En menos de seis meses, dos artistas que se presentaron en recintos de la UNAM fueron censurados. La primera fue Ana Gallardo, en el MUAC; en octubre del año pasado activistas feministas protestaron en contra de las piezas que abordaban el tema de la prostitución. El segundo fue este mes, cuando el grupo Abogados Cristianos y la Comunidad católica de la UNAM logró la suspensión de la exposición de Fabián Cháirez, quien presentaba a cardenales y monjas en poses eróticas en la Academia de San Carlos. En ambos casos llamó la atención el silencio de la Universidad.
Con públicos radicalizados y empoderados por las redes sociales y la transformación de la figura del museo en la sociedad, estos recintos se han vuelto el epicentro de debates sociales. Ante esta situación, ¿cuál es el que rol deben asumir las instituciones culturales?
Es un tema complejo y difícil de encontrar una solución, afirman miembros de la comunidad artística, pero sus reflexiones coinciden en algunos puntos, donde tanto las instituciones, como los creadores y el público, tienen su respectiva carga de responsabilidad.
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Panorama; autocensura institucional
La censura de arte por presión del público no es un fenómeno desconocido para México. Por ejemplo, en 1988, el artista Rolando Rosas presentó El real templo real, con una imagen de la virgen de Guadalupe con la cara de Marilyn Monroe y tuvo que retirarla del Museo de Arte Moderno. En 2015, cuando el Museo Jumex canceló antes de inaugurar la exposición del artista austriaco Hermann Nitsch, ante la presión de personas que protestaban por los derechos de los animales, pues el creador usaba sangre y cuerpos de animales en sus obras. Bajo esa misma línea, el año pasado, el Museo Tamayo suspendió los performances de la exposición Casts, de Nina Baier, por usar perros con collares de entrenamiento.
Mónica Mayer, artista plástica que ha vivido la censura, explica que estos casos se han dado incluso antes de las redes sociales porque el factor detonante es el contexto político, “y ahorita hay un contexto muy politizado, el resto del tiempo a nadie le importa el arte”.
Marta Lamas, antropóloga, coincide en la importancia del contexto, tanto para decidir qué y cuándo mostrar alguna obra de arte, como para tomar medidas ante el descontento del público.
“Estaría mucho más por una libertad de expresión que tome en cuenta el contexto y tome en cuenta los riesgos”, reflexiona la especialista, quien considera que el problema principal es el fundamentalismo —que puede ser tanto religioso como feminista—, que no se puede resolver el problema “a rajatabla” y alienta a no censurar. “No creo que haya posibilidad de mediación, en democracia es la mayoría ante las minorías y va a depender de procesos”, dice.

El cambio de percepción de la sociedad de lo que era el museo pasó de ser un espacio “aburguesado e ilustrado”, como dice el crítico de arte Edgar Hernández, a uno comunitario; ese parece ser el punto de inflexión que ha llevado a instituciones como la UNAM a perder el control de la situación. El crítico dice que los recintos no tienen herramientas para tratar confrontaciones entre públicos porque “no están acostumbradas a resolver de forma proactiva, lo ven todo a toro pasado”. Esto preocupa a Hernández porque la falta de acción ya se traduce en autocensura institucional, una ola que estima se puede extender otras expresiones artísticas.
“La autocensura institucional está operando de una forma sistemática. La confrontación se está perdiendo. Y si esa es la postura, también debería asumirse abiertamente, pero ni se dice. El silencio como único argumento poco abona”.
Hugo Alfredo Hinojosa, dramaturgo y asesor de Secretaría de Cultura en la gestión de María Cristina García Cepeda, coincide en que actualmente se pide evitar temas polémicos y aboga por que las instituciones tengan una postura neutral ante las tendencias ideológicas:
“Los creadores y el público tienen una visión distorsionada de las instituciones culturales, cuya única función es la difusión. Si la institución flaquea y se mete al estadio que quiere la masa, al menor disgusto de la masa, ya se fregó porque accedió jugar su juego”.

Por el contrario, Cuauhtémoc Medina, investigador del Instituto de Ivestigaciones Estéticas, señala que estos espacios no pueden ser ajenos a la dinámica de la sociedad: “viven en y de las variables y polémicas inclinaciones de los públicos, y en esa medida pueden o no servir para cuestionar los limites y practicas sociales que asume como ciertas el sentido”.
Frieda Toranzo-Jaeger, artista mexicoalemana que fue censurada en Alemania por su postura proPalestina, ve que la incapacidad de los recintos de afrontar la situación se debe en parte a la vulnerabilidad que atraviesan al no contar con recursos y a que empleados se sienten reemplazables. “Pero la única manera de luchar contra la vulnerabilidad es darse a sí mismo esta agencia” de defender la visibilidad que le dan a cada proyecto creativo.
El riesgo del artista y el rol del público
Ante el lavado de manos de las instituciones en la controversia, quien se ve más afectado es el artista, asegura Toranzo-Jaeger, cuando su única responsabilidad es continuar creando.
La autocensura de las instituciones repercute en censura para los artistas, señala Hinojosa, quien dice que ante el temor de no agradar al público, se navega “en el sentimiento del ofendido” e incluso entre creadores se empiezan a aplicar sensores como, en el caso del teatro, reducir la duración de las obras para no agotar al público:
“Como creador, lo menos que hago es pensar en el público. El problema es la falta de capacidad crítica y ya no tiene que ver con el público y su relación con el arte, sino el público y su educación y su relación con la realidad. El público conecta por afinidades, si necesita ver algo y descubre que le gusta, lo buscará”.

Para Mayer, cuando un artista se decide por abordar un tema polémico, debe asumir el riesgo. “He vivido censura, pero como a mí lo que me interesa es el público, lo que hice fue pedir hablar con los que me estaban censurando, para mí fue entender cuándo quiero escandalizar y cuándo comunicarme con el público”, cuenta sobre sus experiencias en el pasado. Además de asumir el riesgo, Mayer considera que es importante que los creadores estén dispuestos a defenderse.
Al hablar de esta problemática, no se puede sacar al público de la ecuación.
Frieda Toranzo-Jaeger cuestiona la “alergia a la diferencia” que tiene la sociedad, “creada por las redes sociales donde todo es like o dislike”. No critica que los públicos en desacuerdo se manifiesten, de hecho lo considera un proceso necesario para “dar un paso más hacia el centro”, pero sí cuestiona la falta de disposición al conflicto tanto de las instituciones como del público.
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“Hay una campaña muy grande de desinformación y las problemáticas reaccionarias no pasan en los museos, sino en las redes sociales y eso hay que decirlo, son muchas personas que ni fueron a ver las exposiciones”, agrega la pintora.
Medina duda en que esta época esté definida por el linchamiento político, pero sí considera que la “falta de regulación interna” de las redes sociales propicia “la exaltación y denostación de personalidades, lo que se haya vuelto demasiado central en la vida pública”, por lo que no cree que sea “inapropiado” autorregular y construir prácticas sanas en estos espacios digitales.
“Para bien o para mal, el arte no está aislado, es un reflejo de la sociedad”, concluye Hernández.