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Cuando Ignacio Ambriz llegó al América, lo menos que se decía de él, es que sólo llegaría al cuarto partido del torneo regular.
“No tiene personalidad para estar ahí”. “Le falta jerarquía para sentarse en esa banca”. “¿Qué ha hecho Ambriz para llegar a ese puesto”. “Sólo está ahí por ser amigo de Ricardo Pelález”.
Y todo eso, Nacho lo aguantó. No se enfrentó con nadie, no se enganchó; callado, de pie, soportó el vendaval, y aunque no ha ganado aún, ya por lo menos puede decir que metió al América a semifinales.
“No callé bocas”, dice el técnico sin perder el estilo sobrio, sin agrandarse al momento de hablar; es más, se hunde en su asiento y apenas deja ver su cabeza.
Para qué pelearse si puede responder en la cancha. “No me gusta tener problemas personales con nadie. Las críticas, las malas y las buenas, al final me han fortalecido, si estoy aquí en estos momentos es porque creo que se han hecho bien las cosas”.
Fuera de echarles en cara sus logros, afirma que ha puesto la otra mejilla. “No hay rencores con nadie, es más, les doy las gracias a todos los que hablaron de mí, a los que me criticaron, porque me han ayudado mucho”.
Sí, Ignacio Ambriz está mucho más allá del cuarto juego al que le profetizaron llegaría. Parecía que todos los “pitonizos” tendrían razón, ya que el arranque de torneo no presagiaba nada bueno, con dos derrotas seguidas, pero al final, y 17 jornadas y una serie de cuartos de final después, sigue de pie.
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