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En 2013 publiqué un libro que, por recomendación de mi amigo Carlos Fuentes, se llamó Crecer o no crecer, como subtítulo Del estancamiento estabilizador al nuevo desarrollo.
En él, argumentaba la necesidad de acelerar el crecimiento, arriba del mediocre 2%, en el que estamos “atrapados”. El documento Criterios de Política Económica, base del Presupuesto 2019, plantea una trayectoria “plana” de hasta 2.8% en 2024. No parecía que acelerar el crecimiento fuera una prioridad. El mayor énfasis se daba a los programas de asistencia social. La creación del Consejo para el Fomento, de Alfonso Romo, va en la dirección correcta de trabajar por un crecimiento de 4%.
En efecto, el crecimiento mediocre es lo que está detrás de muchos de nuestros problemas. Acelerarlo nos permitirá generar empleos de mayor calidad, incluyendo los jóvenes; aumentar la productividad y los salarios reales; ampliar la clase media, reducir la pobreza y la desigualdad, convertirnos en una de las 10 mayores economías, generando un círculo virtuoso.
Por ello, los países emergentes con los gobiernos más exitosos han postulado el crecimiento como un objetivo principal. En China, las reformas de Deng postularon elevarlo al 9-10%; la India tenía lo que se ironizaba como “la mediocre tasa india de crecimiento de 3.5%” (pero superior a la nuestra, que se llamaría la “tasa mexicana de 2%”). Ahora crece al 8%. Japón salió de su terrible situación después de la guerra con una estrategia de duplicar el Ingreso Nacional en 10 años. México, durante 40 años, alcanzó este objetivo creciendo al 6%, como lo ha reconocido AMLO.
¿Cómo lograr esto? Haciendo mucho de lo que no se hace: generando confianza a través de la aplicación del Estado de derecho, lo mismo combatiendo eficazmente la corrupción, que la inseguridad; privilegiar como objetivo nacional acelerar este crecimiento, revirtiendo la dramática caída de la inversión pública en infraestructura, hacia proyectos rentables, no los disparatados. Ello requerirá recursos mediante una reforma fiscal progresiva, una política industrial moderna para integrarnos a la 4a. Revolución Tecnológica, sustentada en un sistema educativo de calidad y, una política financiera con bancos de desarrollo, que sean tales, y de bancos privados que se vinculen a este objetivo nacional, no sólo a sus altas utilidades.
Nosotros estamos actuando a contracorriente. Por políticas inadecuadas o ausencia de ellas, corremos el serio riesgo de iniciar el gobierno con una desaceleración o aún “recesión” en los dos primeros trimestres. Ya desde diciembre se aprecia un crecimiento negativo de la industria, de la minería y, desde luego, del petróleo y de la muy sintomática industria de la construcción. El consumo, el turismo y la exportación se mantienen por el momento. A la tendencia natural de lento arranque de un nuevo gobierno, se suma la parálisis provocada por ajustes de gasto a “rajatabla”, debilitando instituciones motores del crecimiento; atentando contra los cuadros técnicos que mueven el engranaje, con despidos y bajas de sueldo, que han provocado verdaderas desbandadas. Se sustituyen por incompetentes. Así, el gasto público en enero cayó en más del 20%.
A ello se suma que, después del sensato Presupuesto, que permitió ganar tiempo, se viene la nueva cadena de errores: bloqueos, desabasto, huelgas en maquiladoras, contratos cuestionados, la descalificación de Pemex, que socavan la confianza de la inversión privada, paralizando el otro motor vital. El presidente sin duda sabe hacer política y ganarse a la gente. La pregunta es, ¿no cuenta con personas que lo ayuden a gobernar? Ello no importa a corto plazo, pero la falta de resultados acabaría por revertirse en su contra.
Exembajador de México en Canadá.
@ suarezdavila