La inversión es el mejor indicador de confianza en una economía. No le pregunta a nadie su sentir, ni sus estimados, ni sus expectativas. No da su opinión frente a nada y no tiene que esforzarse por el vaso medio lleno o empeñarse en verlo vacío. La inversión —con toda su complejidad— captura simple y llanamente el potencial de rendimiento que hay.

Los inversionistas, en su totalidad, toman todas esas piezas de información y deciden, con base en ellas, si quieren destinar recursos para poner una empresa o expandir las existentes. Por eso, sin proponérselo, el dato de inversión nos da pistas de las expectativas que existen en el horizonte para toda economía.

Por eso, llama la atención que si la economía marcha bien —como escuchamos casi todos los días desde Palacio Nacional— la inversión no vaya tanto. Sorprende que si tenemos un panorama tan positivo, la inversión esté cayendo.

El entorno está plagado de incertidumbre. Los aranceles, el capricho del día del presidente Trump, el rol de China en el juego internacional, los conflictos geopolíticos. Pero los inversionistas no son ajenos a la incertidumbre. Es más, me atravería a decir que los inversionistas son —de entre todos los agentes— los que mejor saben navegarla. Son ellos los que son capaces de entender las circunstancias y ver en ellas las oportunidades.

¿Por qué entonces la inversión en México está cayendo? ¿No hay oportunidades en el contexto incierto que vive la economía mexicana? Dudo que no existan. Si México está ubicado —tanto geográfica como políticamente— en una mejor posición que otros países para lograr un mejor trato relativo en materia comercial, ¿por qué no estamos viendo la inversión fluir para capturar la oportunidad en cuanto ésta se presente? Si el Plan México presenta las oportunidades de crecimiento que dice tener, ¿por qué aún no se refleja en el interés de los inversionistas? Quizás la respuesta no esté en las oportunidades, sino en los riesgos. Porque todo, al final, se traduce en riesgo.

El inversionista observa la ganancia posible, sí, pero también el riesgo que corre al perseguirla. Puede aceptar —y cubrirse— la volatilidad cambiaria, la incertidumbre internacional, la complejidad global, pero hay otro riesgo que cuesta mucho más cuantificar: el institucional. Ese que surge cuando las reglas cambian sin claridad, cuando los contratos se reinterpretan o cuando la palabra del gobierno pesa más que la ley.

La reforma al poder judicial —con los mercados alternativos que ya está abriendo—, la reforma a la Ley de Amparo, la idea de una potencial reforma electoral, no frenan en sí mismas la inversión, pero sí aumentan la prima de riesgo. El inversionista necesitará obtener un mayor rendimiento para cubrir esos riesgos que hoy todavía no se han dimensionado y en consecuencia, los proyectos de inversión con menores retornos no llegarán a ver la luz. El entorno para el emprendedor, para el pequeño empresario, para la empresa que quería crecer se volverá más complejo. Para algunas empresas, particularmente las grandes, el mayor riesgo solo implicará exigir mayores tasas. Para otras, en contraste, podrá significar su desaparición.

México tiene una vez más una ventana de oportunidad abierta. El reacomodo de las cadenas globales de valor y el nuevo mapa del comercio mundial nos ponen en el radar. Pero la oportunidad no es garantía. No basta con estar en el mapa: hay que ser un destino confiable. Entre más riesgoso nos volvamos como país, más inversión expulsaremos.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS