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La decisión del presidente Donald Trump de remover a Kirstjen Nielsen, secretaria de Seguridad Interior y a Randolph Alles, su director del Servicio Secreto –que reportaba a la señora Nielsen–, me recordó la historia del legendario rey que mandó ejecutar a su astrólogo por no lograr que el sol saliera más temprano.
La señora Nielsen fue despedida por no dar los resultados esperados: detener a los inmigrantes a cualquier costo. Es evidente que lo que esperaba el presidente no estaba en manos de Kirstjen. Existen leyes y procedimientos que acotan las acciones para el control de flujos. En este proceso influyen legisladores y otros muchos actores. Pero también los gobiernos de otros países y, sin duda, los propios migrantes.
Cuando los analistas observamos las decisiones de un primer mandatario lo hacemos desde la perspectiva política (juego de poder), la lógica de gobierno (coherencia con planes y estratégicas) y/o el prisma preferencial de quien toma las decisiones. En este caso lo que más pesa es la tercera variable: la obsesión del presidente Trump con el tema migratorio. En el ámbito político quedó claro en las elecciones de noviembre que hoy por hoy su política extrema antiinmigrante, en lugar de sumar, ahora le resta votos. Sus propios correligionarios, los senadores republicanos, han intentado hacerle ver que no es una buena idea seguir por ese camino. No escucha. La obsesión obnubila su mente.
Como decisión de gobierno, los demócratas y un creciente número de republicanos le han dejado claro que su propuesta del muro no es una buena idea. Y que no procede. En el último capítulo, el juez Seeborg, de California, dictaminó que es improcedente enviar a México a los centroamericanos a esperar la resolución a su solicitud de asilo. Otro golpe al presidente Trump. Curioso que lo diga un juez estadounidense y no el gobierno de México.
Una de las características más comunes del narcisista es su baja tolerancia a la frustración. Todo indica que el presidente Trump ha caído en su propia trampa. Es incapaz de escuchar y rectificar. Sus posiciones en materia migratoria se agotan a pasos acelerados como bandera política. Como decisión de gobierno no resuelven nada. O al menos así lo ven quienes le han bloqueado una y otra vez sus iniciativas.
Seguramente para sustituir a Nielsen el presidente buscará a alguien con lealtad total, esto es, alguien que lo obedezca sin observar leyes y sin medir consecuencias. La purga que se avizora en Seguridad Interior y que tiene preocupados a los propios republicanos, es el mejor indicio de que no tiene intención de rectificar. La fórmula de la lealtad a la persona, sobre las leyes y las instituciones, se confirma con el reciente anuncio del fiscal William Barr, de haber iniciado la conformación de un grupo especial para investigar al FBI. Si alguien tiene algún antecedente de un hecho similar en la historia reciente de Estados Unidos, les ruego compartirlo. Es inaudito.
No menos extrañas resultan las reacciones del gobierno de México a las excentricidades e incoherencias del presidente Trump. El presidente López Obrador anunció hace unos días en Tabasco que no se peleará con el presidente Trump, más aún, que lo va a ayudar. Y días antes se reunió en privado con un grupo de amigos, según su propio decir, entre los que se encontraba Jared Kushner, el yerno del presidente Trump. Por lo menos en el caso de Trump sabemos que sus decisiones son una combinación de ignorancia, narcisismo y frustración. La posición del presidente de México no tiene lógica política (a menos que en México haya un poderoso movimiento proTrump que desconocemos), ni lógica de gobierno (poner la otra mejilla frente a un presidente que insulta continuamente a los mexicanos), lo que nos deja a los analistas verdaderamente desconcertados.
Consultor en temas de seguridad y política exterior.
lherrera@ coppan.com