La silueta de un hombre envuelve a una mujer, cuyo rostro adormilado sobresale al centro de la , creada con hojas de oro y formas orgánicas por a principios del siglo pasado como un ícono del simbolismo y del Art Noveau.

La breve e íntima fragilidad de un beso ha servido para retratar los impulsos humanos no solo a través de la historia del arte. La biología evolutiva también ha penetrado en estos terrenos para indagar qué es lo que le ha brindado al hombre la experiencia de unir sus labios con alguien más. Un reciente estudio del Departamento de Biología Evolutiva de la Universidad de Oxford analiza los orígenes evolutivos del beso y su papel en las relaciones entre especies, como entre los neandertales y los primeros humanos.

Para los investigadores del estudio Un enfoque comparativo de la evolución del beso, este acto plantea un problema evolutivo, pues a pesar de que parecería que no contribuye de forma evidente a la supervivencia o la reproducción, se han desarrollado varias hipótesis que parecen desmentir estos presupuestos, como por ejemplo, que el beso sexual ha influido en el éxito reproductivo mediante la selección sexual.

También se ha argumentado que tanto el beso, sexual como platónico, cumplen una función afiliativa en las especies sociales. Es decir, ayuda a los individuos a desenvolverse en las relaciones, mitigar la tensión y fortalecer los vínculos. Además de estas características, existen otras hipótesis tanto para ambos tipos de besos, como que pueden permitir la transmisión de microorganismos que benefician la inmunidad.

Rito en evolución

El beso se observa en todo el reino animal, pero para definir el beso en las especies estudiadas, los científicos lo caracterizaron como una interacción que implica contacto oral-oral dirigido, con cierto movimiento de los labios y las piezas bucales, y sin transferencia de alimento. Es así que se descubrió que el beso se da en la mayoría de los grandes simios y que probablemente también se daba en los neandertales, evolucionando hace uno 21.5-16.9 millones de años.

Los análisis preliminares del estudio sugieren que el beso se da en la mayoría de los simios, con excepción de los gorilas orientales, y en al menos ocho monos afroeuroasiáticos. Hay señales filogenéticas que muestran que el beso tiene un significado biológico universal subyacente que trasciende las culturas, lo que sugiere una base evolutiva anterior a las propias convenciones culturales que lo rodean.

Se considera que hay muchas especies animales que tienen comportamientos sociales que involucran al beso, pero algunos solo parecen serlo, como la transferencia de alimentos que sucede con especies de aves. Si bien se necesitan más datos, para los investigadores de este nuevo estudio, la premasticación que sucede en muchas otras especies parece ser un rasgo candidato sólido para explicar la evolución del beso, de tal manera que pudo haberse adaptado este comportamiento de transmisión de alimentos al acto de besar.

Precisamente el año pasado, se publicó otro artículo científico que también indagaba en estos comportamientos evolutivos que dieron origen el beso y otro rasgo que se destacaba es el acicalamiento. El autor de esta teoría es el doctor Adriano R. Lameira, investigador del programa Future Leaders del UK Research & Innovation en la Universidad de Warwick; él dirige ApeTank, un laboratorio de investigación dedicado a explorar los orígenes del comportamiento y la cognición humanos.

En su estudio, Lameira subrayaba que el acicalamiento es un comportamiento típico de los primates terrestres, ya que vivir a nivel del suelo se aumenta la carga parasitaria. Como un rito derivado del acicalamiento, el beso pudo haberse establecido una vez que los ancestros humanos comenzaron a pasar una cantidad considerable de tiempo en el suelo, algo que ocurrió después de que el cambio paleoclimático modificara la ecología de los homínidos, llevándolos de hábitats boscosos a paisajes más secos y abiertos.

El estudio plantea que es posible que los ancestros humanos estuvieran predispuestos a conservar el beso final en una sesión de acicalamiento debido a una mayor dependencia general de la acción de los labios no solo para la limpieza del otro, sino para la producción de señales de comunicación.

A medida que se disponga de más datos, las investigaciones futuras podrían centrarse también en explorar con mayor detalle tanto estas variables, asi como otros rasgos que han sido presentadas por otros estudios de biología evolutiva, como la succión asociada a la lactancia y los comportamientos de control olfativo de la salud.

De besos a besos

El pez gurami besador se caracteriza por sus “luchas de besos”, aproximar su boca a la de otro pez y presionarla durante unos segundos. Este acto no tiene que ver con “la seducción”, sino se trata de un comportamiento territorial para establecer jerarquía entre machos; sin embargo en los grandes simios se han revelado rituales de besos que están relacionados tanto con comportamientos de socialización, como otros que tienen que ver con preámbulos sexuales.

Datos del microbioma han sugerido la posibilidad de que estos besos que empezaron a evolucionar con la actividad terrestre de los simios, pudo haber llegado incluso a compartirse entre humanos modernos y neandertales, pues la transmisión de microbios orales, ha aportado más evidencia a favor de la hipótesis de que se besaban.

Para Matilda Brindle, autora principal del estudio de la Universidad de Oxford, esta investigación genera más datos sobre la función adaptativa del beso mediante la exploración de posibles correlaciones con la evolución y el ciclo vital de los humanos. Se dejan nuevas puertas abiertas, como la posibilidad de generar estudios sobre la conducta sexual que incluyan el beso boca a boca en diferentes especies, documentando datos demográficos (edad y sexo), ambientales (observaciones en libertad o en cautiverio) y contextuales (relación de los individuos y contexto de los comportamientos).

Esta nueva información determinará si existen elementos estadísiticos suficientes para poner a prueba nuevas hipótesis adaptativas en nuevos marcos comparativos. “En conjunto, estos enfoques nos ayudarán a establecer si un beso es algo más que simplemente un truco encantador diseñado por la naturaleza para detener el habla cuando las palabras resultan superfluas”, señala Brindle.

En la actualidad, aproximadamente el 90% de las culturas se practica el beso, aunque las formas y los contextos varían mucho. Por lo pronto, además del clavado histórico de los biologos que estudian la evolución de las especies, existen muchas certezas sobre los efectos positivos de un beso en la salud de los humanos contemporáneos.

Al besar se activa el sistema nervioso y endocrino y se liberan neurotransmisores como la dopamina, oxitocina, serotonina y endorfinas, relacionados con el placer, la felicidad y el bienestar. Un beso involucra 146 músculos y activa 100 mil millones de células nerviosas que también tiene un efecto positivo en el sistema cardiovascular, pues aumenta la frecuencia cardiaca, dilata los vasos sanguíneos y mejora la oxigenación de la sangre, lo cual ayuda a regular la presión arterial y reduce el riesgo de hipertensión.

El aumento de defensas insinuado entre los intercambios de bacterias entre nendertales y humanos modernos se confirma en los estudios neuroendocrinos-inmunológicos que muestran que se activa con estímulos emocionales, que favorecen la liberación de citocinas que regulan la inflamación e incluso pueden reducen el riesgo de alergias.

La transferencia de microbiota (bacterias benéficas) puede influir en la salud inmunológica, según la persona. Varias investigaciones han dejado datos legendarios, como que en un beso de 10 segundos se intercambian hasta 80 millones de bacterias. Es que las posibilidades de volvermos más resistentes se multiplican con algunas de esas bacterias, no todas porque a través de todo beso fluyen tanto las esperanzas como las condenas.

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