La forma en que hoy se consume información sobre maquillaje y belleza es muy interesante, ahora se siguen tutoriales en TikTok, hay influencers de “skin care”, se siguen a dermatólogas youtubers y domina el maquillaje coreano en el mundo…

Este es un panorama muy distinto al de 1938. Entonces, seguía siendo tabú el maquillaje, se decía exclusivo de “las chicas ultramodernas”. Para demostrar a los padres que desaprobaron los labios rojos y los ojos delineados, la autora de este artículo -Dora de la Fuente- realizó un recorrido histórico por el uso de maquillaje.

No es de hoy la moda del maquillaje

24 de marzo de 1938

Por Dora de la Fuente

Los padres de las chicas ultramodernas suelen expresar su desaprobación por todo lo que concierne al maquillaje. Pase cuando aquéllas se dedican a enrojecerse los labios y a retocarse los ojos con entusiasmo siempre renovado, pero aparte de eso es indudable que un pequeño arreglo y un discreto maquillaje no significan necesariamente un alarde condenable del modernismo.

En primer término, porque disimular defectos, realzar la gracia, crear belleza, equivale a ser, antes que moderna, femenina, y en segundo término, porque el maquillaje o simplemente la “pintura”, no es cosa moderna.

La historia nos demuestra que las mujeres han recurrido a los afeites desde épocas antiquísimas. Así, en el Louvre y en el British Museum se encuentran potes de pomadas que usaban las egipcias para teñirse cejas y labios. Fueron ellas quienes comenzaron a pintarse los párpados con un verde de antimonio y también ellas quienes se alargaban los ojos con un trazo que llegaba hasta las sienes, completando la coquetería con el Ojo de Horus, una espiral trazada en el párpado, que conjuraba la mala suerte.

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También los caballeros romanos preferían las rubias

Díjose de una rubia hermosa, que era digna de ser morena, y quédenos la frase para consuelo de todas las morenas. Pero no fue ciertamente un romano quien la pronunció, porque ellos, ¡ay!, preferían las rubias. Y así las hermosas mujeres de aquel tiempo optaron por los cabellos rubios.

Por otra parte, los romanos admiraban y copiaban todas las modas de los griegos y éstos daban el cetro a la belleza rubia. Es fácil explicarse el porqué: a Dionysos, Afrodita, Apolo y a la mayoría de los dioses se les atribuía espléndida cabellera de color dorado; luego, para ser perfecto, era necesario ser rubio.

¿Cómo hicieron las damas romanas para estar a la moda? Se dice que cortando el cabello de esclavas rubias y haciendo con él complicadas pelucas. Más tarde, las romanas aprendieron a empolvarse y a colorear sus mejillas con una preparación llamada “fucus”.

Por lo demás, la moda de los cabellos rubios se acrecentó con el tiempo, ya que las referencias que al respecto nos han dejado los poetas y artistas medievales no dejan lugar a dudas.

Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Hemeroteca EL UNIVERSAL.

En cuanto a las recetas de belleza, no costaría mucho trabajo reunir algunos antecedentes sobremanera interesantes.

En la Bodleian Library de Oxford existe un librito llamado el “Treasure de Evonymus”, publicado en 1559 y traducido del latín por Peter Morvyng, del Magdaline College de Oxford.

Este libro contiene todo un capítulo referente a las aguas para teñir el cabello y otro relacionado con el cuidado del cutis. Es que la belleza del rostro y la belleza de su marco natural, el cabello, fueron siempre preocupaciones de la mujer y motivo de polémicas y de reyertas familiares.

Muy por el contrario de lo que pudiera creerse, el autor de este libro no habla de los afeites para condenar su empleo, sino que demuestra su aprobación al respecto.

Entre otras muchas recetas figura una para teñirse los cabellos de color verde, pero es poco probable que se trate de una moda, y más bien cabe suponer que es una preparación destinada a quienes personificaban a las gráciles ninfas de los ríos en las representaciones y mascaradas de la época.

Aparte de eso, el mismo Peter Morvyng recomienda por su cuenta una preparación diciendo que era “lo que usaba Isabel de Aragón”. Por lo categórica y por lo persuasiva (¡quién no iba a emplear el producto que había usado una reina!), la frase hace pensar que Peter Morvyng pudo haber sido todo un experto en publicidad…

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Los croquiñols del siglo XVIII

Es realmente raro que la mujer del siglo XVII y del XVIII, con todo su amor por lo artificioso, el cabello empolvado y las mejillas rosadas, no pensara en teñirse las uñas. Una carta enviada desde Constantinopla por lady Mary Wortley Montagu, menciona el hábito de las mujeres turcas de colorearse las uñas de rojo, pero sin manifestar por ello mayor entusiasmo.

Por lo demás, en esos siglos las pelucas constituían la gran preocupación femenina. Peinados enormes, complicadisimos, que remataban en un galeón cuando no en un travieso amorcillo o en un verdadero cesto de flores y frutas.

De esa época –1782– es un libro de James Stewart, en el cual figura, entre otras recetas, una pomada para el cabello, compuesta de grasa de ternera, sal, jabón, miel e infusión de cebollas. Ya que el autor no menciona qué perfume tenía el poder de disimular el olor de las cebollas y de la grasa, todo hace suponer que no debe haber encontrado muchos interesados en su preparación.

En el mismo libro hay una explicación detallada de cómo debe hacerse para ondular el cabello. No es una permanente aplicable al cabello natural, sino a los postizos, los que se envuelven en cilindros de madera.

Una vez que se ha dado al rulo la forma deseada, se le envía a casa del ayudante. Este era nada menos que un maestro pastelero, y su misión consistía en envolver los bucles en sobrantes de la masa empleada para sus prodigios de pastelería, poniéndolos luego en el horno.

Y algo de analogía tiene eso con la permanente de nuestros días. En efecto, también ahora se envuelve pacientemente el cabello hasta obtener un bucle, y por cierto que en ese momento quedamos sencillamente ridículas. Pero nada más que ridículas. No “horrorosas”, como decimos nosotras.

Y en cuanto a la segunda parte del proceso, cuántas veces una dama, sofocada bajo el secador, habrá dicho a la ayudanta que esgrime una pantallita inverosímil: ¡”Uf, esto es un horno!”.

Como se ve, modas y recetas absurdas o decididamente disparatadas, que nos hacen pensar que la preocupación de la mujer por el arreglo de su persona no es patrimonio exclusivo de la chica moderna.

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