El próximo 19 de diciembre, el cielo será testigo del paso de un visitante que no pertenece a esta parte del universo. El cometa 3I/Atlas, un objeto proveniente del espacio interestelar, alcanzará su punto más cercano a la Tierra y protagonizará uno de los eventos astronómicos más esperados del año.
Aunque se mantendrá a una distancia segura, a unos 267 millones de kilómetros, su paso permitirá a los científicos asomarse, por unas semanas, a un fragmento de materia que viaja desde más allá del Sol.
Descubierto el 1 de julio de 2025 por el sistema de telescopios Atlas (Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System), el cometa es el tercer objeto interestelar confirmado que cruza por el Sistema Solar.
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Su trayectoria hiperbólica indica que no regresará, después de enero de 2026, se perderá en el vacío cósmico. Esa fugacidad ha convertido su estudio en una carrera contrarreloj para los principales observatorios del planeta.
Un visitante de otro sistema estelar
A diferencia de los cometas comunes, formados dentro del disco protoplanetario que dio origen a la Tierra, 3I/Atlas se forjó en un rincón distante de la galaxia. Su composición, más antigua que la del propio Sol, lo convierte en una cápsula del tiempo cósmica.
Las observaciones del telescopio Hubble y de la Agencia Espacial Europea (ESA) revelan la presencia de vapor de níquel, agua y compuestos nunca antes vistos, incluido un tipo de aleación metálica que no existe en la naturaleza terrestre.
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La velocidad a la que viaja, cercana a los 60 kilómetros por segundo, refuerza su origen foráneo. A esa escala, recorrería la distancia entre Bogotá y Medellín en menos de diez segundos. Su núcleo, de hasta 20 kilómetros de diámetro, lo convierte además en el mayor objeto interestelar detectado hasta la fecha.
Una oportunidad científica sin precedentes
Aunque no es visible a simple vista, su paso es seguido por una red global de telescopios. La Red Internacional de Alerta de Asteroides (IAWN, por sus siglas en inglés) coordina una campaña de observación que se extenderá hasta enero de 2026.
Pese a que algunos interpretaron la iniciativa como un protocolo de "defensa planetaria", los astrónomos han aclarado que el objetivo es mejorar la precisión de los sistemas de rastreo y la capacidad de reacción frente a futuros visitantes del espacio profundo.
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De manera paralela, la ESA y la Nasa concentran sus esfuerzos en medir la sublimación de su superficie, un proceso en el que los hielos se transforman directamente en vapor al contacto con la radiación solar.
Este fenómeno generará una cola de gas y polvo que podría revelar detalles sobre su estructura interna y sobre los materiales que dieron origen a otros sistemas estelares.
Entre la ciencia y la especulación
El astrofísico Avi Loeb, de la Universidad de Harvard y líder del Proyecto Galileo, ha planteado una hipótesis más arriesgada, la posibilidad de que 3I/Atlas sea un artefacto tecnológico interestelar.
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Según su teoría, las variaciones en su brillo podrían ser el resultado de una maniobra de desaceleración, más que de una simple sublimación de hielo. Aunque su planteamiento ha captado atención mediática, la comunidad científica lo considera una conjetura sin evidencia.
La Nasa y la ESA han reiterado que no existe ninguna señal anómala asociada al objeto y que su comportamiento encaja plenamente con el de un cometa natural. Sin embargo, la curiosidad persiste. Cada medición, cada imagen, podría ofrecer nuevas respuestas sobre los procesos que moldean el universo más allá del alcance humano.
Cuando se aleje definitivamente en 2026, el 3I/Atlas habrá dejado más que datos. Su paso servirá para afinar la tecnología de observación y fortalecer la cooperación internacional en materia de monitoreo espacial. Pero también dejará una sensación más íntima: la de saberse observadores efímeros de un fenómeno que no volverá a repetirse.
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En medio de la vastedad del cosmos, cada visita de estos mensajeros de otras estrellas recuerda que la Tierra, pese a su aparente quietud, sigue siendo parte de una historia mucho más grande que la humana.
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