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Orlando.— Dice que se adelantó a su época, que jugaba por la derecha. Dice que era bueno.
“Claro, era de la camada de los Manzo, los Trejo, los Bravo, era de esa camada”, cuenta Héctor González Iñárritu, un futbolero de toda la vida.
“Era mi pasión de chavo, es mi pasión ahora. Yo entrenaba en Coapa con ese equipazo, estuve a punto de debutar, pero decidí irme por otro lado”.
Momento de recordar para olvidarse un poco de ese presente tan angustiante que se vive en la dirección de Selecciones Nacionales.
Llegó el momento en que el joven Iñárritu, tuvo que decidir, “bueno, mi papá me dijo que la escuela o el futbol, y creo que tomé la mejor decisión. Lo dejé, aunque jugué y juego de vez en cuando en otras ligas, pero mi camino era estudiar”.
Se convirtió en administrador de empresas, pero del futbol nunca se alejó. “Comencé en el América [en la era de Javier Pérez Teuffer como presidente águila], luego me fui a la FMF como director del Centro de Capacitación. Entré a la Comisión de Arbitraje con un proyecto interesante, fui el que le puso las diademas a los silbantes, y después me fui a Tigres dos años y medio”.
Y luego vino la llamada a las Selecciones Nacionales, y ahí “no pude decir que no”.
Puesto caliente, puesto de mucha responsabilidad. “¿Me cambió la vida?… Sí. Todos están al pendiente de lo que hacemos, nos ven con lupa, pero no me da miedo”.
—Y su hermano [el cineasta Alejandro González Iñárritu] también era bueno para el futbol?
“Fíjate que sí. Él jugaba de nueve y medio. Tenía buen cabeceo, era bueno... pero no tanto como yo”.
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