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Apenas ha pasado el primero de tres debates de los candidatos a la Presidencia y quizás vale la pena, como preparación psicológica, indagar un poco en la lógica de los mensajes políticos de campaña electoral. En nuestra democracia, los mensajes de campaña pueden ser falsos y contradictorios, precisamente porque, en general, no contamos con una cultura en la que se valore la veracidad de las declaraciones, la viabilidad de las propuestas o la validez de los argumentos.
Jason Brennan, profesor de Georgetown, argumenta que existen tres tipos de ciudadanos en una democracia: hobbits, hooligans y vulcanos.
Los hobbits son aquellos apáticos en temas de política. No tienen ideas sólidas en cuanto a sus preferencias electorales, no se preocupan por los sucesos políticos que los rodean ni tienen las tablas para evaluar dichos eventos. Tampoco tienen un conocimiento profundo de la historia de su país, y si lo tienen no lo utilizan como referencia para entender el contexto actual. En general, a los hobbits no les interesa votar.
Los hooligans tienen opiniones políticas fuertes, son capaces de articular argumentos políticos que refuerzan sus creencias, pero no argumentos en contra de éstas. Los hooligans consumen información política de manera acrítica y son capaces de ignorar la evidencia que no reafirma sus convicciones. Su opinión en materia política es una parte crucial de su identidad, de la manera en la que se definen. Los hooligans son el voto duro de los partidos, los activistas y muchos de los políticos.
Por último, tenemos a los vulcanos, aquellos que piensan de manera científica y racional sobre política, e intentan fundamentar sus opiniones en las ciencias sociales y la filosofía. Muestran seguridad sobre sus argumentos políticos sólo en la medida en la que la evidencia se los permite. Son capaces de entender argumentos a favor y en contra en un tema controvertido, están interesados en la política, pero no en seguir de manera irracional a un líder o en simplemente creer sus promesas. Los vulcanos son, sobre todo, conscientes de lo falible de sus propios argumentos y convicciones y no desprecian al oponente político.
Todos queremos creer que somos vulcanos, pero la verdad es que la inmensa mayoría somos hobbits y hooligans. Aun quienes tenemos la oportunidad de contar con un destello de vulcanismo de vez en cuando, volvemos por lo intenso, apasionado, o polarizante del debate político a la apatía del hobbit o al fanatismo del hooligan.
Las campañas políticas, al dirigirse a la inmensa mayoría de la población, son plenamente conscientes de que su objetivo es hobbit o hooligan, por lo que buscan sacar de la apatía mediante la emoción o reafirmar en el entusiasmo mediante la demagogia.
En otras palabras, un político en campaña electoral puede estar plenamente consciente de que se encuentra manipulando la verdad o mintiendo, porque la lógica del público al que se dirige implica que, la mayoría de las veces, ya sea por apatía o fanatismo, no será cuestionado de fondo en cuanto a sus promesas o acusaciones. Esto explica también la poca influencia que tienen los debates en las preferencias de voto, y si es que la tienen, está más relacionada con las emociones que evoca el candidato que con los argumentos que se presentan.
¿Qué nos dice esto sobre nuestra democracia? ¿Qué podemos hacer? Pues lo que ya sabemos todos. Primero, intentar ser activos y críticos, intentar ser vulcanos. No contribuir a la formación de hooligans y hobbits. En segundo lugar, respaldar los frentes que tenemos para cuestionar y criticar a los candidatos, separar lo verdadero de lo falso, independientemente de la pretendida sinceridad de los políticos.
Profesor del área de Entorno Político y Social de IPADE Business School