En la madrugada del domingo, Estados Unidos bombardeó tres sitios nucleares en Irán: Natanz, Isfahan y Fordow. El ataque marca un punto de no retorno. Donald Trump, que horas antes había asegurado que decidiría "en dos semanas" si entraba en guerra, ha cruzado la línea. Y lo ha hecho con una operación que puede extender el conflicto regional y reconfigurar el tablero nuclear global.

Fordow, la instalación más fortificada de Irán, está enterrada profundamente bajo una montaña al sur de Teherán, diseñada precisamente para resistir ataques como el que ahora enfrenta. Según declaraciones oficiales, EE. UU. habría empleado bombas antibúnker de alta penetración. Sin embargo, hasta el momento no existe confirmación visual independiente ni por satélite ni por parte del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) sobre el nivel de daño en Fordow. Lo que sí es preocupante es el riesgo de contaminación radiactiva si el ataque comprometió reservas de uranio enriquecido o estructuras de confinamiento.

Horas antes del ataque, Emmanuel Macron reveló en X que había hablado directamente con el presidente iraní Masoud Pezeshkian. Francia, junto con Alemania y el Reino Unido, intentó reactivar discretamente el diálogo nuclear con Teherán. Sin embargo, la ofensiva estadounidense parecería haber dejado ese canal diplomático en ruinas. Aunque la Unión Europea aún no ha emitido una respuesta oficial, se espera que exprese públicamente su preocupación por la escalada y el posible colapso definitivo del acuerdo nuclear (JCPOA). Un conflicto abierto podría traer consigo nuevas olas migratorias, volatilidad energética y una mayor militarización del estrecho de Ormuz.

¿Qué consecuencias puede tener esta intervención?

La entrada directa de EE. UU. en el conflicto inaugura una fase mucho más peligrosa. A corto plazo, es probable que se amplíen los ataques iraníes a bases estadounidenses en Irak o Siria, el involucramiento de Hezbollah en Líbano o ataques y el cierre del estrecho de Ormuz son escenarios posibles.

Destruir Fordow puede haber interrumpido momentáneamente la capacidad operativa de Irán, pero difícilmente frenará su programa nuclear. Se pueden destruir sitios físicos, pero no el saber que los hizo posibles. El programa iraní ha sido diseñado buscando la dispersión geográfica y la redundancia con científicos entrenados en distintos sitios, reservas de material, diseños, etcétera. Pero sobre todo, a mediano plazo, el golpe de Estados Unidos podría fortalecer la narrativa del régimen iraní ante su población. El llamado de Netanyahu al pueblo iraní para que "se levante" contra su gobierno parece ingenuo frente al nacionalismo que suele despertar una agresión externa.

A largo plazo, existe el riesgo de que Irán decida retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear. Al atacar instalaciones nucleares, Washington ha destruido incentivos para la moderación. Irán podría con ello expulsar a los inspectores y reactivar su programa con mayor legitimidad ante su población. Como ocurrió con Irak en los años ochenta y Siria tras el bombardeo israelí de 2007, los ataques preventivos no desmantelan programas: los postergan, los transforman... y muchas veces, los aceleran.

Trump buscaba evitar la guerra, pero con esta operación ha encendido un conflicto de consecuencias abiertas. Lo que está en juego ya no es solo la estabilidad regional, sino la arquitectura global de no proliferación.

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