Era un frío diciembre de 2018, con temperaturas bajo cero que calaban hasta los huesos. Estudiantes, pero también trabajadores llenaban las calles de Budapest en una marea de consignas contra una reforma laboral de Viktor Orbán. Adrien Beauduin, un estudiante extranjero de doctorado, se encontraba entre los manifestantes. En un choque cerca del Parlamento, Beauduin, arrestado sin motivo, fue acusado de "violencia grupal contra agentes de policía", cargo que podría ponerlo hasta ocho años en prisión.
La tarde del sábado pasado, siete años después y a miles de kilómetros de distancia, el Zócalo de la ciudad de México se cubrió de humo, golpes y represión. Tres jóvenes hacinados en una camioneta negra policial, manos esposadas a la espalda, rostros marcados por el pánico. Él, el segundo desde la derecha —pelo corto negro, ojos hinchados, nariz lastimada—, voltea la cabeza hacia el suelo con lágrimas rodando por sus mejillas. Un vendaje grande cubre su cabeza, moretones frescos salpican su mejilla y cuello, y su expresión es de shock absoluto: ojos rojos, como si el mundo se hubiera derrumbado en un instante. A su lado, otros dos jóvenes con ojos morados, sangre seca, moretones y miradas de miedo. Es el traslado de al menos tres de los 29 detenidos en la protesta del 15N, rumbo al reclusorio, imputados por cargos tan graves como tentativa de homicidio.
En Budapest, la maquinaria propagandística de Orbán —televisión estatal como la MTVA, radio pública y diarios capturados— no tardó en usar a Beauduin como excusa para quitar legitimidad a la manifestación. Gobierno y medios allegados a él, acusaron al estudiante belga-canadiense de estar apoyado por George Soros, multimillonario convertido en enemigo público número uno de Orbán, supuestamente detrás de las manifestaciones y orquestando un complot global para desestabilizar a Hungría. No eran estudiantes mostrando su inconformidad, , sino "revueltas financiadas por Soros”. Discursos presidenciales y coberturas en loop martillaban el mensaje, elevando el apoyo a la represión.
En México, Claudia Sheinbaum, la habitante del Palacio Nacional, no ha parado de repetir -como en un loop- que la protesta del 15N carecía de “verdadero” apoyo popular. En la narrativa del gobierno, repetida hasta el hartazgo por medios e intelectuales afínes al régimen, la marcha habría sido orquestada por Claudio X. González y Ricardo Salinas Pliego. En la Mañanera del 14 de noviembre, Sheinbaum aseguró que eran "179 cuentas en TikTok y 359 comunidades en Facebook" detrás de la marcha, pagadas por los empresarios. Legisladores morenistas y expriístas remachan: "Pagaron y contrataron el bloque", negando que sean chavos auténticos, no "generación Z" sino peones de magnates. No es casual; es manual iliberal: fracturar la legitimidad de la protesta para justificar el garrote, y allanar reformas que "regulen" plataformas contra “desestabilizadores".
En Budapest, esta deslegitimación no era efímera; continuó pavimentando el camino a la restricción y a la iliberalidad. Con la recién creada KESMA, un conglomerado que controla entre el 80% y 90% de la prensa nacional, financiado con erario público y justificado como baluarte contra "fake news sorosianas” el gobierno fue capaz de controlar la narrativa y empujar una agenda para demonizar a los manifestantes, enmarcándolas en un asunto en el que había “injerencia internacional” que buscaba dañar la soberanía. Igual que en México, donde medios y opiniadores afines al poder acusan de una supuesta “influencia de actores extranjeros”.
Pero las detenciones de jóvenes en el frío de Budapest, también se usaron para mandar un mensaje de advertencia: cargos inflados, procesos penales y prisión a quien se manifiesta contra el gobierno.
Orbán no precisó tanques en el invierno húngaro, le bastó un bisturí policial: gases lacrimógenos, empujones, cargos inflados y procesos penales, para lograr un impacto psicológico demoledor. No fue un baño de sangre, fue lo justo para calibrar el costo de la disidencia sin galvanizar condenas internacionales, sembrando un miedo sutil que vació las calles en semanas.
En el 15N, el Gobierno de México replicó la fórmula: escudos antidisturbios, nubes químicas y machetes afuera del Palacio Nacional, no para aniquilar, sino para dosificar, 120 heridos, 29 detenidos, un saldo "manejable" que evita el estigma de masacre, pero inyecta parálisis. Detenciones no masivas, quirúrgicas: el miedo a una toga sesgada desincentiva la próxima marcha, pavimentando reformas que "fortalezcan" la justicia contra "infiltrados".
Beauduin encarnó el terror judicial húngaro con varias noches en celda preventiva. Fue liberado en enero de 2019 por la presión de Amnistía Internacional y la UE, confesó sentirse "roto y asustado”. Como rotos y asustados estaban los 29 detenidos, los 13 vinculados a proceso y los 5 que aún siguen en prisión.
@solange_

