Desde septiembre de 2025, las aguas del Caribe y el Pacífico oriental han sido testigos de una escalada militar estadounidense que, bajo el pretexto de la lucha antidrogas, ha cobrado al menos 57 vidas. El 2 de septiembre comenzó con un ataque contra una lancha supuestamente del Tren de Aragua en el Caribe. En las semanas siguientes, siguieron diez ataques más en la misma zona, hundiendo embarcaciones sospechosas, según el Departamento de Defensa de Estados Unidos.
Hace unos días, la ofensiva se extendió al Pacífico, rozando costas mexicanas. Tres operaciones en aguas internacionales, con aviones P-8A Poseidon y drones, destruyeron cuatro embarcaciones, dejando 14 muertos y un sobreviviente que la Armada mexicana busca rescatar. Pete Hegseth, secretario de Defensa, lo llamó "victoria contra el narco", pero el patrón revela objetivos más amplios: no solo frenar cargamentos de drogas, sino aislar y contener a enemigos ideológicos, comenzando por Venezuela, Colombia y Cuba.
Estas acciones trascienden el pretexto antidrogas y parecen inscribirse en una política de contención hemisférica. El despliegue del portaaviones USS Gerald R. Ford en el sur del Caribe, con su capacidad para 90 aeronaves y misiles Tomahawk, parece configurar un perímetro que impediría la movilidad a Maduro, a Díaz-Canel y a Petro, vistos como amenazas proxy de Rusia. Es una coerción calculada sin invasión territorial, al menos de momento.
En el caso de Cuba, la necesidad de disuasión sería también una respuesta táctica a los recientes acuerdos ruso-cubanos firmados en octubre de 2025, que permiten potenciales despliegues de misiles rusos avanzados en la isla. Un eco de la Crisis de los Misiles de 1962. Una amenaza para una ruta de comercio marítimo vital para Estados Unidos, a la que el despliegue del USS Gerald R. Ford también responde. Y finalmente, Colombia, a cuyo presidente, Gustavo Petro, Donald Trump ha calificado de “apologista del narco" y a quien Estados Unidos ha revocado la visa, para él y su familia, incluyendo sanciones financieras por "expandir drogas" y "apaciguar narco-terroristas". Razones por las que la Casa Blanca también ha cortado la ayuda estadounidense.
Pero la nueva estrategia de Washington hacia América Latina no es solamente disuasoria desde lo militar, sino que tiene un componente económico muy importante para acercarse a otros países de la región, vistos como menos hostiles que los primeros. En ese sentido, Washington distribuye incentivos para desplazar a China, que ha invertido más de 250 mil millones de dólares en la región en los últimos 20 años. La reciente reunión entre Trump y Lula en la cumbre de la ASEAN sorprendió por su tono positivo, pese a fricciones pasadas como los aranceles del 50% impuestos por EE.UU. en represalia por el enjuiciamiento del ex presidente brasileño Jair Bolsonaro. Lula describió la charla como "cordial" y optimista, con Trump "garantizando" un acuerdo comercial inminente para eliminar los aranceles en semanas. Inmediatamente después, equipos negociadores de ambos países arrancaron las conversaciones, y Lula invitó a Trump a la COP30 en Brasil (2025), abriendo puertas a cooperación en clima y energía —temas donde China compite ferozmente con sus paneles solares y represas amazónicas.
El caso de Argentina y el reciente triunfo de Javier Milei también resaltan en ese escenario "amigable" de la administración Trump, en que su partido, La Libertad Avanza, arrasó ganando asientos clave en el Congreso. Esto, luego de la aprobación de 40 mil millones de dólares del Tesoro estadounidense y de que Washington dejara claro el objetivo de alejar a China del país sudamericano. Ideológicamente, Milei es el aliado ideal para pivotar a Argentina hacia Occidente.
El caso de México es más complejo. Desde la Casa Blanca, Trump ha alternado elogios a Sheinbaum, llamándola "una líder fuerte", con críticas veladas y ataques a su gobierno. En octubre, en un rally en Texas, la tildó de "débil ante el narco" y acusó a su gobierno de "nexos directos con carteles", afirmando que "están muertos de miedo" y que México "protege a los traficantes en lugar de combatirlos”.
Sumida en su ambivalencia ideológica, Claudia Sheinbaum navega entre un discurso alineado con la izquierda latinoamericana, apoyando a Maduro, Petro y Díaz-Canel, y una defensa a capa y espada del arquetipo del neoliberalismo: el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (T-MEC), mientras cede a concesiones migratorias y de seguridad nacional para apaciguar a Trump.
Esta dualidad, presiones militares sobre disidentes y zanahorias económicas para aliados potenciales, redefine el hemisferio, pero con riesgos latentes. La militarización de las aguas latinoamericanas, desde el Caribe hasta el Pacífico, no es un incidente aislado: es la cara visible de una nueva estrategia de Washington hacia América Latina. El USS Gerald R. Ford envuelve a Caracas, pero su sombra se extiende a toda la región a manera de amenaza.
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