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Del partido La Francia Insumisa, Mélenchon (1951) era, hace un mes, una caricatura del filósofo izquierdista pasado de moda. Hoy llena auditorios en siete ciudades a la vez gracias a sus discursos vía hologramas.
El candidato llega a este domingo disputando un billete para la segunda vuelta electoral. Mélenchon es un hombre de mal genio, pero carismático, y hasta sus rivales lo reconocen como el mejor orador y el hombre más culto de la campaña. Fue trotskista antes de afiliarse al partido Socialista, en el que ocupó importantes cargos hasta que creó en 2008 un partido más a la izquierda. En estas elecciones, ha dejado la denominación de “izquierda” para refundar su proyecto en un movimiento que aprovecha el eje de confrontación entre “el pueblo” y “la oligarquía” que marca la nueva política.
Son los únicos cambios que se ha permitido: la retórica y recurrir a los hologramas para difundir su mensaje. Sus maneras y su programa siguen siendo los de un outsider, pero eso ha pasado a ser un valor positivo para los franceses. Mélenchon presume de que tiene 12 mil libros, de que detesta a Estados Unidos, mira con malos ojos a la vieja Alemania imperial y es admirador de los fallecidos Fidel Castro (Cuba) y Hugo Chávez (Venezuela). Su bandera es el interés general y el espíritu igualitario de la Revolución Francesa de 1789.
Quiere bajar la edad de jubilación y disminuir la jornada laboral a 32 horas semanales. También prohibir que alguien gane más de 400 mil euros, y quiere firmar la salida de la OTAN. Sobre la Unión Europea propone un ultimátum: o la Unión se refunda a partir de principios sociales, o Francia la abandona.