En ‘La caída de los gigantes’ de Ken Follett, se relata el estremecimiento global que marcó el inicio del siglo XX. A través de cinco familias —inglesa, galesa, estadounidense, alemana y rusa— el autor entrelaza vidas comunes atrapadas en el torbellino de la Primera Guerra y la Revolución Bolchevique. La obra muestra, con mirada coral, cómo los engranajes del poder abaten certezas, destruyen equilibrios y obligan a millones a encarar un mundo irreconocible, en el que las decisiones de las élites —a menudo tomadas con soberbia, ignorancia o cálculo mezquino— alteran destinos individuales, fracturan sociedades y permiten que surja un orden nuevo tan incierto como inevitable. Detalla el tránsito arrebatado de un pasado que se extingue y un futuro que apenas se esboza: la puntilla de los imperios, el auge de las masas, el nacimiento de ideologías y la confrontación entre libertad y autoritarismo.
Ese espejo literario resuena hoy en nuestra tierra.
La protesta del sábado, lejos de ser un evento trivial en el calendario de lo público, expuso con crudeza el cansancio de miles con el morenismo. Fue una expresión nítida de hastío, una demostración de que el discurso construido por el lopezobradorismo durante casi una década ya no alcanza para contener el descontento, las frustraciones, ni el hartazgo de amplios sectores. Al igual que en la novela, donde la estabilidad previa se destapa como una ficción frágil, en el país se empieza a desmoronar el mito del inquebrantable absolutismo y de la ‘infalibilidad’ de su mesiánico líder, Andrés Manuel.
La marcha evidenció que el ciclo político inaugurado en 2018 se acerca a su fase terminal, no porque no controle a las instituciones, sino producto de la pérdida de algo mucho más profundo: la confianza de una parte significativa de la población y esa herida suele ser mortal para cualquier sistema. Cierto, cuando una comunidad deja de creer, se despierta; si deja de temer se organiza; y al dejar de seguir, marca el preludio del final. La ruta es conocida en la historia y como lo dice el escritor: las hazañas no arrancan arriba, sino en la acumulación silenciosa de inconformidad que, de pronto, encuentra una ‘chispa’.
La manifestación funcionó como la chispa, no se trató de un gesto marginal o aislado, representó la irrupción de un ánimo que ya no se intimida por la retórica de Palacio ni por su narrativa de polarización. La 4T, acostumbrada a adoptarse como encarnación exclusiva del ‘pueblo’, se enfrentó a otro pueblo que exige, cuestiona y no se resigna. El régimen respondió con arrogancia y desprecio, pero esa reacción confirma su desconcierto, su temor, no entienden que la muerte de Carlos Manzo es su Ayotzinapa y están al filo del abismo en el que se tambalean en medio de la violencia que abrazaron y a la que vilmente nos sacrificaron.
Como en La caída de los gigantes, la Presidenta Sheinbaum está convencida, segura, de que ‘su’ statu quo es inamovible, vive en una realidad ajena, pero la versión cambia si la colectividad se aviva y ese es el sendero que se empezó a caminar. Es verdad, lo que ocurrió el sábado no tumba gobiernos, pero anuncia épocas inéditas, es el síntoma de una transición que, como las grandes transformaciones, se fundan en el empuje popular y después en las urnas, para cerrar en la reestructuración del Estado.
Sí, Follett enseña que nada es eterno, menos si la ciudadanía se revela y México comenzó a reivindicarse.

