En una oficina pública, alguien intenta sacar una cita médica. El portal falla. Recarga. Falla otra vez. La burócrata detrás del teléfono dice ofrecer ayuda… pero repite la misma respuesta que no funciona cinco veces. Es humana. Pero parece un robot. No entiende el problema. Tal vez sería más eficiente un chatbot. ¿Por qué no lo implementan?
“Las empresas y gobiernos quieren IA, pero a veces no tienen el stack tecnológico para integrarla de manera inmediata”, dice Eva García Luna, Solution Consultant en Zendesk, una de las empresas líderes en la creación de agentes de inteligencia artificial superespecializados en servicio al cliente.
Eva trabaja todos los días con entidades que apenas están empezando a automatizar procesos básicos. Algunas veces el proceso es sencillo; otras, empieza desde cero, con la organización de documentos y archivos. “He visto operaciones que dependen de notas físicas pegadas al monitor”, agrega.

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Y, sin embargo, ahí vamos: en el mundo, la tendencia es que cada vez hay más bots que resuelven trámites, algoritmos que evalúan solicitudes y también deepfakes que presentan entrevistas laborales o resuelven evaluaciones. El aparato gubernamental está transformándose. Pero la pregunta sigue en el aire: ¿quién gobernará este nuevo mundo?
¿Decir quién eres?
Poder demostrar que eres tú —que existes, que eres humano, que dices ser quien eres— sin entregar tu nombre, tu dirección, tus datos sensibles: esa es la solución de World ID. Es una prueba de unicidad: una señal matemática que dice “sí, soy real”. Hoy en día, millones de personas ya poseen esta identidad digital. ¿Podría utilizarse a nivel gubernamental?
La arquitectura de World ID está siendo explorada por gobiernos en países como Malasia. No se trata de una nueva credencial oficial ni de una superbase de datos. World ID es un protocolo abierto, descentralizado. Puede insertarse en cualquier lugar: gobiernos municipales, trámites federales, plataformas y servicios sociales. La utopía de la unificación.

Pero ¿por qué deberían los gobiernos ceder —aunque sea simbólicamente— la gestión de identidad a un sistema privado? ¿Y los ciudadanos confiarían en esa tecnología si el gobierno la promoviera?
Adrian Ludwig, Chief Architect de Tools for Humanity, lo explica así: “Muchas personas no confían en sus gobiernos. Pero si varios gobiernos, incluso antagónicos, que no se soportan entre sí, adoptan la misma tecnología, entonces quizá las personas infieran que es confiable”.
En cuanto a World ID, dice Ludwig, no depende de un servidor central. No hay un archivo secreto en Suiza. La idea es más sutil: gobiernos, usuarios y empresas podrían convivir en una capa común de confianza cuyos datos no están almacenados en ninguna central, sin peligro de ser robados. Es como el protocolo IP, pero para personas.
Ajay Patel, responsable del proyecto Deep Face —también parte del ecosistema de World ID— plantea otra arista de la solución. Explica que los gobiernos enfrentan un problema cada vez más común: detectar cuándo una persona adopta múltiples identidades o cuando existen identidades sin persona. El problema es crucial, por ejemplo, para el reparto de beneficios. “Hoy en día, es indispensable demostrar que eres humano, y también que eres la persona que deberías ser de acuerdo con tu perfil en la plataforma que muestras”, agrega.
Alma digital invisible
La identidad e interacción digital son el nuevo corazón de la gobernanza. No es un debate teórico: está en el módulo donde alguien espera ser atendido.
Según un estudio publicado por la Universidad de Cornell en 2023, los sistemas más eficaces de gobernanza de IA son los que responden dos preguntas simples: ¿quién gobierna los datos? ¿Y quién protege al ciudadano cuando el sistema falla?

En otro estudio, publicado en arXiv en 2025, se plantea que la gobernanza en tiempos de IA hace indispensable crear formas de decir “yo tengo derecho a entrar”, sin tener que explicar toda nuestra biografía.
Propuestas como la de World ID podrían ser el comienzo. También los chatbots impersonales, cuyas respuestas cada día son más precisas y humanas. No son utopías. Pero podrían ser formas de gobernar sin invadir, sin vigilar, sin pedirnos una biografía para atender nuestras necesidades.
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