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La semana pasada decíamos que los efectos de la sobreexplotación del acuífero generan una serie de fenómenos muy graves para la Ciudad, como las grietas que aparecen en diferentes zonas, el hundimiento del suelo y los socavones.
Esta situación impacta en la infraestructura y mobiliario urbanos, especialmente en las redes de distribución de agua potable y en el sistema de desagüe de la metrópoli. El efecto más grave es el agotamiento de los acuíferos, que representan la fuente principal de agua para la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.
Todos los especialistas con los que hemos tratado este asunto, geólogos, geohidrólogos e investigadores, tanto de universidades nacionales como extranjeras, coinciden en el diagnóstico y en sus graves consecuencias. Por lo tanto, la crisis hídrica en la Ciudad de México debería tratarse como un problema de seguridad nacional.
No es lógico que ante las evidencias científicas que demuestran los riesgos de la sobreexplotación de los acuíferos, los gobiernos federal y estatales no busquen alternativas de solución.
Si se quiere detener el problema, hay que reducir la extracción de agua y promover la recarga de los acuíferos. Se dice fácil, pero es problema complejo, de muy alto costo y con una visión de largo plazo. Revertir esta situación requiere de 30 años por lo menos. De lo que no hay duda es que debemos iniciar inmediatamente con dos estrategias: acciones que mejoren la eficiencia y el uso racional del agua, y proyectos para fuentes adicionales externas de abastecimiento.
La primera estrategia debe enfocarse a reducir el alto nivel de fugas en la red de distribución de agua potable. Las autoridades reconocen que se pierde 40% del líquido en fugas. Si tomamos en cuenta que el gasto anual de agua potable es de mil 280 millones de metros cúbicos, las pérdidas son de 512 millones de metros cúbicos, cantidad mayor a la que abastece el Cutzamala, que es de 480 millones de metros cúbicos al año.
Otro factor que requiere de acciones inmediatas es el tratamiento y reúso de 100% de las aguas negras generadas. Resulta ridículo que la capital del país sólo trate aproximadamente 6% de sus aguas negras, cuando la norma oficial ordena tratar el 100%.
Finalmente, todo mundo debe contribuir con el pago bimestral de su boleta, según el consumo y las tarifas autorizadas. No es posible que casi 50% de los contribuyentes no paguen su boleta o tengan una cuota fija.
La segunda estrategia debe ir enfocada a la búsqueda de nuevas fuentes de abastecimiento. La Conagua cuenta con estudios para tres proyectos factibles: Mezquital, Temascaltepec y Necaxa.
El primero consiste en la explotación del acuífero de Tula, que presenta problemas de sobrecarga debido a los caudales del desagüe de la Ciudad de México que terminan en los distritos de riego del Mezquital. Temascaltepec es un viejo proyecto considerado como la cuarta etapa del Sistema Cutzamala; es factible técnica y económicamente, aunque con problemas de carácter social en la zona mazahua. La alternativa de traer agua del viejo sistema hidroeléctrico Necaxa también es viable.
La decisión más difícil es de carácter económico, porque como ya lo hemos dicho en otras ocasiones: la Ciudad de México se encuentra sobresubsidiada.
El problema es que no podemos esperar más. El tema del agua debe considerarse prioritario y tomar cartas en el asunto, no esperar a que el destino nos alcance.