Durante noviembre de 2025 se celebró la trigésima Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), mejor conocida como la COP30. Este año, estratégicamente, la Amazonia, y en específico Belém, Brasil, se convirtió en la sede de conversaciones climáticas de casi 200 países, siendo ésta una zona específica para ejemplificar las tensiones reales relacionadas con la deforestación, la minería, las comunidades indígenas, la desigualdad, entre otros obstáculos globales. Después de casi tres décadas de negociaciones climáticas, el mundo llegó a Belém con una contradicción dolorosa: nunca se había tenido más evidencia científica sobre la urgencia climática, pero tampoco nunca se había actuado tan por debajo de lo necesario. Conversaciones que duraron más de 10 días resultaron en una pregunta final: ¿Es lo acordado suficiente para evitar que superemos el límite de 1.5°C? Y la respuesta, aunque incómoda, es no. Es un no matizado por avances importantes, pero no deja de ser insuficiente.
Después de años de incumplimientos, la COP30 logró lo que parecía imposible: un avance sobre el Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado de Financiamiento (NCQG, por sus siglas en inglés). Este sería el marco que sustituya al compromiso no cumplido donde los países desarrollados debían movilizar 100 mil millones de dólares anuales hacia los países en desarrollo. El nuevo acuerdo, el cual es muy ambicioso, propone un piso de 300 mil millones anuales a partir de 2026, con un mecanismo de revisión cada dos años. Asimismo, un porcentaje mínimo destinado exclusivamente a adaptación, respondiendo a la demanda histórica de países vulnerables y un sistema de seguimiento transparente, que obliga a los países desarrollados a reportar origen, monto y condiciones del financiamiento. Lo anterior representa un logro considerable ya que es una meta muy ambiciosa e incluye mecanismos de verificación. A pesar de esto, continúa la duda de si estas cifras son suficientes a las necesidades, especialmente para infraestructura resiliente y transición energética justa.
Durante la COP30, se aprobó el llamado Paquete Político de Belém, un conjunto de decisiones encaminadas a avanzar en adaptación, financiamiento y cooperación multilateral. Asimismo, por primera vez, la COP30 dialogó para eliminar, de manera progresiva, los combustibles fósiles. Lo que se esperaba era una transición ordenada, justa y acelerada del petróleo, gas y carbón a nivel global. Sin embargo, el texto final no incluyó una propuesta explícita para dicha eliminación. En lugar de esto, se acordó poner en marcha procesos y trabajos técnicos (hojas de ruta nacionales y cooperación internacional) para evaluar opciones de transición y reportar avances, dejando pendiente la definición de plazos y medidas concretas. Esta decisión fue presentada como paquete político aprobado por las partes, aunque observadores señalan que el resultado implicará muchas decisiones difíciles para futuras negociaciones.
Durante las negociaciones se vivió una intensa disputa entre países productores de hidrocarburos, países altamente vulnerables y países en desarrollo. De esta forma, los países productores presionaron para que el texto incluya referencias a tecnologías de captura, utilización y almacenamiento de carbono (CCUS/CCS) y a enfoques tecnológicos que permitan mantener el uso de activos fósiles más tiempo dentro de una “transición” ordenada y justa. De esta forma, el resultado se presenta como un paso político que habilita la elaboración de hojas de ruta, pero con vacíos clave sobre el ritmo y la justicia de la eliminación de combustibles fósiles.
Si algo logró Belém fue demostrar un tema históricamente olvidado: la adaptación. La ubicación de la sede ya se encuentra afectada por sequías extremas, incendios, pérdida de biodiversidad y vulnerabilidad social, lo que ha forzado a los gobiernos a reconocer que el cambio climático no es un problema del futuro, sino del presente. Lo anterior logró la creación del Marco Global de Adaptación 2030, que establece metas medibles en sistemas de alerta temprana, agua, agricultura y protección costera. Se crearon 59 indicadores globales de adaptación, siendo esto una nueva referencia. Asimismo, como ya se mencionó, se incrementó el porcentaje del NCQG asignado a adaptación. Por otro lado, se considera un fondo especial para pueblos indígenas y comunidades locales, con acceso directo sin intermediación gubernamental compleja, y un plan de cooperación para fortalecer capacidades científicas en la Amazonia y otros bosques tropicales.
Uno de los resultados más simbólicos fue el reconocimiento formal de la Amazonia como ecosistema crítico global. Esto reconoce que su degradación tendría impactos irreversibles en el sistema climático mundial. También crea un mecanismo de cooperación entre los países de la zona y establece objetivos específicos para detener la deforestación antes de 2030. Por otro lado, incluye la participación de pueblos indígenas en decisiones relacionadas. El hecho de que estas decisiones se tomaran dentro del territorio amazónico, escuchando a comunidades que durante décadas han sido rezagadas, convierte a la COP30 en una de las más socialmente relevantes hasta ahora.
La COP30 también dejó claro que el mundo ya no se organiza bajo el viejo esquema “norte vs. sur”. Las negociaciones estuvieron marcadas por conversaciones entre países emergentes con altas emisiones (China, India) y países vulnerables que exigen mayor responsabilidad. Asimismo, países latinoamericanos fortalecidos conversaron sobre una agenda común relacionada con la biodiversidad, la transición justa y el financiamiento. Belém mostró que la crisis climática dependerá cada vez más de alianzas flexibles y no de equipos muy rígidos.
En opinión de muchos, la COP30 será recordada como una de las más importantes desde París. Esto considerando que se tocaron temas relevantes como la eliminación de combustibles fósiles, un nuevo objetivo ambicioso de financiamiento, considerar los riesgos de adaptación climática y el reconocimiento de la Amazonia como ecosistema crítico global. Asimismo, se convirtió no solo en una conferencia climática, sino sustentable, al considerar factores sociales como la integración de los pueblos indígenas al proceso.
Lamentablemente, también quedó claro que, incluso con esos avances, el mundo sigue en trayectoria de superar 1.5 °C. Fue muy claro durante toda la cumbre que lo acordado en Belém ayuda, pero no cambia completamente el rumbo. El verdadero desafío será la implementación y gestión de los objetivos. Los acuerdos no reducen emisiones; lo que sí tienen un impacto son las acciones nacionales, las regulaciones, la inversión en tecnologías limpias, la eliminación de combustibles fósiles y el cambio en patrones de consumo.
La COP30 no salvará al planeta, pero sí define un antes y un después. A través del diálogo se comienza a reconocer que la era fósil debe terminar, la Amazonía se convirtió en protagonista y, por primera vez, la conversación sobre la adaptación dejó de ser un tema evadido y se convirtió en parte de la agenda climática. Pero la cumbre también recordó algo: no podemos dejarle al futuro lo que ya es una urgencia presente, independientemente de la presión que cada país ponga de acuerdo con sus intereses.
*Directora de Sustentabilidad en HR Ratings.
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