En los años noventa, una joven de Toronto creó el Proyecto de Celibato Involuntario para compartir su experiencia y conectar con personas en situación similar. Al inicio, la propuesta generó vínculos positivos, pero con la expansión de internet y las redes sociales, el término “incel” evolucionó hacia comunidades que transformaron el apoyo mutuo en narrativas de frustración, hostilidad hacia las mujeres y rasgos de radicalización en línea.
Esta manera radical de percibirse como jóvenes incapaces de establecer relaciones sexuales o afectivas ha estado ligada a episodios de violencia. En 2014, un joven en California asesinó a seis personas y dejó un manifiesto en el que expresaba su rechazo hacia las mujeres, documento que fue exaltado en foros digitales. En 2018, en Toronto, otro joven embistió con una camioneta a peatones, causando diez muertes, y declaró su adhesión a una “rebelión incel”.
Entender lo que hoy significa incel implica señalar que no se trata simplemente de carecer de pareja. Es una identidad que se construye en comunidades digitales donde predomina una visión fatalista de la propia vida y una interpretación del rechazo social como prueba de un orden injusto. Esta carencia de ideales contrasta con generaciones previas, como la del 68 y las posteriores, que encontraron en la organización colectiva y la acción política horizontes de sentido compartido; sin embargo, el individualismo extremo promovido por el neoliberalismo ha profundizado estas dinámicas de aislamiento y superindividualización, cancelando la posibilidad de devolverle a los espacios públicos y de encuentro social su potencial comunitario; el zoon politikon de Aristóteles quedó eclipsado por una idea de sociedad entendida como suma de individualidades aisladas y no como entramado de relaciones que requieren normas para sostener la vida común. En ese punto, la paradoja del incel es clara: se duele de su incapacidad de socializar, pero rechaza cualquier vínculo que no sea con quienes se perciben iguales, lo cual lo encierra aún más en un círculo de frustración y hostilidad.
Para México, el desafío es articular educación y salud en un mismo esfuerzo y para ello, las escuelas requieren de protocolos claros de detección temprana, así como capacitación actualizada para el personal y canales confidenciales para que las y los estudiantes puedan recibir ayuda. En esta dirección, programas como Jóvenes Construyendo el Futuro deben fortalecerse y ampliarse con una visión renovada. No se trata únicamente de ofrecer capacitación laboral o de fungir como un puente hacia la empleabilidad, sino de generar un espacio donde las y los jóvenes encuentren referentes, ideales y proyectos colectivos. El Estado puede aprovechar este programa como plataforma para construir proyectos de vida en común, que promuevan la cooperación, el sentido de comunidad y la pertenencia a un proyecto incluyente: el Proyecto de Nación. Con ello se lograría que las juventudes participen en actividades que respondan a necesidades del mercado laboral y también atiendan su dimensión humana: la necesidad de sentirse parte de algo más grande que ellos mismos, de saberse corresponsables de su comunidad y de su país. Esto implica integrar en el programa componentes de formación socioemocional, salud mental, cultura, deporte, participación comunitaria y educación cívica, para que las y los jóvenes desarrollen no solo habilidades técnicas, sino también capacidades para relacionarse, dialogar y construir acuerdos.
Fortalecer el programa Jóvenes Construyendo el Futuro con este enfoque, permitiría abrir espacios de mentoría intergeneracional, donde las experiencias de vida de generaciones anteriores, como la del 68 y las posteriores, que encontraron en la acción colectiva un horizonte de sentido, se transmitan a las nuevas generaciones, brindando referentes de lucha, ideales y motivaciones que hoy parecen difusos.
Hoy las juventudes se encuentran en un momento complejo. El rompimiento paradigmático que no termina de ajustarse nos deja una tarea que atender, un trabajo conjunto entre sociedad y gobierno para generar las condiciones óptimas que las lleve hacia una nueva manera de interrelación donde la solidaridad y las identidades que están en proceso, se construyan de la mejor manera para el bien común.
Académico y especialista en políticas públicas en administración de justicia y paz