarte, acomodar el equipo para obtener una buena luz, hablar con las personas— esa energía al final te la da el impulso de lograr la fotografía que habías pensado, obsesión que se mantiene con los años.
Estoy enamorada de la fotografía y es un amor que se aviva día con día. Aunque suene cursi. Incluso cuando he hecho fotografía por encargo, le pongo la misma enjundia. Lo disfruto enormemente. Quizá la energía ha cambiado de forma, pero no de intensidad. Cuando hacía fotoperiodismo, el reto estaba en llevar la imagen del momento, captar la escena y a la vez buscar una buena perspectiva, tratar de hacer una foto desde un ángulo más novedoso, sin perder su finalidad informativa. Mis proyectos personales, en cambio, tienen otro ritmo, se van tejiendo pausadamente hasta que van tomando forma: conocer a las personas, conversar con ellas por horas, fotografiarlas en diversas ocasiones y circunstancias, establecer vínculos, escudriñar en su universo. A diferencia del fotoperiodismo poque lo caracteriza la inmediatez y eso lo hace más “adrenalinoso”. En ambos procesos he puesto mucho corazón. Entonces pienso que la energía se mantiene.
Los profesionales de la lente que se han dedicado a su profesión durante prolongados años tienen varias lesiones. En mi caso, mi columna vertebral está afectada por tantos años de cargar equipo pesado. Además, tengo el hombro caído, del lado donde cargo el equipo. Algo que es curioso, de cómo tu oficio afecta tu cuerpo, es que tengo permanentemente un callo en el dedo gordo de la mano derecha por sostener con firmeza la cámara.
A diferencia de profesiones que requieren el uso del cuerpo como la danza, la fotografía se puede ejercer a pesar de la edad, no hay límite para ser fotógrafa. Y ahora, con la posibilidad de utilizar cámaras muy ligeras, menos. Eso es una certeza. Están los casos de gente mayor que sigue haciendo imágenes extraordinarias como son Graciela Iturbide, Pedro Meyer, Sebastiao Salgado. Otros que ya murieron y que produjeron hasta el final de sus días como la increíble Lourdes Grobet.
Aunque, como en toda profesión, hay tareas que resultan tediosas, sin que ello signifique un hartazgo del trabajo. Cuando tomo fotografías, esa pesada labor es armar las luces de estudio y cargar el equipo.
¿Si me preguntan si he pensado utilizar la inteligencia artificial (IA) para simplificar pasos y ahorrar tiempo en mi proceso creativo? Les platico que hay algunas fotos digitales que hice hace tiempo y que no encuentro en alta resolución o que no las tomé de origen así. Entonces, quisiera pedirle a la IA que las haga en alta resolución. Y quizá más adelante me anime hacer un proyecto utilizando la IA, ¿por qué no?
Creo que cualquier herramienta puede ser útil para crear, si su sustento conceptual es ése. Detrás de cada obra, aunque utilicemos tecnología avanzada, está un creador.
En conclusión, la fotografía es una profesión imposible de abandonar. No concibo mi vida sin la fotografía.