Los autos de Porsche, a lo largo de su historia, han sido constantes en el sentido de conservar el mismo nombre, como el 911, o adoptando uno con cifras numéricas. De hecho, es difícil pensar en un Porsche que tenga un nombre poco conocido…pero lo hubo.
Bajo el nombre de Tapiro, Porsche presentó este prototipo totalmente funcional en 1970 , diseñado por Giugiaro y con una estética que poca relación tenía con otros modelos de la época. Formas alargadas, faros retráctiles y puertas de ala de gaviota fueron la novedad.
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En México antes del caos
Aunque su primer develación en público fue en el Autoshow de Turín de 1970, el Porsche Tapiro también llegó a México donde se exhibió en el Palacio de los Deportes. Compartió escenario con el Lancia Stratos Zero, otro concepto interesante incluso para la era actual.
Hasta aquí, todo va bien. De hecho, era un auto funcional, pues tenía un motor bóxer de 6 cilindros y 2.4 litros que generaba 220 caballos de fuerza, una cifra muy elevada para la época. Esto le otorgaba una velocidad punta oficial de 250 km/h que, nuevamente, era muy elevada en aquellos años.
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Un misterioso accidente
Aunque jamás se llegó a fabricar en masa, Porsche le vendió este prototipo funcional a un industrial español, del cual existen dos teorías sobre el final del Tapiro. La primera de ellas es que era muy duro con sus trabajadores, quienes protestaban por mejorar las condiciones laborales, decidieron acabar con el jefe.
El Porsche Tapiro era su auto de uso diario, y la mejor solución fue poner una bomba en su auto. Pero el plan no terminó como se planeó, pues aunque el auto acabó en llamas, el chasis sobrevivió y el industrial logró salir vivo.
En cambio, otra vertiente dice que este mismo industrial tuvo un accidente a bordo del Porsche Tapiro, donde acabó por incendiarse y termina en la misma situación: el “cascarón” del auto relativamente intacto.
Giugaro, al trabajar en esos años en el estudio de diseño Italdesign, sugirió que se comprara la carrocería quemada para que fuera parte de una estructura en el Museo de Giugiaro, donde pasa los días empotrado en una estructura que lo sostiene.