Es un mundo hipotético, pero su realidad no está muy alejada de nuestra realidad. Un ególatra que se cree el rey del mundo dio inicio a una guerra económica que poco tiempo después se transformó en un estallido nuclear. Un sótano, un estacionamiento subterráneo, el metro o la zona central de un edificio grande rápidamente se convierten en los refugios de miles de personas de todo el mundo que buscan sobrevivir.

¿Apocalipsis ahora?

Las probabilidades de catástrofes globales varían según el tipo de evento. Los desastres naturales, como inundaciones, terremotos y, en general, eventos climáticos extremos, son relativamente comunes y pueden causar grandes pérdidas; sin embargo, eventos como una pandemia, una tormenta solar o un conflicto nuclear son menos probables, pero podrían tener consecuencias devastadoras.

El alimento se convertiría en uno de los principales retos para garantizar la supervivencia de la población. Un nuevo estudio revela qué tendrían más oportunidades de ser en caso de llegar una catástrofe global. La investigación, liderada por un conjunto de instituciones afiliadas a Adapt Research, utilizó investigaciones previas para determinar los cultivos óptimos para plantar tras una catástrofe global.

También fue considerado un metaestudio sobre agricultura realizado en 60 ciudades alrededor del mundo. El objetivo era encontrar la manera más eficiente de alimentar a una persona, utilizando la menor cantidad de tierra posible.

La referencia que se utilizó es una ciudad mediana de 90 mil habitantes y algunos espacios verdes disponibles para cultivos, incluyendo parques, patios traseros y camellones.

Con condiciones climáticas normales, los chícharos son un alimento rico en proteínas y crecen bien en entornos de agricultura urbana, que minimiza la cantidad de tierra necesaria. En caso de una guerra nuclear u otros escenarios como la erupción de un supervolcán o el impacto de un gran asteroide, se bloquearía la luz solar, lo que provocaría temperaturas más bajas y dificultaría la fotosíntesis de las plantas. En este escenario y según el estudio publicado hace unos días en Plos One (Una revista científica multidisciplinaria de acceso abierto), una combinación más resistente sería espinacas y betabel.

Una complicación es que la ciudad no podría alimentar a toda su gente. Si sólo se cultivan alimentos dentro de los límites de la ciudad, la tierra disponible puede alimentar sólo el 20% de la población. Esa cifra se reduce a aproximadamente el 16% durante el invierno nuclear. Para alimentar al resto de la población, se necesitarían terrenos en las afueras de la ciudad, alrededor de un tercio del área urbana construida. Algunos otros cultivos recomendados para condiciones extremas son: acelga, col, coles de Bruselas, rúcula y brócoli, pero también se recomienda tener almacenada miel, alimento nutritivo y sin caducidad.

La calidad de los suelos puede variar y las consideraciones toman en cuenta que los sistemas hídricos sigan funcionando. En áreas aledañas a las urbes, las papas son ideales para un escenario climático normal. Una papa mediana contiene aproximadamente 42 gramos de vitamina C. También son ricas en minerales, como calcio, magnesio, fósforo y potasio. Se pueden fermentar para obtener alcohol.

Una combinación de 97% de trigo y 3% de zanahorias es la proporción óptima durante un invierno nuclear porque tienen una mayor tolerancia a las temperaturas más frías. Esto no significa que el sustento total de la población tendría que depender del cultivo de un vegetal, simplemente se brindan opciones de algunas de las alternativas energéticas más convenientes, que además pueden servir como enseñanza para expandir las prácticas de agricultura urbana no sólo en tiempos de crisis.

Cultivos sustentables y nuevos alimentos

El sector agrícola es indispensable para el desarrollo económico y gran parte de la producción agrícola global procede de pequeños productores. La elección de mejores cultivos para potenciar sus posibilidades alimentarias y disminuir su impacto ecológico, también tiene que ver con la decisión de incluir estas prácticas en todas las esferas de la vida cotidiana, más allá de la esfera rural.

La agricultura de pequeña escala proporciona medios de vida a millones de familias. Por ejemplo, según cifras de la FAO, representa cerca del 50% del PIB agrícola de los países latinoamericanos, y provee aproximadamente el 70% de los alimentos consumidos en la región. Los pequeños productores se enfrentan a retos importantes para mantener sus medios de vida: presentan altas tasas de pobreza y analfabetismo, viven en zonas de difícil acceso, cultivan tierras marginales, y a menudo carecen de servicios básicos, acceso a crédito y asistencia técnica.

En países como el nuestro se suma otra variable: el acecho del narcotráfico; por si fuera poco: el cambio climático agrava la vulnerabilidad de los pequeños productores, ya que los cambios de temperatura y precipitación afectan de mayor forma sus posibilides de obtener una cosecha.

La catástrofe no necesita ser una guerra o una pandemia, la escasez de agua cada vez más evidente, añade estrés al sistema alimentario y amenaza los suministros tradicionales de trigo, maíz y arroz, presentes en casi la mitad de calorías que consumimos.

Debemos probar nuevas formas de alimentarnos. Existen cultivos poco conocidos a nivel global con alto potencial. El bambara es pariente del cacahuate. Este cultivo común en el continente africano es rico en proteínas y crece bien en climas extremadamente calientes y suelos pobres. Otros cultivos resistentes a la sequía más conocidos en el continente americano son la quinoa, el amaranto, el boniato y el sorgo. El aloe vera también supone beneficios más allá de los nutricionales.

Algunas plantas de bajo mantenimiento para jardín son la lavanda, el eucalipto y el tomillo. Las estrategias de fortalecer los cultivos urbanos no sólo pueden funcionar para emergencias, sino como planes cotidianos que muestren la importancia de invernaderos en azoteas y emprendimientos de hidroponía, el método mediante el cual las plantas se cultivan en una solución nutritiva sin suelo, utilizando sustratos inertes.

Para cultivar plantas que requieren menos tierra y agua, se puede optar por la aeroponía, que se suma a los métodos de cultivo sin suelo, pues las raíces crecen suspendidas en el aire y se rocían con una solución de nutrientes.

Para cualquier emergencia alimentaria, se protegen y estudian las variedades de potenciales cultivos que existen en la Tierra. La Bóveda Global de Semillas de Svalbard, tambien conocida como la Bóveda del Fin del Mundo, es una instalación ubicada en Noruega que alberga una gran cantidad de semillas de diferentes cultivos para asegurar la diversidad genética y la supervivencia de la agricultura en caso de catástrofes globales.

Existen alrededor de 1.3 millones de semillas de unas 7 mil especies en la Bóveda del Fin del Mundo. Para lograr recabar este acervo, 23 bancos de genes hicieron contribuciones a la Bóveda, que en el último año recibió 30 mil muestras nuevas, mientras crece la preocupación sobre el cambio climático y la seguridad alimentaria.

Los alimentos pasan por diferentes etapas ya que deben producirse, procesarse, transportarse, distribuirse, prepararse y consumirse. En cada una de estas etapas se producen gases de efecto invernadero que atrapan el calor del Sol contribuyendo al cambio climático. Más de un tercio de todas las emisiones de gases de efecto invernadero producidas por el hombre se relaciona con los alimentos.

Es así que tanto lo que comemos como la forma de producir los alimentos repercuten en nuestra salud, y también en el medio ambiente. Dos mil 300 millones de personas enfrentaron inseguridad alimentaria durante el año pasado, pero casi mil millones de toneladas de alimentos acaban en la basura cada año, lo que supone casi el 20% de desperdicio de todos los alimentos disponibles. La ecuación no se ajusta ni a la realidad futura, ni presente. La proyección de una potencial crisis, no debería ser la única forma de temer por la falta de alimento. La crisis permea cotidianamente.

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