Un Estado actúa a través de su gobierno. Sus movimientos lentos, muchas veces imprecisos, erráticos con constantes equivocaciones, obras mal hechas que se caen, ‘elefantes blancos’ inútiles, sin sentido, o bien en el tema administrativo el deficiente manejo de servicios y que decir de su cara empresarial, es un fracaso. Los errores dicen, de buena o mala fe, cuestan lo mismo, no hay diferencia. La desgracia es seria y se agrava, cuando causa profundas heridas en la vida de individuos lastimándolos de manera severa, desapareciéndolas o, incluso, no en pocas ocasiones, matándolas.
Tal es el abominable caso de Alejandra Cuevas.
Fue cobardemente arrestada, separada de su familia, encarcelada y procesada por un delito que no existe en la ley. Tuvo que escalar hasta la Suprema Corte para que la rescataran, de no hacerlo seguiría tras las rejas en las que fue encerrada más de 500 días, soportando el descrédito y señalamiento público por un hecho que no era sancionable. Aún permanece fresca en la memoria la desgarradora imagen de Ana Paula, su hija, desecha, postrada a los pies del Ministro Zaldívar, implorando a gritos y lágrimas por su madre. Se excedió el sistema, es indefendible.
Recuperada su libertad, por temor a su integridad, se ausentó de la tierra a la que pertenece, abandonando sus raíces, sus vivencias, sus seres queridos. La represalia era inminente, jamás volverá.
Es difícil creer en los tribunales mexicanos, carecen de la firmeza para rechazar lo inaudito, lo inverosímil, a modo admiten ridículas imputaciones que tienen como único objetivo dañar. El concepto de justicia incluye el respeto a todos, más si al que se persigue es inocente y ante la falla, se debe de reparar e indemnizar a los maltratados, porque, aunque se trate de la gigantesca ola institucional, al final también se encuentra sujeta al dique de las normas.
¿Demandar? La debilidad de nuestros jueces y los eternos juicios desalienta a cualquiera, peor a quien sufrió el ultraje de la opresión, sin embargo, la Nación está obligada a atender los reclamos por sus desatinos.
Cuevas, inagotable, presentó el pasado 11 de junio en Washington una queja en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en la que pide remedio a los brutales abusos de un país que se destaca en ello, pareciere que es sello de la casa. Con esta denuncia da el primer paso de su nuevo reto que seguramente culminará en San José de Costa Rica, donde, sin duda, obtendrá sentencia que condene a México.
Una mujer contra un enorme aparato insensible, distante, que tolera y fomenta los absurdos que a diario vivimos. ¿Tardará? Lamentablemente sí, la lentitud es el gran estigma judicial, pero la persistencia, el coraje y la razón son notas que la distinguen. Ya se verá en los siguientes meses.
Este atropello es ejemplo de las espinosas secuelas que deja la falta de control y obediencia a las reglas que sin contención claramente es dictadura. El asunto no es solo por ella, sino por los cientos, quizá miles, de víctimas silenciadas fruto de su pobreza, olvidados que a nadie les importa. Es el desprecio de la autoridad que se niega a reconocer la arbitrariedad y profanación del que se supone es el eje de su función: las personas.
Alejandra en otra lucha, ahora el régimen al banquillo de los acusados.