Mientras Ucrania seguía bajo fuego y las negociaciones de paz se estancaban, Donald Trump insistía: “No va a pasar nada hasta que Putin y yo nos reunamos”. Era mayo, y Putin acababa de rechazar las conversaciones en Turquía, promovidas por su propio gobierno. Días después, ambos mandatarios sostuvieron una llamada de dos horas. Nada pasó.

Luego de la llamada, Trump aseguró que Moscú y Kiev iniciarían negociaciones rumbo a un cese al fuego “sin condiciones”. Volodymir Zelensky accedió. Pero el Kremlin impuso sus propias condiciones y Putin se dedicó a dar largas. Otra vez nada cambió. Trump nunca tuvo la intención real de presionar a Rusia, y el Kremlin nunca la de firmar el cese al fuego. Por el contrario, Trump ha optado por retirarse del tablero o fingir neutralidad. Su indulgencia hacia un líder que lleva meses burlándose de él desconcierta.

No era la primera vez. En abril, Trump escribió en su red Truth Social: “¡Vladimir, para!”. Putin, por supuesto, no se detuvo. Intensificó la ofensiva. Desde el 19 de mayo, Ucrania ha sido blanco de algunos de los ataques más letales del conflicto, incluyendo el ataque aéreo del 5 de julio que dejó a Kiev en llamas tras siete horas de bombardeos con 539 drones y 11 misiles rusos. Ese ataque ocurrió apenas horas después de que Trump y Putin volvieran a hablar por teléfono y de que Trump expresara su frustración por la falta de compromiso ruso.

Durante meses, Trump amagó con endurecer su postura si Putin no accedía a negociar. Pero cada vez que amenaza, como con los aranceles, se echa para atrás. Así, el presidente estadounidense juega exactamente el papel que el Kremlin espera de él. Putin sabe qué botones presionar para evitar sanciones, ganar tiempo y mantener el respaldo, al menos parcial, de Trump.

No sorprende que Putin haya ignorado la supuesta decepción de Trump y, en cambio, haya respondido con más fuego.

Putin está convencido de que tiene la ventaja militar y de que las defensas ucranianas podrían colapsar en los próximos meses. Por eso no busca la paz. Pero también porque cree que aún puede seguir manipulando a Trump, pese a sus bravatas, reproches o incluso tímido apoyo a Kiev.

Hasta ahora, Trump había evitado ir más allá. Esta semana, sin embargo, algo parece estar cambiando. Cuando Trump expresó su frustración con el presidente ruso (“Putin nos dice muchas tonterías. Siempre es muy amable, pero al final no tiene sentido”), prometió enviar 10 misiles Patriot a Ucrania y anunció la reanudación de los envíos de armas estadounidenses, tras la pausa ordenada por el Pentágono en que 30 misiles Patriot fueron detenidos en la frontera entre Polonia y Ucrania.

La reacción en Moscú no se hizo esperar. El Kremlin continuó adulando a Trump, reconociendo sus esfuerzos por mediar en la paz y diferenciando a Washington de sus aliados europeos, a quienes acusó de actuar solo por sus propios intereses.

La cifra de misiles Patriot prometida es minúscula, pero podría marcar un giro por primera vez en meses. Cuánto de esto se traducirá en un cambio real y en apoyo sostenido a Kiev está por verse. Pese a las aparentes fricciones con Washington, Rusia no abandona sus objetivos. Y Putin, más que nadie, sabe que Trump es volátil: hoy puede alabar el valor ucraniano y prometer ayuda, pero nadie puede asegurar qué pasará en dos semanas. Putin, en cambio, no va a cambiar su posición. No importa cuántas llamadas haga Trump ni cuántos mensajes en mayúsculas publique: el Kremlin ya sabe cómo jugar este tablero. Trump improvisa; Putin calcula. ¿Está Occidente preparado para enfrentar una Rusia que no titubea y un aliado que sí?

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