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Se le atribuye a Arquímedes, uno de los más grandes matemáticos de todos los tiempos, la frase: “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. En este 2025, donde el mundo viene “demasiado movido”, esta frase es un detonante para repensar qué puntos de apoyo necesita nuestro país —y el incipiente Plan México— para lograr las metas que anhelamos alcanzar hacia 2030.
El Plan México ilusiona. Tiene ideas ambiciosas y necesarias para reposicionarnos en la economía global. Además, refleja la importancia impostergable de promover el desarrollo y el bienestar con justicia. Si bien reconocemos el valor de los diagnósticos y estrategias que contiene, nuestra provocación aquí es incorporar una fuerza fundamental que no aparece en la conversación: las empresas con propósito.
Nos referimos a las pequeñas y medianas empresas, cuya razón de ser no se limita a generar riqueza económica —hecha en México— para sus accionistas. Estas organizaciones también buscan pagar salarios justos, regenerar ecosistemas, fortalecer comunidades agrícolas y artesanas, dignificar el trabajo de las minorías, reducir desigualdades y construir resiliencia comunitaria. Comparten una convicción poderosa: ser las mejores empresas PARA el mundo, para sus colaboradores, comunidades, familias y para el medio ambiente que nos sostiene.
Durante las últimas décadas, el desarrollo en México ha estado ligado a indicadores de crecimiento económico, inversión extranjera directa y dinamismo comercial. Sin embargo, en medio de la crisis climática actual, la desigualdad persistente, la extrema violencia y las tensiones sociales… esos indicadores no son suficientes. También necesitamos medir lo que verdaderamente nos importa: ¿estamos creando empleos dignos? ¿Regeneramos la tierra que nos alimenta? ¿Disminuimos las brechas entre lo rural y lo urbano? ¿Qué tan justa es la distribución de ingresos dentro de nuestras organizaciones?
Hablar empresas con propósito no es una moda ni un adorno. Son compañías que generan valor económico y, simultáneamente, valor social y ambiental. No son perfectas, pero su propósito las hace más resilientes, más confiables y más cercanas a las comunidades en las que operan.
La buena noticia es que cada vez hay más empresas con propósito en México. Muchas están operando en los territorios y sectores que el Plan identifica como prioritarios. Existen ejemplos concretos de cómo este tipo de empresas ya están contribuyendo al desarrollo justo e inclusivo que el país necesita, por ejemplo:
-Justicia territorial: Teksi, una pequeña empresa de Puebla, forma a jóvenes rurales en tecnología y programación, permitiéndoles generar mejores ingresos sin dejar sus comunidades. Con ello, contribuye al desarrollo económico y social de regiones tradicionalmente olvidadas.
-Transición energética y regeneración: Tierra de Monte, empresa de Querétaro, regenera tierras de cultivo y mejora las cosechas e ingresos de pequeños productores. Su modelo se basa en eficiencia energética y enfoques regenerativos.
-Empleo digno: empresas sociales como Pixza emplean a personas en situación de vulnerabilidad. Iniciativas lideradas por mujeres, como Básicos de México, impulsan gobernanza participativa y cadenas de valor justas en el sector textil.
Tenemos la convicción de que las empresas con propósito pueden ser el puente entre la política pública y la acción empresarial transformadora. Para esto, necesitamos activar una agenda común con líneas de acción:
1. Reconocimiento jurídico
Ya hay avances en esta dirección, como los que lidera la Red de Investigación para una Nueva Economía (REDINE). Además, la voz de estas empresas debe estar presente en espacios formales de participación en la ejecución del Plan México. Allí donde puedan aportar su experiencia, mostrar sus resultados y escalar su impacto.
2. Medir el impacto y evitar el greenwashing
Para reconocer el propósito, es fundamental incorporar indicadores de bienestar, regeneración y seguimiento al cumplimiento de las 13 Metas del Plan México. Usar herramientas como la Evaluación de Impacto B, los ODS o los estándares GRI para monitorear resultados más allá del PIB y apoyar a las empresas que quieran incorporar el propósito a su forma de operar.
3. Incentivos alineados al impacto
Las compras públicas de producción nacional han de priorizar a las empresas que miden y demuestren su impacto social y ambiental positivo. Esto permitiría un desarrollo verdaderamente sostenible y una compra pública responsable. Asimismo, se requieren mecanismos fiscales y financieros para las empresas comprometidas con los valores del Plan México: equidad, inclusión, regeneración.
Las empresas con propósito ya tienen el ADN con el que se pensó el Plan México. Su impacto es su mejor tarjeta de presentación, pero es necesario que su voz se escuche. El ecosistema es diverso: incluye a las Empresas B, cooperativas, empresas sociales, emprendimientos comunitarios y un número creciente de Mipymes que están transformando vidas guiadas por el propósito.
Si Arquímedes viviera hoy en Chiapas, Baja California o Nayarit, lo tendría muy claro: “Dadme empresas con propósito, y moveré el Plan México”.
Director ejecutivo de Sistema B México
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