Me miras: te envuelves en ti misma, / en la luna, / en el árbol hirviente de pájaros / arde, se quiebra.

Joaquín Xirau Icaza, “Me miras”

Días lejos de Luis Flores Romero ha obtenido el IX Premio de poesía Joaquín Xirau Icaza 2025. Como es sabido el premio fue creado por Ramón Xirau y Ana María Icaza para honrar la memoria de su hijo y con el propósito de impulsar la creación literaria entre los poetas jóvenes de nuestro país.

Quisiera comenzar por su título y hacer notar que bastan dos palabras para provocar en el lector una travesía de honda cala; la distancia es una lejanía que punza por todo el cuerpo; pero tanto es su esplendor, que los ojos desestiman la advertencia de no mirar hacia atrás con el fin de doblegar la desmesura de lo perdido. Bastan dos palabras para desatar un viaje inmóvil porque la vida es un parpadeo, y en ese abrir y cerrar los ojos, ella huye como un caballo espoleado por el fuego.

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Cortesía: Luis Flores Romero
Cortesía: Luis Flores Romero

En su contraportada el autor comenta que Días lejos fue escrito en el transcurso de quince años. Se trata de un tiempo que se constituye en un horizonte cardinal, en una estancia que se recorre para advertir sus claroscuros; hay una inmanencia sentiente, una nostalgia que permanece en inconfundible presencia.

De un azul mujer / amanecí azulecido. No / nací para salir a solas / y grisáceo por los días: / acaricié mujer azul / y azulecido voy así, / queriendo nada más / pasar los días azulado. //

Días lejos prolonga una tradición poética clásica y sostiene un entreverado diálogo con las vanguardias. El ritmo existente en los sesenta poemas que lo conforman, su mesura y el despliegue de su juego; su detención y su apremio; el aire antiguo y renovado que habitan sus formas, declaran esa noche que separa y une, ese río de impar fascinación. Sesenta poemas o un poema de largo aliento con sus cuatro estaciones, donde el amor continúa moviendo el sol y las otras estrellas.

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Cortesía: Luis Flores Romero
Cortesía: Luis Flores Romero

[…] sólo en un escalofrío me camines, átame las / manos, escóndeme estos muros que yo soy, / resuélveme del tiempo, desenturbia mis reveses, / cóseme a lo tuyo, sécame las aguas de yo mismo, / no puedo ser tanto pensarme, ser adentro de mi piel, / padecerme de yo solo, ven, descánsame del yo, / no puedo más mi cuerpo. //

Diría lenguaje poético de alta tensión emocional, que va y viene por los entresijos de la memoria, exacerbando la negación del límite. Diría disipación que convierte al poema en un huerto cerrado donde la plenitud de ser con el otro es una exaltada disolución del pronombre. No hay argumentación, sólo la claridad de que la intensidad y su destello, taja la fragilidad acosada por lo fugaz. Experiencia fundacional que logra cabida en la expresión metafórica:

Y sin dudarlo, me anulé de cada / fragmentación, lamentación, mentira o mito, / no soy sino en su sí, no necesito / crecer o hacer o ser en nada / salvo en su selva serenada, / pues sólo ella me arbola, y no me cito / con mi sola raíz, sólo visto / sus árboles de dulcesencia derramada.

Sea entonces recinto el cuerpo, morada de alto vuelo, caudal donde secretos y acertijos circundan lo insondable del deseo, cuando el encuentro amoroso gana existencia en su nombrarse; es un tal extremo, que incluso el desamor, más que una huella de lo que alguna vez fue, es manifestación apresada por quien fue privilegiado por su temporal. Quien no ha sabido entonces que no hay infierno que no sea la entraña de un cielo En el poema “Campo” se lee: “Quizás estoy a punto / de ya no cuestionarme lo que duelo: / volar es no tener noción del vuelo, / sólo con ella ser será mi asunto.”

¿Evocación de lo vivido? Mucho más, porque más allá del prodigio y la zozobra o del eco amplificándose a través del redoble, del malabar de la insistencia, de las recurrencias que generan una sonoridad de diversos registros como la cantiga de amor, la letanía de canto dulce o el romance, por mencionar algunos, Días lejos recorre el lenguaje, lo respira, lo disloca, lo despeña hasta la encrespadura. Asombra cómo lo desordena para volverlo un estremecimiento capaz de retener el fulgor. Tal vez Flores Romero asaeteado por el amor sea también atravesado por su incordura y su enthusiasmo. Escribir en el delirio lo irrepetible

Así, el lenguaje se desenfrena y rebasa sus márgenes; es carnadura porque encarna al romperse y es regocijo para mentar otros caudales y otras pasiones; la hipérbole en su arrebato desoculta símbolos; la analogía se decanta en una red metafórica sorprendente donde las paradojas devienen en una materia poética que salva el erotismo en su varia invención, en la esplendidez de su demora, en sus inigualables aporías, en sus imágenes que reverberan en el desacato de su posibilidad; así el hallazgo de lo abierto deviene voz / visión de ventura íntima, señal de que en la belleza la esperanza es gratuidad de la luz.

La más en aire que en el aire entero, / que en todo el aire hallé, de aire criatura, / fue la palomita y, la que me cura / lo nudo, lo rompiéndome, lo pero. // En el sinaire no hay respiradero, / hay la presión, el ay y la presura, / por eso estoy palomitando por la altura / y voy alándome ligero.

Diría también que el poema vuelve sobre sí; en cada giro la mirada atestigua lo inabarcable. Hay una alegría, un paisaje de enaltecido goce cuando la entrega deviene misterio, excedencia, transgresión. ¿Qué puede decirse de lo inagotable, de su indefinirse, de su astillarse?, ¿qué de su silencioso enigma, de ese volcarse temblor? El cuerpo es manuscrito, mantra en rotación, órbita alrededor de una escucha atenta que recita su “pajareo” hasta la vaciedad y la completud. “[…] detrás de tu silencio voy improvisando pájaros,”

Difícil saber si el azar o el destino son parte de este bien hallado extravío, pero lo cierto es el agua lustral que deambula entre los versos, algo queda de su borradura radical, de ese balbuceo, algo de su hondura carnal, de ese gesto inaprensible que testifica e imprime “[…] en el fluir del tiempo, la totalidad del hombre,” o como sabe nuestro poeta:

En este desplumado ahora / donde se agranda el hacetiempo, / observo por el ojo / de una puerta que no existe / los ojos que tenías / cuando en ti lo tuve todo, / cuando alzamos el amor / en un profundo para siempre.

Joaquín Xirau Icaza, “Me miras”, en Poemas. Presentación de Octavio Paz. México: FCE, Col. Letras Mexicanas, 1989.

Luis Flores Romero, Días lejos. México: Editorial Palabrerías, 2023.

Recuérdese el mito de Orfeo, por ejemplo.

Luis Flores Romero, “Vistazo”, en Días lejos. Op.Cit. p. 22.

Hago referencia al verso de Dante Alighieri, (Paraíso, XXXIII, v. 145) “"El amor que mueve el sol y las otras estrellas."

Luis Flores Romero, “Atadura”, en Días lejos. Op.Cit. p. 23.

Luis Flores Romero, “Quedar”, en Días lejos. Op.Cit. p. 37.

María Zambrano. «Los cielos y otros fragmentos», en «Los cielos y otros fragmentos», en Exilio. Revista de Humanidades. Nos. 3-4, otoño-invierno. Nueva York, USA, 1971, p. 82.

Luis Flores Romero, “Campo”, en Días lejos. Op.Cit.p. 58.

Joseph Pieper. Entusiasmo y delirio divino. Sobre el diálogo platónico Fedro. España; RIALP, 1965, de interés el tema de la locura erótica que despierta la locura poética.

María Zambrano, “Carta No. 26”, en Cartas de la Pièce, (Correspondencia con Agustín Andreu) dice: “Y el delirio viene del padecer más de lo que se podría”, España: Ed. Pre-Textos y Universidad Politécnica de Valencia, 2002, p. 122.

Luis Flores Romero, “Palomitando”, en Días lejos. Op.Cit. p. 60.

Luis Flores Romero, “Presurosa”, en Días lejos. Op.Cit. p. 26.

Ernesto de la Peña. La obscuridad lírica. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, 18 de junio de 1993, p. 18, se lee literalmente “[…] aludir a la totalidad del poeta, que es testificar, imprimir en el fluir del tiempo, la totalidad del hombre.” Y más adelante “[…] La palabra a sentido, orden y substancia al cosmos, que sólo se reconoce en la asepsia semántica, en las sílabas del poder.” p. 27.

Luis Flores Romero, “Los recuerdos”, en Días lejos. Op.Cit. p. 74.

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