Cuba, con su bolero, sus cantantes y compositores; , con sus escritores y su literatura, con su rica cultura e incluso con ese sueño fallido que fue la Revolución; luego México, con el bolero que entró por Yucatán, que se instaló en el Centro de la Ciudad de México, en bares como El África, El Bucamar, El Náder, El León o El Hijo del Cuervo; con voces que van de la Sonora Matancera a Bienvenido Granda, “El Bigote que canta” o Celio González, “El Satanás de Cuba” a Ignacio Villa, “Bola de nieve”, Celia Cruz, Agustín Lara y Pedro Vargas son parte de la memoria de musical y literaria de .

Ese recorrido por los boleristas y los recuerdos de sus numerosísimos viajes a Cuba, en gran medida por razones genealógicas, están en “Nostalgia prematura”, uno de los seis capítulos que integran el nuevo libro de Celorio, Ese montón de espejos rotos, que son sus memorias y que le ha publicado Tusquets Editores.

“Este libro que reúne algunas de mis memorias bajo el título de Ese montón de espejos rotos es un verso con el que Jorge Luis Borges define un poema a la memoria. Y este es un libro muy voluminoso, tiene 500 páginas y es un libro de carácter fragmentario. No se trata de ninguna manera de una autobiografía, sino de una serie de recuerdos que se van distribuyendo a lo largo de este libro y que son realmente fragmentos de mis memorias”, afirma Celorio, quien recién hizo una lectura estatutaria de “Nostalgia prematura”, como adelanto de esas memorias.

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Celorio asegura que su madre era cubana y su padre fue un mexicano diplomático destacado en Cuba, donde conoció a su madre, donde nacieron los tres mayores, dice, de sus numerosísimos hermanos. “Cuba también ha sido, para mí, un país que tiene una literatura muy importante a la que me dediqué en términos académicos y profesionales. Y el bolero es una modalidad literaria y musical de carácter lírico que a mí me ha gustado muchísimo conocer, disfrutar, recrear y analizar a veces con un rigor hermenéutico porque hay letras verdaderamente prodigiosas dentro de la bolerística hispanoamericana”, señala.

El también director de la Academia Mexicana de la Lengua dice que en “Nostalgia prematura” habla de cómo se aficionó a la audición de boleros y afirma que es una nostalgia de una música que él no escuchó en su generación, “mi generación estuvo pautada por otros ritmos, por el rock and roll o por la canción de protesta, pero ya después me di cuenta de que el bolero era un venero verdaderamente inagotable y riquísimo de la expresión lírica de nuestros países hispanoamericanos que tiene una fuerte presencia en Cuba, pero que el bolero también nos pertenece en términos nacionales”.

Asegura que este ritmo y estas letras que se desarrollaron muy particularmente en el Caribe español y en el mexicano tuvieron resonancia en todo el ámbito continental y esto hace que el bolero sea un género muy identitario de nuestra cultura.

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“Sus letras son verdaderamente prodigiosas, algunas veces representan, yo diría, el último modernismo hispanoamericano. Hay una especie de gusto por las palabras cultas, elegantes, prestigiosas.

Cuando uno oye las canciones de Agustín Lara donde puede haber imágenes como ‘Blanco diván de tul aguardará tu exquisito abandono de mujer’, pues está uno leyendo una manifestación tardía del movimiento modernista encabezado por Rubén Darío, que nos dio una identidad literaria importantísima, porque el movimiento modernista surge de América, pero tiene una repercusión en España y esto es como un retorno de las carabelas”, apunta el autor.

Sobre Ese montón de espejos rotos asegura que son sus memorias fragmentadas, donde ya no habla tanto de su infancia ni adolescencia —porque ya ha hablado mucho en sus novelas—, aunque cada capítulo empieza con una estampa infantil; sin embargo, este libro más bien lo dedica a su formación literaria, a sus lecturas y a su vida en la UNAM.

“Es un libro curioso, creo que singular porque mezcla la vida privada con la vida pública. Generalmente en nuestra tradición literaria los escritores hablan de su vida pública en sus autobiografías, pero esconden con un gran pudor su vida privada.

Nuestra propia poesía lírica siempre ha sido una poesía muy contenida, muy pudorosa y eso también ocurre en la prosa.

Aunque ahora hay una nueva modalidad literaria, que se llama autoficción y que es una literatura en donde con una pequeña hoja de parra de la ficción se puede salir más o menos desnudo a la calle, gracias precisamente a esta cobertura de la ficcionalidad, pero generalmente estas novelas de autoficción pues son realmente textos muy autobiográficos”, afirma Celorio, quien reitera que estas son parte de sus memorias, más no su autobiografía.

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