La diplomacia de los algoritmos no se dirime sólo entre Washington o Pekín. Se juega también en México, un país que por años ha destacado como potencia maquiladora, pero cuyo destino real —y más ambicioso— podría estar en los servicios de alto valor sostenidos por la economía digital. No obstante, para jugar en esa liga no basta con entusiasmo: hay que aterrizar expectativas, construir buenas prácticas y construir una ruta de manera coordinada, algo que hasta ahora hemos evadido.
Creo con entusiasmo en el potencial transformador de la inteligencia artificial (IA) para los negocios y la vida cotidiana. Es innegable que puede cambiar la forma en que operan las empresas, mejorar la eficiencia de los procesos, abrir nuevas formas de interacción con los clientes e incluso transformar la educación o la salud. Pero al mismo tiempo me mantengo escéptico sobre su capacidad para impulsar un crecimiento disruptivo de las empresas mexicanas en el corto y mediano plazo.
La realidad es que incluso en las economías más avanzadas los resultados son aún modestos. Un reportaje reciente del Financial Times —“Las principales empresas de Estados Unidos no dejan de hablar de IA… pero no pueden explicar sus beneficios”— documenta cómo los gigantes en la bolsa de Nueva York mencionan obsesivamente la IA en sus reportes anuales, pero sin poder mostrar incrementos claros en ventas o productividad que convenzan a los inversionistas. Salvo las big tech, la mayoría repite un discurso más cercano al marketing que a la realidad de su modelo de negocio.
Además, nuestro historial reciente en el campeonato de las oportunidades perdidas es sólido. Plantamos semillas en campos áridos por falta de visión, por mala ejecución, por sesgos ideológicos o por ausencia de coordinación entre sectores. Lo hicimos con el proyecto transístmico de Fox, los proyectos portuarios de Calderón, la transición energética de Peña o más recientemente el nearshoring. ¿Será la IA nuestro próximo “aeropuerto cancelado”?
La amenaza es clara. México puede quedar atrapado en una burbuja de expectativas, un FOMO tecnológico en el que empresas, gobierno y hasta universidades corren detrás de una moda que promete mucho y entrega poco. El costo sería enorme: recursos invertidos sin resultados, frustración social y un país rezagado.
La salida no está en esperar que el Estado o el mercado resuelvan por sí solos. Necesitamos una fórmula híbrida y coordinada; un sector público que dé certidumbre regulatoria sin sofocar la innovación, y un sector privado dispuesto a invertir en talento, no solo en software. Es fundamental construir acuerdos inteligentes, con incentivos que no distorsionen y con regulaciones lo suficientemente flexibles para promover la experimentación.
Existe además un riesgo político. La IA puede convertirse en un tema polarizante si se le reduce a la narrativa del miedo: desplazamientos laborales, desigualdades crecientes o control social. Sin embargo, también puede ser una agenda común que unifique: nadie, ni empresarios, ni trabajadores, ni estudiantes, quiere ver a México rezagado en la carrera tecnológica. En esa urgencia hay una oportunidad de construir consensos.
¿Cuáles serían las palancas de acción? Veo tres con claridad, aunque sé que son difíciles:
1. En la renegociación del T-MEC, incluir capítulos que permitan a México exportar servicios tecnológicos de alto valor, especialmente en el sector financiero y de datos.
2. Construir un marco regulatorio que incentive la experimentación sin sofocar la innovación. Con las fintech se logró un balance razonable que atrajo inversión; la IA necesita un ecosistema parecido.
3. Invertir en competencias digitales y blandas, que trasciendan los certificados académicos. Hablo de upskilling y reskilling, de formar ingenieros pero también comunicadores, gestores y líderes capaces de aprovechar la tecnología.
La apuesta es audaz. Quienes crean que basta con copiar lo que hacen las grandes economías estarán condenados a correr tras el tren… uno más. México tiene que decidir si se conforma con seguir siendo manufacturero y destino turístico o si se atreve a diseñar su propia ruta invirtiendo de manera conjunta en la transformación de su economía. ¿Lo lograremos?
Profesor del área de Entorno Económico, IPADE Business School