Ricardo Reza* y Abril Acosta**

El 2025 se despliega con una convicción clara: en México, las becas estudiantiles de educación básica y nivel medio superior se han convertido en la carta más visible del Estado, un mensaje escrito en transferencias que no solo prometen apoyo económico, sino una idea de país. La administración de Claudia Sheinbaum decidió no romper con la lógica social de la 4T, la continúa y profundiza, reafirmándola como un acto de justicia. Hoy, miles de familias respiran un poco más tranquilas: hay comida, hay transporte, hay cuadernos, hay permanencia.

Pero la realidad no llega sin matices. La beca ayuda, eso es evidente, pero no garantiza por sí sola el aprendizaje. Alumnas y alumnos que ahora pueden seguir en la escuela conviven con maestras y maestros que dan lo mejor de sí en lo profesional y personal, atienden grupos saturados y laboran en planteles que requieren tecnología funcional e infraestructura adecuada. Es un triunfo social, sí, pero también un espejo que muestra cuánto falta para que el acceso se convierta en oportunidad plena y asegure trayectorias que realmente reduzcan la desigualdad.

Existe además una tensión silenciosa, menos visible en el discurso público, pero presente en universidades y centros de investigación. Mientras la educación básica goza de apoyos más amplios, las becas para educación superior y posgrado siguen siendo focalizadas e insuficientes. Jóvenes que lograron concluir la universidad descubren que cursar una maestría o doctorado es un privilegio que pocos pueden costear, muchos pierden continuidad académica justo cuando podrían convertirse en investigadores o formadores de nuevas generaciones, A ello se suma la dificultad de insertarse en un mercado laboral precarizado, con plazas temporales, salarios bajos y escasas oportunidades de desarrollo profesional.

El discurso oficial sobre las becas se sostiene en la idea de justicia educativa y, en buena medida, estos apoyos lo son: reconocimiento histórico a quienes han debido sobrevivir para estudiar y sobrellevar carencias incompatibles con la asistencia escolar. En muchos hogares, este apoyo evita el abandono escolar, pero no basta con la redistribución monetaria para construir un sistema educativo más justo y menos desigual. La realidad no se transforma solo con una acción aislada, requiere enseñanza de calidad, escuelas con condiciones adecuadas, docentes motivados y valorados, y un sistema de apoyos que llegue hasta el nivel de posgrado en el que se generan el conocimiento y la investigación, no solo donde se inicia la escolaridad básica.

Las becas son un piso, y qué bueno que existan, la pregunta urgente es si también serán un puente hacia una educación que forme pensamiento y no solo presencia física en el aula. En esa tensión entre posibilidades y aspiraciones, entre justicia económica y justicia educativa, aparece una interrogante: ahora que apoyamos más que nunca para que las y los estudiantes permanezcan, ¿seremos capaces de garantizar que aprendan, se desarrollen y transformen sus condiciones, o nos conformaremos con el consuelo de haberlos mantenido dentro del salón?

Centro de Actualización del Magisterio en la Ciudad de México: ricardoa.rezaf@gmail.com **Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco: aacosta@correo.xoc.uam.mx

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