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Entre las fechas a agendar este año está el 30 de marzo, cuando el Reino Unido deberá abandonar la Unión Europea, tras las negociaciones más complicadas de toda la historia moderna, según aseguran tirios y troyanos. El artículo 50 del tratado unionista regula la secesión y según confiesa su autor, el antiguo primer ministro italiano Giuliano Amato, fue redactado para no aplicarse jamás.
Los demagogos nacionalistas, al sacar, con el 51 por ciento de los votos en el referéndum de 2016, a la isla de la unión, no tenían, además, la más remota idea de cómo operar el Brexit. Lo que le ofrecieron a los votantes, dice Ian Dunt en Brexit. What the Hell Happens Now?: Everything You Need to Know about Britain’s Divorce from Europe (2018), es un cuaderno en blanco donde cada cual puede anotar sus esperanzas, aspiraciones y frustraciones. Para refugiarme en aquello de “mal de muchos consuelo de tontos”, me puse a leer sobre cómo la más linajuda de las democracias se disparó al pie, abandonando esa magnífica obra póstuma de la Ilustración, como la llamó Ian Buruma, que es (o fue) la Unión Europea.
La variedad de opciones que ha ido descartando el menguado gobierno de Theresa May es para enloquecer a cualquiera y Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, ya les pidió a los parlamentarios británicos que lo llamen o le envien un whatsapp cuando se pongan de acuerdo.
El Brexit más duro haría del Reino Unido un país con soberanía absoluta como ni siquiera la tiene Corea del Norte; y el Brexit más suave, convertiría a los británicos en un estado vasallo de la Unión Europea, como lo es la renuente Noruega, un país tan rico y tan ahorrativo que puede permitirse desdeñar las ventajas unionistas y pagar el costo.
A mitad del camino, está la disyuntiva de permanecer en el mercado común y en la unión aduanera y salirse de todo lo demás o al revés, dejando en el aire a más de un millón de británicos viviendo en la Unión Europea y a los tres millones y pico de europeos radicados en el Reino Unido. Mientras tanto, en el último par de años, la inmigración, pese a las balsas detenidas hace unos días en el Canal de La Mancha, ha descendido gracias al inhospitalario Brexit. La inmigración sólo molesta a los ideólogos pues siempre es económicamente ventajosa. Esa bella bandera, compartida por ciudadanos de todo el viejo espectro político, se decolora en Londres.
Tan mal preparados para el Brexit están los súbditos de su Majestad que sólo cuentan con cuarenta técnicos dedicados de tiempo completo al galimatías (para colmo, se trata de jóvenes expertos londinenses que votaron por el No), mientras que la Unión Europea tiene a 550 cuadros ocupados en el rompecabezas. Y aunque no queda claro si la salida británica fortalecerá psicológicamente a la unión, Dunt, quien trata de ser objetivo, afirma que pasado el desconsuelo continental, los negociadores de Bruselas tienen sobre las cuerdas a un Reino Unido del cual pueden abusar a placer. También está peliagudo el asunto de la única frontera terrestre de los británicos, con la europea República de Irlanda, deseosa de aprovechar la oportunidad para hacerse de Belfast, y no a todos los escoceses, quienes votaron por quedarse en el Reino Unido en 2014, les disgusta, contra lo que pudiera pensarse, el Brexit.
El problema son los referéndums, los plesbicitos y las consultas, sean patito o sean de cinco estrellas. Están de moda, son políticamente correctos, pese a haber sido inventados (de origen pero con excepciones) por los tiranos para socavar, como lo hacen, a la democracia representativa. Asegura un constitucionalista de Harvard que la relativamente nueva figura del referéndum es incompatible con una constitución no escrita, como la inglesa.
El consuelo de los derrotados europeístas británicos, viendo empantanados en la idiotez a sus nacionalistas nativos, es testificar el auge de la ultraderecha en el despreciado “continente”, por ser casi siempre un ejemplo de intolerancia. Sin haber sido invadida en centurias y heroica contra los Stukas de Hitler, Inglaterra, como el general de Gaulle lo pensaba y fue acusado de malagradecido por ello, nunca ha sido suficientemente europea. Para bien y para mal.